"La mayoría de los habitantes del planeta están hoy mejor que nuestros antepasados porque los ciudadanos y los trabajadores de las primeras sociedades industriales se organizaron, desafiaron las decisiones dominadas por las élites sobre tecnología y condiciones de trabajo, y forzaron formas de compartir los beneficios de las mejoras técnicas de forma más equitativa. Hoy tenemos que volver a hacer lo mismo." - Daron Acemoglu, Poder y Progreso: Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad. La fantasía del tecno-optimismo Las teorías neoclásicas del crecimiento ponen un especial énfasis en el papel de las innovaciones tecnológicas en la producción como motor del crecimiento económico y, por ende, del bienestar general. En esencia, estas teorías sostienen que una mejor tecnología lleva a una mayor producción, lo que se traduce en una mejor calidad de vida para los habitantes de un país. Estas teorías suelen modelar el avance tecnológico como incrementos en la productividad del trabajo incorporados directamente en la función de producción. La premisa es que si la productividad de los trabajadores se eleva, sus salarios también lo harán. En un mercado laboral competitivo, el salario se determina por la productividad marginal del trabajador, es decir, el aporte adicional que brindaría un trabajador adicional a la producción. La teoría propone que un aumento en la productividad laboral, impulsado por la innovación tecnológica, eleva la demanda de trabajadores. Este incremento en la demanda debería traducirse en salarios más altos para ellos, basándose en el principio de oferta y demanda en un mercado laboral competitivo. Es esencial reconocer que este modelo asume ciertas condiciones, en particular, que existe un equilibrio en el poder de negociación entre empleadores y empleados. Desde esta perspectiva, la sugerencia para las políticas públicas es clara: para mejorar el crecimiento a largo plazo y la calidad de vida de los trabajadores, es esencial invertir ampliamente en ciencia y tecnología. Se asume que cualquier tipo de innovación, sin importar su naturaleza, potenciará la productividad laboral y la calidad de vida. Resumidamente, se basa en dos supuestos clave: 1. Las innovaciones tecnológicas siempre impulsan la productividad laboral. 2. Los beneficios derivados de estas mejoras en productividad se redistribuyen entre los trabajadores en forma de salarios más altos, gracias al funcionamiento de un mercado laboral competitivo. No es díficil ver como esta narrativa encaja perfectamente en el tecno-optimismo, entendido como “la creencia firme de que la tecnología (o una tecnología) hará del mundo un lugar mucho mejor, independientemente de las creencias sobre el equilibrio general de lo bueno y lo malo en el mundo.”1. No hace falta hacer mucho esfuerzo para ver como las personas más influyentes en nuestras sociedades, aquellos políticos y empresarios que toman las decisiones económicas y tecnológicas más importantes, se han dejado seducir por el discurso. Poder y Progreso: Conflicto y automatización. En su nuevo libro, “Poder y progreso: Nuestra lucha milenaria por la tecnología y la prosperidad.”2 Daron Acemoglu y Simon Johnson, plantea provocativas ideas alternativas que contradicen los supuestos clave mencionados anteriormente. No todas las tecnologías que aumentan la producción son iguales. los poderes de negociación y la elección de qué tecnologías de producción se desarrollan están sesgados a favor de los empleadores. 1. No todo lo que brilla es oro Acemoglu distingue entre dos tipos de innovaciones tecnológicas: aquellas que ahorran trabajo para realizar las mismas tareas (automatización) o implementar una supervisión más estricta de los trabajadores (disciplina), y aquellas que crean nuevas tareas .A menudo, se presta poca atención a esta distinción porque se asume que, si bien la automatización destruye "malos" trabajos, crea trabajos "mejores" y mejor remunerados que requieren más educación. Un ejemplo es la automatización de trabajos en una fábrica de automóviles donde ahora se usan robots. Los "malos" trabajos (los de los operarios que realizan tareas repetitivas y manuales) se destruyen, pero se crean "buenos" trabajos (ingenieros y técnicos que mantienen los robots). La prescripción neoclásica es entonces invertir en capacitación para que las personas que perdieron su trabajo debido a la automatización puedan acceder a estos nuevos "mejores" empleos. El problema de esta forma de entender las cosas es que se presume que la cantidad de trabajos generados por la automatización es igual a la cantidad destruida y que la calidad de los trabajos generados es superior. Sin embargo, se ignora qué y cómo se ha estado automatizando. Aquí es donde Acemoglu introduce el concepto de "automatización mediocre" (so-so automation): avances que perjudican el empleo y desplazan a los trabajadores sin generar un gran aumento de la productividad o de la calidad del servicio. Esta categoría incluye cosas como los cajeros de autoservicio en supermercados o las líneas telefónicas automatizadas donde es imposible hablar con un ser humano, y chatbots en las páginas web que nunca responden las inquietudes correctamente. Estos son usos de la tecnología que no ahorran trabajo, sino que desplazan el costo del mismo al consumidor directamente. No mejoran las ventas, ni la productividad o la calidad del servicio. Solo "ahorran" trabajo al hacer que el consumidor asuma el trabajo de ser atendido. Es evidente que este uso de la tecnología no beneficia a los consumidores, que se ven obligados a autoservirse, ni a los trabajadores que ahora están en riesgo de ser reemplazados, sino únicamente a las ganancias de los dueños de las empresas que ahorran en costos laborales. Además, estos avances a menudo contribuyen poco o nada a la creación de empleo. Incluso en los casos en los que las mejoras tecnológicas generan "más empleos", como es el caso potencial de la IA y de algunas plataformas, la calidad de los empleos generados es generalmente peor que los empleos reemplazados. Considere el caso de plataformas como Facebook o IA como ChatGPT que crean cientos o miles de trabajos precarizados y mentalmente dañinos en países del tercer mundo. En este escenario, la mejora tecnológica no conduce a una prosperidad compartida, sino a una situación que se asemeja a la primera mitad del siglo XIX, cuando apenas comenzaba la revolución industrial y no existía una verdadera negociación colectiva ni regulación: “Se hizo cada vez más evidente para los victorianos que, aunque la industrialización había enriquecido a algunas personas, la mayoría de los trabajadores vivían vidas más cortas, menos saludables y más brutales que antes de que la industria comenzara a desarrollarse. A mediados de la década de 1840, los autores y políticos de todos los lados del espectro político se preguntaban: ¿Por qué la industrialización había empeorado tantas vidas y qué se podía hacer al respecto? ¿Había alguna manera de alentar el crecimiento de la industria y al mismo tiempo compartir los beneficios de manera más amplia?”(p.179) Acemoglu plantea un segundo punto: cuando no existe equilibrio en la negociación (y una verdadera cogestión) y la toma de decisiones tecnológicas entre empleados y empleadores, estos últimos tienden a implementar una visión tecnológica sesgada a favor de sus propios intereses. Esto a menudo empobrece a los trabajadores ya que la tecnología se utiliza para implementar una mejor disciplina laboral (extrayendo más de los trabajadores), trasladar costos a los consumidores y en casos en los que sí hay ganancias por productividad, apropiarse de una porción más grande de las ganancias dada la reducción reciente en Occidente de los beneficios laborales. 2. La prosperidad compartida requiere balance de poder. Si consideramos que la tecnología, por sí sola, no es capaz de propulsar el desarrollo de una nación, surge una pregunta ineludible: ¿Qué elementos son cruciales para alcanzar un desarrollo integral y equitativo? En una entrevista concedida a Democracy Now, Daron Acemoglu, destaca dos condiciones imperativas para fomentar una prosperidad compartida “Una es que las nuevas capacidades tecnológicas amplíen [No reemplacen] lo que hacen los humanos, de modo que aumente su productividad marginal. Ésa es una, no sólo la automatización. El segundo es un conjunto de opciones institucionales y sociales para que los trabajadores obtengan una parte justa de lo que producen. La prosperidad compartida puede fracasar cuando se rompe uno de estos dos pilares. Así, se puede tener toda la automatización y eso no va a generar prosperidad compartida o se puede debilitar tanto la mano de obra que incluso cuando la mano de obra se vuelve más productiva, no es necesario pagar más a los trabajadores.” Se subraya aquí el papel dual de los sindicatos. Estos no solo se erigen como negociadores para mejorar los salarios y rectificar los desequilibrios en el poder de negociación, asegurando una distribución más equitativa de las ganancias generadas por avances tecnológicos; sino que también, cuando integran de manera efectiva la gobernanza corporativa, pueden desempeñar un papel vital y dinámico orientando la implementación de la tecnología hacia aplicaciones que complementan, en lugar de suplantar, las capacidades humanas. No obstante, Acemoglu subraya que son imperativas ciertas reformas al antiguo modelo sindical y enfatiza la necesidad de ajustes institucionales que restrinjan la capacidad de los propietarios de decidir unilateralmente cuáles innovaciones tecnológicas son deseables. En la mencionada entrevista, Acemoglu articula además cuatro políticas destinadas a optimizar la distribución de las ganancias derivadas de la tecnología: “Deberíamos encontrar formas de introducir la voz de los trabajadores, lo que no es fácil porque no creo que el viejo modelo de los sindicatos vaya a seguir funcionando y, lo que es muy importante, deberíamos tomar medidas para reorientar el cambio tecnológico. En el libro sugerimos dos políticas. Una es que hay un sesgo en nuestro sistema fiscal que grava más el trabajo que el capital y eso crea una razón artificial para automatizar excesivamente. Deberíamos eliminar esas asimetrías. En segundo lugar, deberíamos subvencionar tecnologías más respetuosas con el ser humano y los trabajadores, aunque, una vez más, no es fácil porque identificar esas tecnologías no siempre es sencillo.” El primer punto invita a una transición hacia una democracia económica y una cogestión entre capital y trabajo, que se alinea estrechamente con la perspectiva propuesta por Isabel Ferreras3, quien aboga por un enfoque de bicameralismo económico. En este modelo, tanto los accionistas como los trabajadores participarían activamente en la gobernanza empresarial, estableciendo un contraste palpable con los sistemas actuales, en los cuales únicamente los accionistas y sus representantes detentan el poder de tomar decisiones cruciales acerca del futuro de las empresas. En cuanto a la reorientación del cambio tecnológico, las consideraciones de Acemoglu encuentran eco en las perspectivas de Mariana Mazzucato4, para quien la innovación tecnológica depende considerablemente de la audacia del gobierno al asumir riesgos durante el desarrollo de tecnologías básicas, las cuales pueden o no tener éxito comercial. Así, la estrategia implicaría una inversión intensificada en aquellas tecnologías que tienen el potencial de potenciar la productividad laboral, mediante su complemento y la creación de nuevas tareas, más que a través de la automatización del trabajo. Finalmente, es imprescindible que todas estas medidas estén respaldadas por una estructura tributaria que equipare las contribuciones procedentes tanto del capital como del trabajo. Este aspecto podría erigirse como el más desafiante, dado que, tal como menciona Thomas Piketty5, la globalización y la liberalización han conllevado que los propietarios de capital puedan eludir con facilidad las tasas tributarias elevadas, trasladando sus activos a paraísos fiscales. En consecuencia, se hace imperativo un esfuerzo de coordinación a nivel internacional para garantizar que los capitalistas contribuyan de manera justa y equitativa al erario, lo que limita su poder de negociación vía la amenaza de evasión. 1.- Königs, P. What is Techno-Optimism?. Philos. Technol. 35, 63 (2022). https://doi.org/10.1007/s13347-022-00555-x 2.- Johnson, S., & Acemoglu, D. (2023). Power and Progress: Our Thousand-Year Struggle Over Technology and Prosperity. Hachette UK. 3.- Ferreras, I. (2017). Firms as Political Entities: Saving Democracy Through Economic Bicameralism. United Kingdom: Cambridge University Press. 4.- Mazzucato, M. (2022). El estado emprendedor: La oposición público-privado y sus mitos. Spain: Penguin Random House Grupo Editorial España. 5.- Piketty, T. (2020). Capital and Ideology. United Kingdom: Harvard University Press. *****Andrés Zambrano-Curcio,economista conductual latinoamericano