En dos ocasiones anteriores he publicado, en este medio, un par de columnas sobre la fragilidad de la democracia en México y la necesidad de educar en pro de este sistema de gobierno, toda vez que en 2021 nos encontrábamos en el lugar 86 (de 167 naciones) en el Índice de Democracia (The Economist); posición que caracteriza a México como un “régimen híbrido”, cuyo gobierno presiona a la oposición, acosa a los medios de comunicación, tolera la corrupción y su poder judicial no es del todo independiente. Agregaría: … y cuando la verdad y la transparencia no son los basamentos que distinguen su comportamiento. Hay que recordar que, el concepto de democracia republicana nace en la Ilustración, cuando se pensó que la libertad humana solo se lograría a través del cultivo de la razón y de la inteligencia, y que sus principales enemigos eran la ignorancia y el oscurantismo. Para el filósofo Fernando Savater, los dos enemigos de la democracia son la ignorancia y la miseria; mientras que, para el activista social, Gilberto Guevara Niebla, ésta depende de las virtudes de los ciudadanos: de la moral, la inteligencia y la voluntad de sus miembros. Para ambos autores, la democracia requiere de ciudadanos que crean en ella, que compartan sus valores, que usen el diálogo como una manera de resolver los problemas y que participen activamente para que su voz sea escuchada y sus demandas atendidas. Savater enfatiza que este régimen requiere de ciudadanos bien formados, que estén dispuestos a escuchar a los demás y que tengan la voluntad de cambiar sus puntos de vista, cuando la razón se los indique. Por lo anterior, un país que desee ser democrático debe de educar a sus ciudadanos para erradicar la ignorancia, lo que no se entiende como falta de inteligencia, sino más bien como una carencia de información o de educación en áreas específicas y generales del saber. Tener funcionarios ignorantes puede plantear varios peligros para el buen funcionamiento de un país, tales como: 1) políticas ineficaces y toma de decisiones equivocadas, 2) falta de capacidad para comprender las necesidades y desafíos de la sociedad en asuntos claves, 3) aumento de la corrupción, por desconocer las implicaciones éticas y legales de ciertas prácticas, 4) desconfianza de la población, al percibir que sus líderes no están capacitados para abordar los problemas sociales y económicos de manera competente y 5) dificultad para que el país progrese con innovaciones en la administración pública, debido a la resistencia al cambio y a la adopción de nuevas ideas. En resumen, la ignorancia de los funcionarios gubernamentales afectará el bienestar general de la sociedad. Por ello, no es de extrañar que, en el pasado, en ciertos ámbitos del gobierno mexicano, se haya puesto atención en contratar a los funcionarios mejor preparados para ejercer la función pública de su competencia. Este fue el caso de los consejeros del Instituto Federal de Telecomunicaciones y de la Comisión Federal de Competencia Económica, quienes tenían que demostrar sus conocimientos y capacidades técnicas, en un examen elaborado por especialistas de las universidades más prestigiadas del país. Quienes obtuvieran las puntuaciones más altas pasarían a formar las listas de candidatos que serían elegidos por el congreso y el presidente de la República. Con este procedimiento, se garantizaba que solo los profesionistas mejor formados pudieran ocupar un alto cargo en estas dos instituciones, independientemente de sus filiaciones políticas. Por ello, el país debe de preocuparse en formar los cuadros que serán parte de la administración pública; entre mejor formación tengan, mejor será para el país. Lo contrario también es cierto: una democracia no puede aspirar a fortalecerse si sus funcionarios son ignorantes; peor, si éstos ignoran que ignoran lo que deben de saber. “La democracia de ignorantes no puede funcionar”, dice Savater. Por desgracia esta forma de pensar no la comparte el presidente de la República quien, para ocupar un puesto en el gobierno cuatroteísta, valora más la lealtad política que la capacidad profesional, en una relación de 9 a 1. Esperemos que el próximo gobierno opine exactamente lo contrario, y vea a la ignorancia como un problema y no como una virtud.