Fue un martes. Para más señas, 26 de abril del 2022. Habrá que recordar esta fecha por el impacto que causó la intervención del Dr. Marx Arriaga —Director de Materiales Educativos de la SEP— en la conferencia matutina del presidente López Obrador. Como un rayo en cielo sereno, se escuchó desde Palacio Nacional que el hilo conductor de la Nueva Escuela Mexicana era terminar con el modelo educativo previo, pues era “neoliberal, meritocrático, conductista, punitivo, patriarcal, racista, competencial (sic), eurocéntrico, colonial, inhumano, clasista, enciclopédico, especializado, legitimador de las diferencias…”. Era preciso, dijo quien hilvanó esta cadena de 14 adjetivos en menos de 10 segundos, adoptar otro modelo (construido con la participación de cientos de miles de docentes, padres de familia, pedagogos, académicos, niñas y niños) en el cual el magisterio, “concebido como un conjunto de líderes sociales” permita “recuperar la memoria histórica y la lectura como actividad compleja” y en el que se propicien “aprendizajes continuos, sin fragmentación y con enfoque de género” y se caracterice por ser: “decolonial (sic), libertario, humanista, contrario al racismo y las pruebas estandarizadas que segregan a la población…”. No basta, expresó, con el retorno a las aulas luego de la pandemia, pues volver con los planes y programas vigentes, y retomar la misma posición pedagógica, sería incongruente con la transformación necesaria de la experiencia educativa en México. Esta intervención dio a conocer a la sociedad, más allá de los interesados en el tema, que lo que vendría no sería un ajuste a lo previo, sino una modificación de raíz en el sistema educativo nacional. Meses antes, se filtraron varias versiones del Modelo Curricular y el Plan de estudios de la educación básica 2022, en las que luego de un diagnóstico negativo, sin matices, se daba a conocer que pasaríamos de una educación tradicional a la innovación más profunda de la que se tenga memoria: el tránsito hacia una escuela que, orientada por los aportes de la pedagogía crítica, ofreciera la oportunidad de lograr aprendizajes relevantes dejando a un lado la enseñanza por asignaturas asiladas. Para decirlo en breve, adoptar, mediante campos formativos y ejes articuladores, estrategias de trabajo por proyectos de aula, escuela y comunidad que, por ser significativos para docentes y estudiantes, impulsarían una educación activa, en la que la colaboración para realizar indagación conjunta incrementara el saber sin fragmentarlo en “materias inconexas” y, por la forma de conseguirlo, los valores propios de la crítica y la solidaridad; ya no la idea del mérito individual en la consecución de las competencias propias del capital humano como mercancía, sino la colaboración en el proceso de edificar el bienestar común. No se trata de reformular lo tradicional, sino de dejar atrás lo acostumbrado. La magnitud del propósito y la complejidad inherente para llevarlo a cabo —vino nuevo reclama odres nuevos— requería todo menos prisa. Considero que el rumbo y las ideas centrales son no sólo adecuadas, sino necesarias; pero, por ello, no es correcto llevarlas a cabo sin el tiempo y las condiciones básicas que, dada su importancia, implican. Lo peor que le puede ocurrir a un empeño tan interesante es que se considere factible de inmediato. Y eso es lo que, a mi entender, ha sucedido. Como siempre. ¿Cuál fue la crítica que prevaleció? Otra retahíla de adjetivos. Es oportuno incluirla en este balance.