Tres pilares del pensamiento (neo)reaccionario

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¿Qué significa ser reaccionario? Para muchos, incluso para aquellos que no comulgamos con las ideologías conservadoras, esta pregunta genera tanto fascinación como repulsión, dado el carácter peyorativo del término, que denota a alguien acusado de querer retroceder en el tiempo. Después de todo, vivimos en la modernidad liberal occidental, donde el ideal hegeliano del progreso lineal e inexorable, en paralelo con el avance tecnológico, se eleva casi a un nivel de valor universal, característico de las sociedades civilizadas. Por lo tanto, oponerse directamente a este ideal es prácticamente un tabú. ¿Por qué preocuparse por la sustentación ideológica de un grupo de personas tan abiertamente irracionales? Y, sin embargo, estamos en medio de lo que podríamos calificar, siguiendo el modelo de Hirschman¹, como una cuarta oleada reaccionaria. No es necesario mirar lejos: en Europa, en Estados Unidos o incluso en América Latina, se observan proyectos políticos extremistas que ganan terreno en un contexto de malestar generalizado con las consecuencias del experimento neoliberal. Consecuentemente, entender qué es lo que persiguen y qué comportamientos distinguen al reaccionario de, por ejemplo, un mero liberal-conservador, resulta esencial para identificar quién es quién en el debate público y cómo actuar al respecto. Propongo que, en su tipo ideal, la predisposición reaccionaria se define en tres dimensiones de la filosofía social, que se construyen sobre sí mismas y que son especialmente distintas de las posiciones ideológicas de socialistas, liberales y conservadores, a saber: Una ontología social basada en la autoridad, la jerarquía y el poder como fundamento metafísico de las relaciones sociales. Una epistemología social que toma elementos del conservadurismo clásico (Burke, Maistre y otros) para rechazar la capacidad racional de comprender la sociedad, y del romanticismo idealista, que enfatiza que solo la emoción individual puede guiar la acción colectiva. Una estética de la supremacía que establece la deseabilidad de la dominación como el motor del sentido humano. Antes de comenzar, es importante hacer dos aclaraciones. Si bien es posible que un individuo acepte parcialmente alguna o varias de estas ideas, cuando hablo de comportamientos o creencias de un “reaccionario”, me refiero siempre a un tipo ideal, el cual es muy difícil de sostener completamente. En segundo lugar, aunque el pensamiento reaccionario aparece dentro de la familia del pensamiento conservador y, sin duda, ambas aproximaciones ideológicas comparten una buena cantidad de influencias, el reaccionarismo responde a una variedad más virulenta de este, con expresiones siempre determinadas por el contexto histórico y cultural. En otras palabras, todo reaccionario es conservador, pero no todo conservador es reaccionario. Además, estas creencias interactúan y se refuerzan entre sí. Ahora sí, comencemos. La ontología de la autoridad. Para el reaccionario, existen dos principios incuestionables. El primero es el principio aristocrático, es decir, la idea de que, por esencia, algunos seres humanos son superiores a otros. El segundo es que el fundamento metafísico (o natural) de la realidad social es la jerarquía y el poder, y que, en el fondo, cualquier acción aparentemente influenciada por una ideología con algún objetivo superior en mente es, en realidad, una fachada útil para acceder al poder, que siempre es el fin último. En otras palabras, el objetivo último de la acción social es el poder por el poder en sí mismo. Esta creencia explica muy bien el proceso de pensamiento que lleva a la apatía habitual, así como la hostilidad que manifiesta la persona con predisposición reaccionaria hacia aquellos que impulsan algún tipo de cambio social, sin importar su color particular. Si se parte de que (i) aquellos que detentan el poder tradicionalmente son mejores (principio aristocrático) y (ii) cualquier apelación de un tercero por cambiar la sociedad está basada fundamentalmente en la búsqueda del poder, se pueden llegar a dos conclusiones, con diferentes niveles de hostilidad asociada: La conclusión funcional/subversiva, en la cual este es una persona inferior que intenta elevarse por encima de su nivel y amenaza con romper la jerarquía “natural” que permite el funcionamiento de la sociedad, por lo que es un actor subversivo; y La conclusión agónica, en la cual esta persona pretende obtener poder sobre mí, y por lo tanto, necesito defenderme de tal posible dominación. Naturalmente, no es imposible que una persona mantenga ambas creencias simultáneamente. Esto también explica la suspensión de la moralidad y la racionalidad que existen en los fascismos, las expresiones más extremas y modernas del pensamiento reaccionario: Para el reaccionario convencido, todo otro objetivo, valor o esquema moral está subordinado a la obtención del poder, y es, en el mejor de los casos, una herramienta útil para obtenerlo, y en el peor, un impedimento para “hacer lo que se necesita hacer”. Esto está, en gran medida, detrás de la aparente “diversidad ideológica” del marketing político reaccionario: se puede, o mejor dicho, se debe decir absolutamente cualquier cosa que sea popular y que permita elevar el nivel de poder propio. De ello se entiende, por ejemplo, que los fascistas alemanes hayan decidido autodenominarse como nacional-socialistas, con miras a confundir a los votantes de clase obrera, ya acostumbrados a ser abordados por partidos comunistas y socialistas. La cooptación de algún valor popular es siempre indispensable para el reaccionario, aunque sea solo discursivamente. Libertad, Orden o Seguridad están entre las categorías más usuales. Parecer es ser, si permite obtener poder, medido como se quiera. La otra gran diferencia entre la aproximación reaccionaria y las ideologías liberales y socialistas nacidas de la Ilustración radica en que ambas asumen algún nivel de igualdad, aunque sea mínimamente en la potencialidad de ejercer la razón. Por el contrario, asimismo, las ideas conservadoras tienden a ser “neutrales” en términos de la aproximación a la desigualdad: no es buena ni mala, sino una característica “natural” e inevitable de la vida social. Este no es el caso de las ideas reaccionarias. Estas consideran que la desigualdad es buena, ya que permite a los individuos superiores ejercer esa vida heroica para la que siempre fueron destinados. Lo que me lleva al siguiente punto: La Epistemología Romántica y el Irracionalismo La predisposición reaccionaria se construye sobre la observación conservadora de que la racionalidad es insuficiente para comprender la realidad social, originada de pensadores ingleses como Burke y Maistre. En su versión clásica, el mundo social es ontológicamente incognoscible para la racionalidad y, por lo tanto, cualquier intervención por parte de un agente racional está destinada al fracaso. Para el “reaccionario” clásico como Burke o Maistre, el político exitoso no es aquel que fundamenta su toma de decisiones basado en un proceso deliberativo racional, sino, por el contrario, aquel que navega los tempestuosos océanos de la sociedad y se encuentra, en un nivel mítico o heroico, en completa sintonía con su rol a cumplir. Es aquel que se encuentra en una sintonía mágica con el Zeitgeist de su época, algo imposible de adquirir mediante el raciocinio. Este abandono, casi rechazo, de la racionalidad como herramienta epistemológica para saber y actuar en una sociedad es algo que los pensadores reaccionarios clásicos del siglo XVIII y XIX comparten fuertemente con otros pensadores románticos de su época. De ese romanticismo se hereda tanto el énfasis en la emoción como guía de la decisión, así como la fijación y fascinación mítica con el pasado y es éste el punto de inflexión entre el pensamiento conservador y el pensamiento neo-reaccionario, que encuentran en su desarrollo histórico frente al siglo XX dos aspectos fundamentales que se relacionan y construyen la debacle neo-reaccionaria del fascismo. El primero es el abandono parcial del carácter místico e incognoscible de la realidad social. Si bien tanto el conservador (o reaccionario clásico) como el neo-reaccionario se predisponen en contra de la razón como método de conocer e intervenir en la sociedad, ambos tienen reacciones diferentes con respecto a ello en su praxis política, porque hacen presunciones algo diferentes con respecto a la ontología social. Para el conservador, ya que la racionalidad no existe y la acción coordinada social está condenada al fracaso, ningún cambio social es realmente posible de manera coordinada. Lo lógico, entonces, es atrincherarse en uno mismo y en la defensa ciega de sus intereses, vinculando su acción política a esta Weltanschauung, que le permite vivir sus fantasías románticas de manera más personal y privada; de lo contrario, se puede apelar a la tradición como manual a seguir y confiar en la “sabiduría acumulada” por generaciones pasadas. Para el neo-reaccionario, tal cosa es imposible, ya que asume que el fundamento ontológico orbita alrededor del poder, y ha aprendido durante el siglo XX de los éxitos de los revolucionarios de izquierda que (1) si no se acumula constantemente, ese poder eventualmente se verá corroído, por lo que defender es una estrategia perdedora a largo plazo, y (2) es posible cambiar la sociedad de manera coordinada. Es entonces cuando el poder por el poder en sí mismo cobra la forma de un gran ideal romántico de transformar la sociedad hacia esa jerarquía natural para recobrar su grandeza, tan observable entre los neo-reaccionarios. Un aspecto notable del tratamiento del discurso racional entre neo-reaccionarios, que los diferencia claramente de liberales y socialistas, no es que lo rechacen totalmente, sino más bien su relación instrumental con él. Dado el fin último, el neo-reaccionario no se siente atado a las mismas reglas de debate racional que un liberal o un socialista. La coherencia interna es secundaria frente al objetivo supremo de ganar poder. Esto permite que se mienta abiertamente, apelando incluso a nociones de “sentido común”, ya que la racionalidad o la verdad racionalmente cognoscible y verbalmente expresable se consideran inferiores al objetivo de alcanzar el ideal reaccionario de sincronía con el momento histórico que permite acceder a la grandeza. La estética de la supremacía ¿Qué atrae a una persona, criada en un contexto predominantemente liberal, a adoptar ideas neo-reaccionarias? La respuesta, como siempre, es compleja e involucra muchos factores distintos. Sin embargo, algunos temas son comunes y responden en gran medida al sentimiento de alienación y ausencia de sentido que a menudo se atribuye a la modernidad liberal. La persona que cae en círculos neo-reaccionarios, en buena medida, no se propone terminar en esos círculos, sino que forma parte de un ciclo de radicalización que se alimenta de necesidades humanas básicas y componentes bien establecidos, a saber, la búsqueda de sentido y la búsqueda de lo estético. Una de las razones por las cuales el pensamiento reaccionario (en sus variantes clásicas y neo-reaccionarias) resuena tanto entre grupos religiosos fundamentalistas es precisamente porque cubre un vacío de sentido que ambos conjuntos ideológicos pretenden llenar. De manera similar, el reaccionario suele comenzar su viaje hacia la radicalización como un individuo alienado y carente de sentido. Dado que los movimientos reaccionarios tienden a apropiarse de las ideologías supremacistas como coleccionistas, es común que hombres, mayoritariamente de raza blanca, frustrados por su evidente fracaso en cumplir los ideales supremacistas con los que han sido socializados (por ejemplo, el machismo), sean los principales sujetos a los que estos movimientos apuntan en la espiral de radicalización. El futuro reaccionario es entonces presentado con una estética de la supremacía. Héroes, conquistadores, hacedores de grandes hazañas son presentados en versiones románticas y vistos como culminadores del sentido humano. No existe sentido en la vida tranquila en comunidad (porque de por sí no se vive plenamente en el día a día debido a la alienación); lo único que puede dar sentido es la gran hazaña realizada por el líder heroico. Y es aquí donde la ideología supremacista manifiesta su funcionalidad. Para que exista un conquistador, debe haber un conquistado. Las hazañas de esta índole son la manifestación última y, en cierta medida, la confirmación del poder adquirido, es decir, la manifestación de la naturaleza fundamental de la realidad social, elevando al individuo a su grandioso propósito soñado. Solo mediante la dominación y/o exterminación del otro, al removerle su capacidad de resistirse, se logra esta hazaña. Esto es lo que el reaccionario ansía, y por ello abraza las ideologías supremacistas, porque le permiten ejercer ese poder destructivo y elevarse como un ser poderoso por encima de otros seres humanos. Corolario Hemos realizado un pequeño recorrido que, espero, ayude a entender el comportamiento de los neo-reaccionarios. Para resumir, en mi opinión, la predisposición reaccionaria se reduce a tres creencias fundamentales que se refuerzan entre sí. La primera y más fundamental es que el poder es el fin último de la acción social. La segunda es que la razón es, en el mejor de los casos, una mera herramienta para adquirir poder, y la tercera es que la dominación del otro es lo que confirma ese poder y le da propósito y sentido al individuo. Espero que haya sido un recorrido útil. 1.- Albert Hirschman, en su obra "Retórica de la Reacción" (1981), analiza tres olas históricas de reacción conservadora. La primera ola surgió tras la Revolución Francesa, cuando las fuerzas monárquicas y aristocráticas intentaron revertir los cambios revolucionarios y restaurar el antiguo régimen, con el objetivo de eliminar la idea emergente de la democracia y el republicanismo liberal. La segunda ola ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX, después de las revoluciones liberales y nacionalistas de 1848 en Europa, donde los regímenes conservadores se reorganizaron y restablecieron su control, buscando frenar y extinguir los llamados por el sufragio universal y extensión de derechos civiles. Finalmente, la tercera ola se identifica en el contexto de la posguerra en el siglo XX, marcada por un resurgimiento del conservadurismo en respuesta a la expansión del estado de bienestar y los movimientos de derechos civiles en las décadas de 1960 y 1970, un giro conocido como el “neoliberal turn”. ****Economista conductual latinoamericano haciendo mi doctorado en Alemania.