Contaba Horst Siebert, economista alemán, en su libro“Der Kobra-Effekt”1 , que durante el Raj Británico en la India, en una oportunidad se produjo una infestación masiva de cobras en la ciudad de Nueva Delhi. Ante este peligro, las autoridades coloniales decidieron iniciar un programa de recompensas a la exterminación de las cobras que consistía en pagar un monto fijo por cabeza de cobra. Al principio, la medida de emergencia funcionó. El numero de cobras se redujo y las autoridades se dieron palmaditas complacientes en la espalda, regodeándose de su éxito. Sin embargo, con el tiempo, Siebert narra que algunos indios "emprendedores" identificaron una falla en el sistema de recompensas: se pagaba por las cabezas de las cobras, independientemente de su origen. Esto hizo que resultara muy lucrativo criar cobras para, una vez maduras, sacrificarlas y entregarlas a las autoridades a cambio de la recompensa. Tan pronto como las autoridades se percataron de la realidad —que sus medidas habían, sin intención alguna, incentivado el surgimiento de una floreciente industria de criaderos de cobras—, decidieron cancelar el programa de recompensas de inmediato. Irónicamente, esto provocó que los dueños de los criaderos liberaran todas las cobras simultáneamente, desencadenando una infestación aún más grave que la original. A pesar de la mezclada recepción en los medios alemanes de la época (Frankfruter Allgemeine Zeitung: “es probable que la vida media de su nuevo libro, escrito en un tono ligero y coloquial […] sea de poco más de seis meses”.2 ) y el hecho de que el libro nunca fue traducido por fuera de otro idioma aparte del alemán, la historia del “Efecto Cobra” se volvió hiperpopular en el mundo anglosajón e hispanoparlante, especialmente porque demostraba, de manera humorosa, lo que los economistas llaman “efectos perversos”: La idea de que una intervención (estatal) lleva a resultados negativos que no eran previamente anticipados y que invalidan el efecto positivo de la intervención o la llevan a tener el efecto opuesto al deseado. Afirmar que la idea de los efectos perversos es importante para los economistas sería una subestimación. Es usual escuchar en círculos profesionales la afirmación de que es una de las características más distintivas del estudio de la Economía, diferenciándola de otras ciencias sociales. Muchos incluso van más allá, argumentando que el estudio de situaciones donde se presentan efectos perversos es, en sí mismo, la raison d’etre de la Economía. Un principio perverso bajo el cual interpretar la realidad social. El propósito de este ensayo no es afirmar que las instancias en las que las intervenciones tienen efectos negativos no anticipados e indeseados no existan. Basta con revisar brevemente la historia reciente de Colombia para encontrar casos dramáticos y trágicos, como el de los falsos positivos (aunque hasta el día de hoy se debate si los efectos de dicha política fueron realmente anticipados o no) para convencerse de su existencia e importancia. Tampoco es una exhortación al diseño imprudente de políticas. Este ensayo tiene como objetivo criticar que la existencia de los efectos perversos se convierta en la piedra angular para justificar un principio desde el cual analizar los efectos de la política, y de su uso retórico por parte de "reaccionarios" como munición para justificar la oposición ante cualquier programa público o intervención con la intención de mejorar la condición humana. En su versión maximalista, el principio de perversidad, como lo llama Albert Hirschman3 , implica que: “Los intentos de alcanzar la libertad harán que la sociedad se hunda en la esclavitud, la búsqueda de la democracia producirá oligarquía y tiranía, y los programas de bienestar social crearán más pobreza, en lugar de reducirla. Todo resulta contraproducente.” (p.22, énfasis añadido, traducido del inglés) No es difícil ver cómo la idea de la existencia generalizada de efectos perversos, llevada a su máxima expresión, encaja de manera perfecta con el principio de perversidad. Si uno comienza desde el supuesto de que todo intento de cambio social debe generar un efecto perverso es extremadamente fácil, anticipadamente, concebir un posible efecto no deseado de una política que pueda invalidar su efecto deseado, y por lo tanto, argumentar que el cambio, de la manera que se presente, es indeseable. Por este hecho, no es sorprendente notar que la enorme mayoría de las críticas genéricas y poco inspiradas a los proyectos progresistas suelen basarse en el principio de perversidad. Como explica Hirschman, la razón de esto se basa en el hecho de que el político reaccionario no puede criticar el objetivo progresista directamente: Debido al temperamento obstinadamente progresista de la era moderna, los "reaccionarios" viven en un mundo hostil. Se enfrentan a un clima intelectual en el que se valora positivamente cualquier objetivo elevado que los autoproclamados "progresistas" incluyan en la agenda social. Dado este estado de la opinión pública, no es probable que los reaccionarios lancen un ataque total contra ese objetivo. Más bien, lo apoyarán, sinceramente o no, pero luego intentarán demostrar que la acción propuesta o emprendida está mal concebida; de hecho, lo más típico es que insistan en que esta acción producirá, a través de una cadena de consecuencias imprevistas, exactamente lo contrario del objetivo proclamado y perseguido. (p. 21, énfasis añadido, traducción del inglés) El Fruto Prohibido para los Economistas: Cualquiera que analice el comportamiento de aquellos economistas que utilizan efectos perversos para hacer puntos políticos en medios, llegarán rápido a la conclusión de que viene usualmente acompañado de una posición asumida de superioridad epistemológica, derivada de la creencia de que el “analista (él o ella misma) ve las verdades incómodas que el político o el activista no ve o no quiere ver.” En Hirschman: “El efecto perverso es un caso especial y extremo de consecuencia imprevista. En este caso, el fracaso de la previsión de los actores humanos ordinarios es casi total, ya que se demuestra que sus acciones producen precisamente lo contrario de lo que se pretendía; en cambio, los científicos sociales que analizan el efecto perverso experimentan un gran sentimiento de superioridad, y se deleitan en él. Maistre lo dijo ingenuamente cuando exclamó en su espantoso capítulo sobre la prevalencia de la guerra en la historia de la humanidad: "Es dulce [doux] comprender el designio de la Divinidad en medio del cataclismo general".”(p.42, traducción del ingles) Dentro del ámbito de las ciencias sociales, el economista se encuentra en una posición particularmente vulnerable a la tentación de emplear la retórica reaccionaria de la perversidad, es decir, exagerar la presencia de los efectos indeseados, para posicionarse ante el político como un "oráculo". Esta figura se caracteriza por su habilidad para "ver más allá" y "recomendar acciones necesarias, aunque impopulares" y resulta en la advertencia que suele tomar la forma implícita de “Si gobiernas sin mí, te irá mal y todo lo que intentes tendrá efecto perverso.” El economista académico ansía que el político escuche sus ideas y las implemente tal como las ha concebido. Para lograrlo, no solo debe recurrir a teorías y métodos sólidos, sino también a la retórica. Y en este arsenal retórico, presentarse como el "oráculo salvador" es una de las estrategias más efectivas para elevar su estatus. Sin embargo, esta aspiración encierra un peligro latente, pues al adoptar el rol de "oráculo", el economista se convierte en el candidato perfecto para el sacrificio público. En este escenario, el político puede fácilmente deslindarse de responsabilidades en caso de que las ideas promovidas fracasen, utilizando al economista como chivo expiatorio para absolver sus propios errores. Este anhelo se origina, en gran parte, porque la formación del economista académico, a diferencia de otras disciplinas sociales, enfatiza intensamente que el objetivo último de la economía, más allá de su proclamada neutralidad, es ofrecer recomendaciones de política pública. Esto se evidencia al considerar lo que define a un economista exitoso—figuras como Smith, Marx, Keynes y Friedman. En cada caso, su éxito no solo deriva de su teoría, sino también (y a menudo de manera no reconocida excepto en el caso de Marx), de su activismo político, logrando así un cambio social duradero que, invariablemente, solo puede originarse por un cambio iniciado desde la política y esto necesitó que estos economistas no solo fueran maestros teóricos, pero también maestros retóricos. El antídoto: Dos reflexiones Ante la tentación que representa la retórica reaccionaria de la perversión, Hirschman comenta: “[…]la propia dulzura y autoalabanza de esta situación debería poner en guardia a los analistas del efecto perverso, así como al resto de nosotros: ¿podrían estar adoptando el efecto perverso con el propósito expreso de sentirse bien consigo mismos? ¿No están siendo excesivamente arrogantes cuando retratan a los seres humanos corrientes como si anduvieran a tientas en la oscuridad, mientras que, por el contrario, ellos mismos parecen tan notablemente perspicaces? Y, por último, ¿no están facilitando demasiado su tarea al centrarse en un único resultado privilegiado y simplista de un programa o una política: el opuesto al deseado? Porque se puede argumentar que el efecto perverso, que parece ser una mera variante del concepto de consecuencias imprevistas, es en un aspecto importante su negación e incluso su traición. El concepto de consecuencias imprevistas introdujo originalmente la incertidumbre y la apertura en el pensamiento social, pero en una huida de su nueva libertad, los defensores del efecto perverso vuelven a ver el universo social como algo totalmente predecible.” (p.42, énfasis propio, traducción del inglés) Como evitar caer en la tentación que conlleva el asumir una posición donde los efectos perversos son el punto de partida del análisis de los efectos de la política pública, y por lo tanto sospechosos de fracasar? La primera clave está en una de las citas anteriores de Hirschman: “El efecto perverso es un caso especial y extremo de consecuencia imprevista.” 1. Las consecuencias imprevistas de los programas son comunes y pequeñas, los efectos perversos catastróficos son, ex-ante, cisnes negros. Examinemos detenidamente la idea expresada en la última oración. Es sumamente frecuente encontrar situaciones en las cuales las instituciones generan efectos no anticipados. Todos podemos citar ejemplos anecdóticos en los que individuos han explotado el sistema de seguridad social, obteniendo beneficios para los cuales realmente no califican. La retórica reaccionaria suele argumentar que este fenómeno es tan generalizado que termina perjudicando a los verdaderos beneficiarios, dejándolos en peor situación que antes4. Sin embargo, esta es una afirmación bastante audaz porque asume de entrada la magnitud de los efectos, algo que casi es exclusivamente empírico. La presencia de efectos adversos no intencionados tras una intervención, fenómeno casi ineludible en cualquier acción implementada, no conlleva automáticamente a que estos efectos negativos superen o generen un daño social significativo que invalide el objetivo original. Para dar un ejemplo de caso típico de argumentación reaccionaria apliquemos el concepto de "riesgo moral" —la noción de que la protección incentiva asumir más riesgos— para criticar la obligatoriedad de los cinturones de seguridad en vehículos, argumentando que la percepción de seguridad que brinda el cinturón podría llevar a conductas de manejo más temerarias. Este argumento combinado con el supuesto de que tal comportamiento es "racional" indicaría un efecto perverso generalizado, invalidando la implementación de cinturones. Esta fue, de hecho, la postura del economista Sam Peltzman5, posteriormente adoptada por opositores políticos al mandato de uso de cinturones de seguridad en 1975. Sin embargo, hoy es ampliamente reconocido que los cinturones de seguridad salvan miles de vidas6, y que el 50% de las fatalidades en accidentes de tráfico en EE.UU. corresponden a individuos que no los utilizaban7. Diez años después, en un estudio publicado en el American Economic Review8: “Las series temporales que aquí se presentan revelan cierto comportamiento compensatorio, pero los efectos intrínsecos de ingeniería de los dispositivos de seguridad parecen anular las respuestas de comportamiento.” (Crandall & Graham, 1984,p.4) A pesar de esta y muchas más refutaciones de la relevancia de los efectos perversos que predecía Peltzman, todavía se habla hoy del Efecto Peltzman, casi 50 años después. Finalmente, una característica distintiva de los efectos perversos que son completamente contraproducentes es que son, por definición, imprevistos y no intencionados ex-ante, algo que Nassim Taleb denomina Cisnes Negros9 (en referencia a la anécdota de Karl Popper). Sin embargo, nuestro entendimiento sobre éstos, incluyendo las teorías que se usan para tratar de predecir su existencia, se forma retrospectivamente. Dado que no es posible asumir que éstos siempre se originan por las mismas causas que nuestra teoría, esto implica que a menudo los buscamos donde menos probabilidad hay de encontrarlos. En otras palabras, predecir su ocurrencia de antemano es una tarea especulativa. 2. Las consecuencias imprevistas de los programas también pueden ser positivas. Incluso si esos efectos potencialmente no deseados de una política o programa existen, asumir desde el principio que son negativos es tendencioso. También podrían tener efectos no deseados positivos, como explica Hirschman: “En realidad, es obvio que hay muchas consecuencias imprevistas o efectos secundarios de las acciones humanas que son bienvenidos y no lo contrario, aparte del señalado por Adam Smith. Un ejemplo familiar para los estudiantes de historia económica y social europea es el efecto positivo sobre la alfabetización del servicio militar universal. Del mismo modo, la institución de la enseñanza pública obligatoria hizo posible que muchas mujeres accedieran a un empleo, sin duda un acontecimiento imprevisto y presumiblemente positivo en gran medida. Sencillamente, no hemos prestado mucha atención a estos efectos no deseados tan bienvenidos, ya que no plantean problemas que haya que abordar y "resolver" urgentemente.” (p.45, traducido del inglés) La lista de invenciones modernas originadas por efectos imprevistos de acciones estatales es extensa, incluyendo desde el microondas, las pantallas táctiles y el GPS hasta el internet, que facilita nuestra comunicación actual. Es claro que predecir los efectos positivos imprevistos es tan complicado como anticipar los negativos, despues de todo, siguen siendo Cisnes Negros. Sin embargo, esto evidencia que suponer de antemano que los resultados de una política serán mayormente negativos y contraproducentes es tan incorrecto como esperar que tengan un éxito extraordinario y exponencial. 3. La inacción también tiene efectos perversos. La adopción de una postura reaccionaria, que presume de antemano los riesgos de las transformaciones radicales, puede parecer atractiva por permitir a algunos presentarse como moderados y enfocados en soluciones técnicas, prefiriendo “intervenciones quirúrgicas” a cambios transformativos. Sin embargo, esta perspectiva subestima gravemente los riesgos asociados con la inacción gubernamental. Para el reaccionario, el statu quo siempre es sostenible en el tiempo, así el mundo esté convulso y la acción sea necesaria. Siempre hay tiempo para pensar en un “pequeño empujón”, y las cosas tienden a siempre mejorar cuando no se interviene. Corolario es entonces, que cualquier enfoque proactivo es innecesario y contraproducente, y lo mejor es esperar a que las cosas mejores por sí mismas, haciendo cambios mínimos. La historia económica reciente está llena de lecciones duras, especialmente evidentes en eventos como la Gran Recesión de 2008 y el colapso económico posterior a la pandemia de Covid-19. Estas crisis destacan cómo la falta de acción preventiva y una respuesta gubernamental tardía pueden exacerbar las situaciones de emergencia. En ambos casos, la crisis se profundizó debido a la indecisión y la complacencia gubernamental, con fallas significativas en anticipar y mitigar amenazas inminentes. La verdadera mitigación de estas crisis solo se logró cuando los gobiernos adoptaron un enfoque activo y abordaron los problemas de manera integral. Este hecho contradice la noción de que se requieren únicamente "intervenciones quirúrgicas" mínimas, que en la práctica suelen ser insuficientes. A pesar de la imprevisibilidad de eventos como la Gran Recesión y el colapso post-Covid-19, una política pública efectiva no debe limitarse a reacciones mínimas y a una filosofía de "laissez faire". Es crucial reconocer que durante periodos de prosperidad, cuando se prioriza la "eficiencia" y la reducción de la "burocracia restrictiva", se pueden debilitar las instituciones esenciales para la prevención y el monitoreo de catástrofes. La desregulación de las agencias regulatorias, como la Comisión Federal del Comercio en el contexto de los derivados financieros antes de 2008, y el desmantelamiento de la dirección de salud y seguridad mundial y biodefensa en 2018 por considerarse "innecesaria", son ejemplos claros de cómo las políticas de recorte pueden dejar a la sociedad vulnerable a crisis futuras. Epílogo Qué posición deberíamos de tomar entonces? Para finalizar, Hirschman sugiere los siguientes puntos como base del debate democrático: “1) Tanto la acción como la inacción entrañan peligros y riesgos. Los riesgos de ambas deben ser analizados, evaluados y prevenidos en la medida de lo posible. (2) Las consecuencias nefastas de la acción o la inacción nunca pueden conocerse con la certeza de los dos tipos de Casandras alarmistas que conocemos. Cuando se trata de prever desgracias o catástrofes inminentes, conviene recordar el dicho Le pire n'est pas toujours sûr (Lo peor no siempre está garantizado).” (p. 152, énfasis propio, traducido del inglés) 1 Siebert, Horst (2001). Der Kobra-Effekt. Wie man Irrwege der Wirtschaftspolitik vermeidet. [El Efecto Cobra. Como evitar errores en la economía política] Munich: Deutsche Verlags-Anstalt. ISBN 3421055629. 2 Frankfurter Allgemeiner Zeitung, (2001), Die kürzesten Irrtümer sind die besten, [Los errores más cortos son los mejores- Reseña] https://www.faz.net/aktuell/feuilleton/wirtschaft/rezension-sachbuch-die-kuerzesten-irrtuemer-sind-die-besten-132833.html 3 Hirschman, A. O. (1991). The rhetoric of reaction. Harvard University Press. 4 Hirschman menciona que este fue uno de los argumentos en contra del establecimiento de la seguridad social, que la clase media “haría trampa” y que la ayuda no llegaría a los que la necesitan: El argumento de futilidad lo veremos en el próximo ensayo. 5 Peltzman, S. (1975). The effects of automobile safety regulation. Journal of political Economy, 83(4), 677-725. 6 CDC. Datos de EEUU. https://www.cdc.gov/transportationsafety/seatbeltbrief/index.html#:~:text=Among%20drivers%20and%20front%2Dseat,of%20serious%20injury%20by%2050%25.&text=Seat%20belts%20prevent%20drivers%20and%20passengers%20from%20being%20ejected%20during%20a%20crash. 7 NHTSA: https://www.nhtsa.gov/seat-belts/seat-belts-save-lives 8 Crandall, R. W., & Graham, J. D. (1984). Automobile Safety Regulation and Offsetting Behavior: Some New Empirical Estimates. The American Economic Review, 74(2), 328–331. http://www.jstor.org/stable/1816379 9 Taleb, N. N. (2010). The Black Swan:: The Impact of the Highly Improbable: With a new section:" On Robustness and Fragility" (Vol. 2). Random house trade paperbacks. *****Andrés Zambrano-Curcio, economista conductual latinoamericano haciendo mi doctorado en Alemania.