Por Oscar Misael Hernández-Hernández El Colegio de la Frontera Norte Hace tres meses, en El País se publicó un artículo que causó revuelo en el mundo académico: “uno de los científicos más citados en el mundo” fue “suspendido de empleo y sueldo para los próximo 13 años”. La razón porque el científico –un químico-, aunque tenía un contrato de tiempo completo en una universidad española, firmaba sus papers como investigador de otras instituciones. El artículo iba más allá: el científico era un hombre joven, pero en extremo productivo, que sólo durante el primer trimestre del año 2023 firmó 58 papers, lo que se traducía en uno cada 37 horas. Se especulaba que ello se debía a que el científico pagaba para firmar en publicaciones ajenas, o bien porque desde diciembre de 2022 utilizaba el programa ChatGPT “para pulir sus textos”, como él mismo reconoció en una videoentrevista.1 Más allá del morbo que pueda despertar el caso, el artículo de El País puso el dedo en la llaga en algo que académicas y académicos conocemos por demás: “El actual sistema científico se rige por el imperativo “publica o muere”, pues nuestras evaluaciones son sobre la cantidad de publicaciones. Lo ideal es que sean artículos en revistas de prestigio internacional o con factor de impacto, en especial cuando en países como México se “concursa” para ingresar o permanecer en el Sistema Nacional de Investigadores (SNII). Se dice que hoy en día eso es parte de un pasado caracterizado por la “ciencia neoliberal”, aunque cuando observamos de cerca los nuevos parámetros para la evaluación científica, los cuartiles para valorar-estimar la producción inquietan a más de una persona, sin importar el área de conocimiento. Esta lógica nos ha situado en varios dilemas, además de dotarnos de suficiente estrés que emana de las presiones institucionales por publicar. Es como si los personajes principales de la novela La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, en lugar de reflexionar sobre la levedad y el peso lo hicieran sobre el binomio publicar/morir; o si en lugar de angustiarse pensando en la herencia cuerpo/alma que define la humanidad, más bien fuera en la ecuación producción=reconocimiento. Lo cierto es que en el mundo científico publicar se ha vuelto una pesadez, a veces insoportable. Los ejemplos varían de persona a persona y de tiempo en tiempo. Durante mis años como estudiante universitario, por ejemplo, uno de mis profesores concursó para mantener su reconocimiento como investigador nacional. No lo logró. Enseguida fue a parar al cardiólogo. Él argumentó que no había una relación causal, porque ya traía detalles con sus válvulas cardíacas. Tiempo después, cuando fui profesor en la misma universidad donde estudié, una colega me llamó angustiada. Recién se habían publicado los resultados del antaño SNI y a ella la habían sacado del nivel equis. Nos vimos y ella no paraba de llorar. El asunto no sólo era el estímulo económico, sino también el prestigio académico. ¿Qué dirían sus colegas cuando lo supieran? En adelante, escribir y publicar se volvió su obsesión. Mi propia experiencia no se ha escapado del imperativo “publica o muere”. Por supuesto, no soy famoso y ninguna universidad extranjera me ha pedido que firme sus artículos; no escribo ni publico textos como si fueran tortillas de harina, y mucho menos he usado ChatGPT para “pulir” mis documentos. Ni siquiera lo conozco. Ello no me ha eximido de sentirme presionado por triple partida. Primero, porque en la institución donde actualmente laboro, se evalúan las publicaciones (entre otras cosas). Segundo, porque además de mi institución, me evalúa el nuevo Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt). Y tercero, porque como dijo don Pedrito Bourdieu, en universidades y centros de investigación, la competencia académica a veces está más que canija. En mi institución, por ejemplo, nos envían el registro de todos los investigadores e investigadoras con los puntajes de producción. Y desde hace unos meses, nos piden las dictaminaciones de revistas de reconocido prestigio, por aquello de que hayamos pagado para que nos publiquen. Publicar se ha vuelto una pesadez insoportable a la que se suman los periodos de espera para las dictaminaciones y la publicación de los papers o libros, el tiempo bruto y el tiempo neto que tenemos o dedicamos para escribir, incluso el nivel de exigencia y calidad que se nos pide o asumimos para elaborar un documento. Sin embargo, hay quienes han encontrado algunas estrategias o artimañas para no vivir el imperativo de publicar o morir, o al menos minimizarlo. Incluso podríamos pensar que se trata de formas para evitar la pesadez de publicar y llevársela más leve, más tranquila. Por supuesto, muchas de las veces es a expensas de otras personas. No olvido que cuando fui profesor en la universidad donde estudié la licenciatura, algún investigador o investigadora escribía una ponencia para un congreso, pero daba coautoría a otros tantos en nombre de la solidaridad por pertenecer a un cuerpo académico. El asunto no terminaba ahí: la misma ponencia se presentaba como artículo en una revista, con el nombre a veces de más de seis personas que ni siquiera habían revisado las referencias bibliográficas. Con las tesis sucedía algo similar, aunque había una variante: había profesores o profesoras que en un año llegaban a registrar la dirección de más de cinco tesis de licenciatura y otras tantas de maestría, cuando en realidad no eran tesis en un sentido estricto. Las ponencias o artículos que algún estudiante llegaba a escribir tenían una historia más cuestionable: el profesor o director de tesis alegaba derecho de coautoría en primer lugar, por aquello del rango y el prestigio académico que le podía dar al estudiante. Hoy en día las cosas no han cambiado mucho. Recuerdo a una pareja de investigadores que cada año publican un montón de artículos y libros, organizan eventos, acuden a congresos internacionales, etc. Ello les ha valido llegar a los más altos niveles del SNII. Todo va bien hasta que ponemos atención y se nota que algunos de sus textos solamente cambian de título, que son publicados en español y luego traducidos al inglés; o bien cuando se sabe que para evaluaciones finales piden a estudiantes de licenciatura que realicen determinado número de entrevistas, apliquen equis cantidad de cuestionarios, o elaboren algunos ensayos sobre el tema de su interés para después “pulirlos” y publicarlos. Tampoco olvido que una colega me comentó que una académica, con cargo universitario, le pedía a ella y a otras que escribieran artículos o coordinaran libros en los que su nombre debía aparecer. Tenía qué evaluarse en el SNII y no quería perderlo, pero tampoco su cargo. Todas lo sabían y debían quedar bien con ella, pues de eso dependía que les dieran clases, recursos o posibilidad de concursar para alguna plaza interna. También recuerdo el caso de tres colegas a quienes les pidieron escribir un capítulo para un libro. Uno de ellos participó relativamente argumentando que no tenía tiempo, pero que se conformaba con que pusieran su nombre en tercer lugar. Sí, publicar se ha vuelto una pesadez insoportable, que algunos se toman leve, pero a costillas de otros. Hace varios años un investigador mexicano lo dijo de forma brillante: académicas y académicas somos como gallinas que deben poner huevos deseables, que causen polémica; pero de no lograrlo corremos el riesgo de que nos tuerzan el buche y nos hagan caldo.2 La analogía es por demás sugerente. Aunque de fondo pocas veces nos preguntamos si en el proceso de poner huevos –o publicar- sacrificamos a otros, a nosotros mismos o a nuestra familia. Incluso, no nos preguntamos por qué los dueños del gallinero nos ponen en ese dilema. 1 Ansede, Manuel (2023). Suspendido de empleo y sueldo por 13 años uno de los científicos más citados del mundo, el español Rafael Luque. El País. https://elpais.com/ciencia/2023-03-31/suspendido-de-empleo-y-sueldo-por-13-anos-uno-de-los-cientificos-mas-citados-del-mundo-el-espanol-rafael-luque.html 2 Morales Zamorano, Miguel Arturo (2005). ¿Académicos o gallinas para caldo? Revista Iberoamericana de Educación, No. 36/4. https://rieoei.org/historico/jano/opinion06.htm#:~:text=Ser%20acad%C3%A9mico%20es%20producir%2