Por Agustín Joel Fernandes Cabal Investigador predoctoral en Filosofía, Universidade de Santiago de Compostela La cuestión de qué es más importante, la vida o la libertad, es compleja y profundamente filosófica. Por un lado, la vida es el valor más fundamental, sin el cual todos los demás valores carecen de sentido. Por otro lado, la libertad es la piedra angular de una sociedad justa y el elemento esencial para el florecimiento humano. Si bien tanto la vida como la libertad son importantes, la respuesta a esta pregunta depende de cómo entendamos y equilibremos estos valores. La vida es el valor más básico que sustenta todos los demás valores. Sin vida, no podemos perseguir ningún otro valor ni alcanzar ningún objetivo. La vida es la base de todo lo que hacemos, y es algo que todos compartimos. Es un valor universal que trasciende todas las fronteras culturales y religiosas. Además, la vida no se refiere solo a la supervivencia biológica; también se trata de calidad de vida. Todos queremos vivir una buena vida, libre de sufrimiento y llena de alegría y significado. Al mismo tiempo, la libertad es un valor crítico que es necesario para el florecimiento humano. La libertad es la capacidad de tomar decisiones y perseguir nuestros propios objetivos sin la interferencia de los demás. Es el fundamento de la democracia y el estado de derecho, que nos permite vivir en una sociedad justa. Sin libertad estaríamos sujetos a los caprichos de los que están en el poder y no podríamos perseguir nuestros propios sueños y aspiraciones. En resumen, la libertad es esencial para la dignidad humana y la autonomía. Dada la importancia de la vida y la libertad, ¿cómo equilibramos estos valores? La respuesta no es sencilla, ya que depende del contexto y las circunstancias. Por ejemplo, en tiempos de guerra o de crisis de salud pública, el valor de la vida puede tener prioridad sobre la libertad. En tales situaciones, el gobierno puede necesitar imponer restricciones a las libertades individuales para proteger la vida de sus ciudadanos. Asimismo, en casos de legítima defensa, el derecho a la vida puede justificar la limitación de la libertad de un agresor. ¿Derecho a vivir como nos parezca? Por otro lado, en una sociedad libre y democrática, la libertad puede tener prioridad sobre otros valores, incluida la vida. En tal sociedad, los individuos tienen derecho a perseguir sus propios objetivos y vivir sus vidas como mejor les parezca, siempre que no perjudiquen a los demás. El papel del gobierno es garantizar que todos tengan el mismo acceso a las oportunidades y proteger los derechos y libertades de sus ciudadanos. Sin embargo, en algunos casos, las libertades individuales pueden entrar en conflicto con el bien público y es posible que el gobierno deba intervenir para garantizar que se sirva al bien común. Un ejemplo de esto es el debate sobre el control de armas. Los partidarios de la Segunda Enmienda estadounidense argumentan que el derecho a portar armas es esencial para la libertad individual, mientras que los opositores argumentan que la violencia armada amenaza la vida de personas inocentes y que el gobierno tiene el deber de proteger a sus ciudadanos. En este caso, se trata de equilibrar el derecho a la libertad con el derecho a la vida. Si bien las personas pueden tener derecho a poseer armas, es posible que el gobierno deba imponer restricciones para evitar daños a otros. Otro ejemplo es la pandemia de la covid-19, que puso a prueba el equilibrio entre la vida y la libertad. Los gobiernos de todo el mundo impusieron restricciones a las libertades individuales, como el derecho a reunirse en público o viajar libremente, para contener la propagación del virus y proteger la vida de los ciudadanos. Si bien estas medidas fueron efectivas para reducir la propagación del virus, también han generado preocupaciones sobre los límites del poder del gobierno y los derechos individuales. Sin embargo, es importante reconocer que la vida y la libertad no son valores mutuamente excluyentes y que pueden equilibrarse. La libertad por delante No obstante, cuando se pone en disputa la libertad y la vida, hay más indicios históricos que se acercan a la idea de que la libertad es más importante que la vida. Se podrían citar cientos de ejemplos, pero quizás el más representativo (a lo sumo para el autor) fue la autoinmolación del vendedor ambulante Mohamed Bouazizi en el Túnez de 2010. Bouazizi, después de que la policía le confiscara sus mercancías al no tener los permisos de venta –que no eran necesarios en ese momento–, puso por delante la libertad y “entregó” su vida, causando así la Primavera Árabe y la Revolución Tunecina. Por otro lado, y en consciente contradicción con el párrafo anterior, día a día la casi totalidad del mundo pone por delante su vida. El ser humano vive limitado por reglas éticas y legales a cambio del bien común. Si bien el debate entre la libertad y el bien común es una discusión para otro artículo, es inobjetable la afirmación de que no somos puramente libres. El debate entre la libertad y la vida ofrece más interrogantes que afirmaciones. Tal vez la existencia del ser humano transcurre en un equilibrio entre la vida y la libertad; y en cuanto se pierde ese equilibrio, uno de los dos factores o se pierde o se daña. Está en cada ser humano buscar el balance y tener la posibilidad de reequilibrarlo en el caso de que tal equilibrio se pierda.