La educación escolarizada es la que se imparte a conjuntos de personas en instituciones en las que la enseñanza es mucho más estandarizada que personalizada. Siendo justos con sus etimologías, la palabra significa lugar de instrucción, pero escuela también desde la antigüedad europea significa grupo, por ejemplo de peces en cardúmenes, aves en parvadas o borregos en rebaños. En tanto que espacios o lugares de instrucción, que pueden ser físicos o virtuales, la intención genérica es que “el grupo”, es decir, los alumnos aprendan lo que se espera que aprendan, conforme a los principios que guían la selección de contenidos y experiencias de aprendizaje. En el marco de esta intención, lo que se evalúa y en su caso acredita, es el aprendizaje logrado, de acuerdo con el aprendizaje esperado en los programas, derivados a su vez de dichos principios. Lo normal es que se excluya de la instrucción todo aquello que sea juzgado como contrario o irrelevante, respecto del orden establecido a partir de los aprendizajes esperados. Esta es la razón por la cual la prioridad de la escuela está en la instrucción. No hay mucho espacio para que los alumnos busquen por su cuenta, cuestionen con sentido crítico o formulen por ellos mismos opciones respecto de los contenidos que se han sido preparado para ellos. En estas condiciones, el elefante en la sala no es otra cosa que la atrofia sistemática del desarrollo, en alumnos y docentes, de su capacidad de aprender a aprender, con autonomía, es decir, asumiendo a partir de sus decisiones los beneficios, riesgos y errores del aprender. Mientras el aprendizaje se limite a pasar o aprobar cursos, por la vía de la acumulación y la repetición, el elefante no tiene nada de que preocuparse.