Por Gabriela Calderón de Burgos Fellow en Estudios Latinoamericanos, editora de ElCato.org En enero Ecuador cumplirá 25 años dolarizado. Es importante comprender por qué la dolarización es un régimen superior a las alternativas disponibles. El Premio Nobel Milton Friedman consideraba que existían tres tipos de regímenes cambiarios: fijo, flotante y “pegged”. Por tipo de cambio fijo, se refería a una convertibilidad ortodoxa o a la dolarización formal como la que rige aquí. El economista Steve Hanke explica la concepción de Friedman acerca de los regímenes cambiarios y lo presenta como un defensor temprano de la dolarización. Para Friedman, tanto los flotantes y fijos—usualmente percibidos como opuestos—son mecanismos de mercado para ajustar la balanza de pagos. Con el tipo de cambio totalmente flotante, el banco central no ejerce administración cambiaria, pero sí política monetaria y determina la base monetaria. El tipo de cambio está en autopiloto. Con el tipo de cambio fijo, el banco central no tiene política monetaria, la base monetaria está en autopiloto y determina la tasa fija de cambio o la adopción del dólar en nuestro caso. A los regímenes de tipo de cambio flotantes y “pegged”—usualmente percibidos como pertenecientes a la misma categoría— Friedman los consideraba distintos de manera importante: en estos últimos la autoridad monetaria está apuntando a más de un objetivo a la vez y estos suele derivar en conflictos entre la política monetaria y la política cambiaria. Cuando los especuladores de monedas se dan cuenta de la contradicción entre ambas políticas, estos fuerzan una devaluación de la moneda y las autoridades suelen reimponer controles de capitales. Friedman advirtió a Hanke en los noventa que el talón de Aquiles de la convertibilidad en Argentina —un tipo de cambio fijo— era el banco central. No confiaba en que el BCRA se abstuviera de eventualmente ejercer una política monetaria discrecional, como lo hizo posteriormente interviniendo en los mercados mientras pretendía mantener el tipo de cambio fijo. Esto derivó en crisis de balanza de pagos, cambiaria, controles de capitales y el fin de la convertibilidad. Friedman desde décadas atrás había advertido las ventajas de adoptar una moneda de aceptación universal. En su estudio “El caso a favor de tipos de cambios flexibles” (1950) explicó: “Quizá la mayor ventaja de una moneda unificada sea que es la forma más eficaz de maximizar la libertad de los individuos para realizar las transacciones que deseen”. En un libro publicado en 1989 por la Fundación FIEL en Argentina, los autores explicaron que las principales razones para instaurar controles cambiarios y de capitales eran generar ingresos fiscales y/o dirigir el comercio. El objetivo en esos casos es el contrario: reducir la libertad de los individuos. En el caso de los países en vías de desarrollo, Friedman consideraba que era una mejor opción un tipo de cambio fijo, dado que consideraba poco probable que sus bancos centrales respeten las reglas y se autolimiten, explicando que “La manera más segura de evitar el uso de la inflación como método deliberado de tributación es unificar la moneda del país [mediante un tipo de cambio fijo] con la moneda de otro país o países. En este caso, el país no tendría política monetaria propia”. En 1973 incluso llegó a decir que esto implicaba “no tener un banco central”.