Que todo cambie para que todo siga igual

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La frase del encabezado evoca una gran paradoja sobre la continuidad dentro del cambio. Aunque el dicho se atribuye al italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela El Gatopardo (1958), la idea ha sido mencionada y sobre ella se ha reflexionado desde tiempos remotos. Y sí, su vigencia es innegable. La paradoja en cuestión no deja de provocar preguntas, una de ellas: ¿qué es eso que tiende a permanecer, por ejemplo en actitudes y comportamientos humanos, aunque en apariencia haya cambios? No hace falta ir muy lejos para encontrar atributos que parecen persistir en la naturaleza humana y a veces también en la naturaleza de sus antecesores en la evolución de las especies. ¿Ejemplos de ello? La lucha por la supremacía entre opuestos; la necesidad de fluir con la naturaleza, pero resistirse a ello; la hospitalidad, la ambición de poder político, la búsqueda de reconocimiento público, la protección a los menores, la explotación económica de unos por otros, el predominio de la conveniencia sobre la verdad, la preferencia de ilusiones y símbolos falsos sobre la realidad. Si la persistencia de atributos como estos es real, ¿de qué sirve entonces tratar de influir en estas actitudes y conductas, por ejemplo a través de la educación, especialmente sobre las que parecen contrarias a una existencia basada en valores éticos y respeto a los demás? Creo que la pregunta es válida, siempre y cuando aceptemos la vigencia de la paradoja de Lampedusa. Podría agregarse, sin embargo, que a pesar de los aspectos constantes no muy positivos de la naturaleza humana, la educación y el buen ejemplo no son están de sobra. Quizás su función más importante es la de ser herramientas de autocrítica, encaminada a reflexionar, reinterpretar y orientar mejor nuestra condición humana. No está en nuestra naturaleza renunciar a la posibilidad de cambiar para lograr una actualización continua de nuestra manera de existir en el mundo. Gracias anticipadas por sus comentarios.