Por Raúl Quintana Alonso Vicedecano de Ordenación Académica. Profesor de Enfermería, Universidad Pontificia de Salamanca En la universidad española las plantillas docentes envejecen, las jubilaciones se acercan y la llegada de nuevo profesorado se produce tarde y con dificultades. Este problema de relevo generacional también sucede fuera de España, y es especialmente acusado en las titulaciones de Ciencias de la Salud. Las titulaciones sanitarias avanzan con lentitud: los docentes universitarios pasan una parte importante de su vida laboral encadenando contratos temporales con escasa remuneración y con poco margen para investigar o formarse, lo que retrasa su progreso y su consolidación profesional. Pero que las carreras se desarrollen de manera tan lenta es un problema cuando vemos que casi el 40 % del profesorado europeo supera los 50 años. Sustituir a estos perfiles requiere profesionales con doctorado, experiencia investigadora y formación pedagógica. El déficit en España En España la tendencia es aún más acusada. Solo las universidades públicas necesitarían 2 600 profesores más para desarrollar adecuadamente la docencia en Medicina. Este déficit se agrava con la previsión de jubilaciones en los próximos años, dado que buena parte del profesorado que sostiene la estructura docente pertenece a las cohortes de mayor edad. Esto afectará a la capacidad de las universidades para mantener asignaturas complejas, supervisar prácticas clínicas y liderar la innovación curricular. La precariedad en la universidad tampoco favorece la incorporación de nuevos perfiles. La actual temporalidad, la rotación contractual y los salarios poco competitivos actúan como frenos para que profesionales clínicos con alta cualificación se planteen una carrera académica estable. Esta situación dificulta tanto el acceso como la permanencia del profesorado novel. Enfermería confirma la tendencia Las disciplinas sanitarias comparten problemas estructurales, aunque Enfermería ofrece una radiografía especialmente clara. Estudios recientes indican que la consolidación académica plena, con doctorado y formación pedagógica avanzada, se alcanza en torno a los 54 años. Esta edad tan tardía es consecuencia de etapas prolongadas en la práctica clínica y falta de estructuras para una transición más temprana hacia la docencia y la investigación. En la práctica esto significa que, cuando un profesor consigue finalmente la estabilidad y la formación necesarias para ejercer plenamente como docente universitario, está más cerca de la jubilación que del momento en que inició su carrera profesional. Como consecuencia, sus años efectivos de contribución académica son relativamente pocos, lo que limita la capacidad de las instituciones para renovar equipos docentes y consolidar proyectos a largo plazo. Un problema que atraviesa fronteras La situación española encaja en un panorama internacional que avanza en la misma dirección. En Estados Unidos, la American Association of Colleges of Nursing (Asociación de Facultades de Enfermería) alerta cada año de la escasez de profesorado con doctorado, un problema que lleva a muchas facultades a limitar la admisión de estudiantes por falta de docentes cualificados. En Medicina, la Association of American Medical Colleges describe un envejecimiento progresivo del profesorado, sin apreciarse planes claros para encontrar un relevo adecuadamente preparado para los profesores que se jubilan. En esta misma línea, en el Reino Unido el Medical Schools Council observa un descenso continuo de académicos clínicos y una creciente dificultad para atraer profesionales que combinen experiencia asistencial y carrera académica, un equilibrio fundamental en las titulaciones sanitarias. Acreditación, exigencias y acceso difícil ¿Por qué no llegan estos profesionales a ser docentes universitarios en edades más tempranas? España cuenta con un sistema de acreditación exigente que busca garantizar la calidad del profesorado universitario. Este marco es esencial, pero puede resultar difícil de alcanzar para quienes han desarrollado la mayor parte de su trayectoria en la asistencia sanitaria. Un ejemplo habitual es el de una enfermera, un médico o un fisioterapeuta con años de experiencia clínica que, cuando decide dar el salto a la universidad, se encuentra con que se valoran de forma central indicadores como haber publicado múltiples artículos en revistas científicas de impacto, haber participado en proyectos de investigación competitivos y haber realizado actividades académicas en el extranjero, como estancias prolongadas o colaboraciones formales. Reunir ese conjunto de méritos rara vez está al alcance de quien sigue trabajando a turnos en un centro sanitario mientras intenta iniciar su recorrido académico. El resultado es una entrada lenta y complicada para profesionales altamente cualificados que podrían aportar un gran valor a la docencia universitaria. La universidad como embudo del sistema sanitario El debate público se centra con frecuencia en la falta de profesionales sanitarios, las listas de espera o las dificultades de los hospitales para cubrir vacantes. Sin embargo, la capacidad de formar a esos profesionales depende de algo previo y esencial: la universidad. Una universidad sin suficientes docentes no solo tendrá dificultades para ampliar plazas en titulaciones sanitarias, también corre el riesgo de no poder mantener su oferta actual. La Organización Mundial de la Salud advierte de un déficit global de profesionales de la salud para 2030. ¿Cómo podrá responder el sistema sanitario a la demanda creciente de profesionales si la universidad pierde capacidad para formarlos? Actuar ahora para proteger el futuro La respuesta no pasa por abrir más facultades, sino garantizar que existe un cuerpo docente suficiente, preparado y estable. Facilitar la transición desde la clínica hacia la academia, promover el doctorado temprano, ofrecer estabilidad laboral al profesorado novel y revisar los sistemas de acreditación para que reflejen de forma más ajustada la realidad de las trayectorias profesionales en las titulaciones sanitarias son medidas urgentes. Europa y Estados Unidos ya discuten estrategias para afrontar este reto. España necesita incorporarse a este debate con decisión.