Por Patricia López Suárez En los países de América Latina, el cultivo del maíz enfrenta un proceso de desterritorialización, es decir, una ruptura entre una agricultura cada vez más globalizada y los territorios originarios donde este grano tiene gran importancia alimenticia y cultural, aseguró Diana Alejandra Méndez Rojas, investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM. Dicho proceso puede explicarse a partir de la dinámica de integración económica global, en cuyo centro se encuentra la generalización de la competencia en términos de costos y beneficios. De tal forma que la posibilidad de desterritorializar un cultivo u otro proceso productivo se debe a la promesa de mejorar los costos, explicó. En una conferencia sobre el tema ofrecida en el CIALC, la cual fue moderada por Gerardo Torres Salcido, director de esa entidad, Méndez Rojas dijo que este proceso es una consecuencia de la internacionalización de los mercados y del desarrollo de un modelo agrícola en el que la voluntad de los actores sociales tiende a ser nulificada. “Uno de los efectos más generalizados de la desterritorialización es que favorece la disminución progresiva del control económico, social y cultural de las poblaciones rurales sobre los procesos productivos. Así, a mayor producción, menor acción colectiva”, detalló. En el Auditorio Leopoldo Zea del CIALC, la doctora en historia precisó que Estados Unidos, China y Brasil lideran la producción mundial. “Al primero corresponden poco más de 380 millones de toneladas, al segundo alrededor de 280 millones y al tercero poco más de 130 millones. Estos datos corroboran la tendencia de la desterritorialización productiva del maíz vuelto monocultivo, pues su especialización se ha dado en espacios alejados de los de su primera domesticación, ocurrida en la Unidad Cultural Mesoamericana”. Agregó que estas condiciones cobran más interés si se considera que entre los 10 mayores productores de maíz se cuenta a cuatro países del continente americano: Estados Unidos, Brasil, Argentina y México. “Eso significa de que el futuro del maíz será definido en América, lo que es relevante si tomamos en cuenta las predicciones que apuntan a que su consumo se mantendrá a la alza durante las próximas décadas”, indicó. La especialista agregó que este grano es un bien apreciado con una base tecnológica intensiva, siendo de los transgénicos más numerosos en el mundo con varias aplicaciones; el 56 % del maíz como grano seco se utiliza como forraje para alimentar ganado y sólo el 13 % se destina a la alimentación humana directa. “El resto de la producción se ocupa en la generación de biocombustibles y otros usos no alimentarios. Estos datos arrojan que el alto costo social y ambiental del monocultivo del maíz, bajo la forma de cultivos biotecnológicos, lejos de apuntalar la base alimenticia de una población creciente, está ampliando la condición de riesgo, pues el monocultivo resulta frágil ante eventuales plagas o enfermedades”. La investigadora agregó que el maíz, en su forma biotecnológica industrial, se hace presente en mercancías de consumo cotidiano, como es el caso del jarabe de alta fructuosa, que es el endulzante más popular para la elaboración de refrescos. “En aspectos como éste es en los que el proceso de desterritorialización del maíz revela que las desigualdades sociales tienden a traducirse en desigualdades ambientales, y que éstas a su vez potencian a las primeras”, comentó. Méndez Rojas informó que, a escala latinoamericana, contamos con más de 200 razas de maíz. Explicó que el contemporáneo tuvo un proceso de domesticación desde un ancestro silvestre hace aproximadamente 9,000 años en la cuenca del río Balsas, en el actual territorio del estado de Guerrero, en México. “El proceso de diversificación del grano fue el resultado del ingenio e intercambio de sus cultivadores a lo largo del tiempo y gracias a su persistente labor en distintos nichos ecológicos contamos en México con el reporte de 64 razas, entre las cuales 59 pueden considerarse nativas. Según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, es patrimonio biológico, agrícola, cultural y económico de nuestro país”, aseguró. La experta señaló que la agroindustria tenderá a aumentar hacia más del 80 % del control de la producción global de maíz destinada a usos industriales. Sin embargo, las posibilidades de gestionar el valor alimentario y cultural del maíz reposan en disputar el 20 % restante de la producción. “Eso sólo avanzará en la medida en que haya sinergia entre la acción colectiva en el territorio y las políticas nacionales, estatales o incluso regionales que promuevan opciones a la de la gran producción con centro en el maíz nativo”. Consideró que debería impulsarse la cooperación regional de Estados latinoamericanos con capacidad, quizá no de desmontar el monocultivo biotecnológico, pero sí con la posibilidad de reservar un espacio productivo para la alimentación sustentable.