Trump y el alto costo de la fuga de cerebros

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Los ataques del presidente estadounidense Donald Trump a la Universidad de Harvard y sus estudiantes internacionales han conmocionado al mundo, no sólo por su crudeza sino también por su flagrante miopía. Durante décadas, universidades líderes como Harvard han sido un pilar del poder blando estadounidense. Muchos de los estudiantes más brillantes del mundo han aspirado a estudiar en instituciones estadounidenses, y los mejores investigadores han buscado unirse a su facultad. Harvard representa la cúspide de la educación superior estadounidense y mundial. Incluso el presidente chino, Xi Jinping, decidió enviar a su hija allí. Ahora, la situación está cambiando. Académicos destacados abandonan Estados Unidos para escapar de la atmósfera paranoica fomentada por las políticas de Trump, y estudiantes internacionales de primer nivel que antes aspiraban a universidades como Harvard, Columbia o Northwestern —todas ellas en la mira recientemente de Trump— eligen otros países por temor a que su educación se vea interrumpida. Las consecuencias podrían ser graves. Desde el año 2000, investigadores estadounidenses han ganado alrededor de dos tercios de los Premios Nobel en química, física y medicina, y el 40 % de estos galardonados eran inmigrantes. Cabe destacar que casi la mitad de los ganadores del Premio Nobel inmigrantes residentes en Estados Unidos completaron sus estudios de posgrado en universidades estadounidenses. Estos académicos no solo impulsaron investigaciones pioneras y reforzaron el prestigio de sus instituciones, sino que también sirvieron como profesores y mentores para estudiantes estadounidenses e internacionales, atrayendo a una nueva generación de talento académico. Además, estas interacciones interculturales ayudan a los estudiantes estadounidenses a comprender mejor otras sociedades, a la vez que ofrecen a sus homólogos internacionales una experiencia directa de la vida en Estados Unidos. Muchos de quienes estudian en Estados Unidos regresan posteriormente a sus países de origen y alcanzan puestos destacados en el gobierno, el mundo académico y el sector privado. En 2024, 70 jefes de estado o de gobierno habían completado parte o la totalidad de su educación superior en Estados Unidos. Hasta hace poco, estos beneficios eran ampliamente reconocidos en todo el espectro político estadounidense. Un sistema eficaz —el Programa de Estudiantes y Visitantes de Intercambio— permitía a las instituciones certificadas admitir a estudiantes extranjeros. El SEVP permitía a los graduados con visas de estudiante permanecer en el país hasta tres años para adquirir experiencia laboral. Pero en una asombrosa muestra de ignorancia y malicia, la administración Trump intentó despojar a Harvard de su capacidad para admitir estudiantes internacionales e incluso ordenó a los consulados estadounidenses que no procesaran las solicitudes de visa de quienes planearan asistir a la universidad, una medida que fue bloqueada recientemente por un tribunal federal. Esta incertidumbre es profundamente inquietante para los estudiantes actuales y futuros. Quienes planeaban comenzar sus estudios en septiembre podrían descubrir que ahora es demasiado tarde para matricularse en otro lugar para el próximo año académico. Una disminución en la matrícula de estudiantes internacionales no solo obstaculizará la investigación en instituciones estadounidenses al reducir la cantidad de asistentes talentosos, sino que también debilitará la cantera global de futuros científicos, disminuyendo la profundidad y la calidad de la investigación a nivel mundial. Lo que Trump y sus acólitos no comprenden es el fuerte vínculo entre la excelencia de las universidades estadounidenses y el historial de innovación del país. Un análisis de 2022 reveló que más de la mitad de las startups estadounidenses valoradas en más de mil millones de dólares tenían al menos un fundador nacido en el extranjero, y en la mitad de esos casos, el fundador llegó al país como estudiante. Algunos partidarios de Trump han argumentado que prohibir la matrícula de estudiantes extranjeros en Harvard y otras universidades privadas crearía más oportunidades para los estudiantes estadounidenses. Sin embargo, aunque podrían abrirse algunas plazas adicionales, el impacto probablemente será mínimo. De hecho, dado que una proporción significativa de estudiantes internacionales paga la matrícula completa, su ausencia reduciría los recursos disponibles para ayuda financiera. Los estudiantes extranjeros han estado subsidiando a los estudiantes estadounidenses que reciben asistencia, una fuente vital de apoyo financiero que ahora se perdería. Esas pérdidas de ingresos palidecen en comparación con las contribuciones más amplias de Harvard y el sistema de educación superior. La educación universitaria ha sido durante mucho tiempo un importante producto de exportación de Estados Unidos, con muchos más estudiantes internacionales que llegan al país que estadounidenses que salen del extranjero. Solo en el año académico 2023-24, los estudiantes extranjeros contribuyeron con un estimado de 44 000 millones de dólares a la economía estadounidense. Sin duda, Harvard y otras universidades no son inmunes a las críticas. Pero desalentar o restringir la matrícula extranjera representaría una profunda pérdida tanto para los estudiantes como para el profesorado estadounidense e internacional. Al atacar a las principales universidades, la administración Trump está socavando una de las joyas de la corona de Estados Unidos y asestando un golpe sin precedentes al motor de la competitividad estadounidense. ****Anne O. Krueger, execonomista jefe del Banco Mundial y exprimera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, es profesora principal de investigación de Economía Internacional en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins e investigadora principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Stanford. (Project Syndicate). Imagen: shutterstock.