Por David López Cabia El PIB o Producto Interno Bruto, se ha consolidado como el indicador económico más utilizado por los economistas para medir la riqueza y, por tanto, el crecimiento económico. Sin embargo, ¿hablamos de un indicador fiable para medir el crecimiento? ¿Contempla este indicador nuevas tendencias en la producción, como la sostenible? El primer indicador económico que se nos viene a la cabeza cuando queremos observar o analizar el crecimiento económico de un país, o un territorio determinado, es el producto interior bruto (por sus siglas en español, PIB o PBI). En esencia, hablamos de un indicador que refleja el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por un territorio en un determinado periodo de tiempo. Por tanto, para que una economía crezca, es decir, para que aumente el PIB, debemos saber que es necesario que se incremente la producción. Sin embargo, ¿cómo encaja un indicador económico como el PIB en un escenario en el que la reutilización y el reciclaje es cada vez más común entre los consumidores? ¿Cómo podemos medir correctamente la economía con el PIB, si el mundo está cada vez más concienciado sobre la importancia de producir de forma sostenible? ¿Cómo sabremos si crece o no una economía en una globalización que apuesta por frenar la producción masiva? Y es que, como decíamos, el PIB es un indicador que mide la producción, por lo que debe incrementarse la producción para que la cifra de PIB se incremente. Sin embargo, una gran mayoría de países en el mundo se han comprometido con unos objetivos de desarrollo sostenible que confrontan directamente con este indicador y su fórmula para medir el crecimiento. Pues debemos saber que el PIB, pese a ser el mejor indicador para medir el crecimiento económico hasta la fecha, ignora aspectos clave como los citados, entre los que destacan la sostenibilidad, el reciclaje y la calidad de los productos fabricados. En otras palabras, el PIB mide, por ejemplo, la cantidad, pero no mide la calidad. Su forma de medir la riqueza precisa de una mayor cantidad de bienes y servicios para poder afirmar que la economía «crece». Por esta razón, son muchos los economistas que, ante este nuevo escenario, abren el debate sobre si el PIB es el indicador correcto para medir la economía, o debemos apostar por otros indicadores que tengan en cuenta estos aspectos. Un debate que, entre otras cosas, nos muestra que el PIB, el indicador más utilizado por los economistas en todo el planeta, es un indicador incompleto. Los orígenes del PIB: Cómo, cuándo y por qué nace este indicador «Para remontarnos a los orígenes del PIB, debemos viajar hasta los tiempos de la Gran Depresión, cuando Estados Unidos aún arrastraba los devastadores efectos del crack del 29.» Como explicamos anteriormente, a día de hoy, el PIB se ha convertido en el rey de los indicadores económicos. Es la magnitud que utilizan todos los economistas, periodistas y políticos para valorar la buena o mala marcha que muestra una determinada economía. Además, debido a que el PIB puede medirse de distintas maneras, también nos permite, mediante el PIB per cápita, comparar la situación económica de dos o más territorios. Sin embargo, ¿cómo surgió el PIB? ¿Quién creó este indicador? ¿Por qué se ha empleado durante tantos años en los diagnósticos económicos? Para remontarnos a los orígenes del PIB, debemos viajar hasta los tiempos de la Gran Depresión, cuando Estados Unidos aún arrastraba los devastadores efectos del crack del 29. El entonces presidente estadounidense, Franklin Delano Roosevelt, buscaba una forma de medir el impacto que había causado la crisis en la economía de los Estados Unidos. Con todo, el Gobierno ya sabía que el desempleo había aumentado de manera terriblemente preocupante, de la misma manera que conocía el descalabro que había vivido la bolsa de valores. Sin embargo, corría el año 1932 y Roosevelt necesitaba una visión de conjunto, una perspectiva global que le permitiera diagnosticar el impacto global de aquella terrible recesión; hasta la fecha, la más catastrófica. Para ello, Roosevelt recurrió al economista Simon Kuznets, un economista ruso-estadounidense, el cual impartía clases en la Warthon School de la Universidad de Pensilvania, en la John Hopkins y en la Universidad de Harvard. Así, Kuznets y su equipo se desplazaron por todo el país para informarse del gasto, la producción y el consumo de las compañías estadounidenses. El objetivo de Kuznets era medir el “valor añadido” de la producción. Para ello, era preciso sumar el valor de la producción en cada una de sus distintas fases. Gracias a Kuznets, en 1934 ya se disponía del PIB como indicador económico. El PIB: ¿Solo importa la cantidad? «En otras palabras, no importa producir mejor, sino producir más» Al estar hablando de producción bruta, debemos señalar que no se distingue entre producción de alta calidad y producción de baja calidad. Así, el PIB no tiene en cuenta las emisiones de dióxido de carbono, el vertido de plásticos al mar o los efectos de la deforestación. Si la producción aumenta, no importan los efectos contaminantes del uso de combustibles fósiles, ni tampoco se tiene en cuenta la tala indiscriminada de árboles. Por tanto, de cara al PIB, la economía simplemente crece, pero no indica cómo crece, así como si el crecimiento que se está dando, en el futuro, podría estar gestando una gran crisis económica. Veamos la Gran Recesión alimentada por una burbuja inmobiliaria. Pese a que se estaba gestando una crisis de dimensiones históricas, el PIB seguía creciendo, pues seguía incrementándose la producción. En otras palabras, no importa producir mejor, sino producir más, quedando por tanto olvidados los efectos negativos de la actividad económica, también conocidos como externalidades; en este caso negativas. Asimismo, cabe destacar el ejemplo de aquellos países que, no incrementando su producción, se centran en una producción sostenible, de bienes de alto valor añadido y en los que los recursos empleados se usen más eficientemente. Dado que este país no se ha centrado en incrementar su producción, sino que se ha centrado en producir más eficientemente y de forma sostenible, este país podría no estar creciendo tanto si atendemos a su PIB, pero sí podría estar registrando un mayor desarrollo. Una vez más nos enfrentamos a un complicado dilema, a un enfrentamiento entre crecimiento económico y desarrollo sostenible que cada día gana más adeptos entre los académicos. Las dudas nos asaltan. ¿Debemos sacrificar el crecimiento económico para garantizar un futuro a las generaciones venideras? ¿ Es el crecimiento económico la prioridad? Sea como sea, el debate está más vivo que nunca, pues lo comentado nos permite afirmar –esta vez con motivos– que el PIB es un indicador incompleto. El PIB: un indicador incompleto «Y es que el PIB era un reflejo de la actividad económica, pero no nacía como un indicador para medir el bienestar, como pretenden muchos economistas.» Cabe señalar que fue el propio Simon Kuznets, antes que lo hicieran los académicos, quien fue muy crítico con el indicador que él mismo había creado. De acuerdo con este, el PIB únicamente se centraba en la cantidad, pero no en la calidad. Por ello, debíamos ser conscientes de la necesidad de seguir elaborando indicadores que, como el índice de desarrollo humano (por sus siglas, IDH), implementen nuevas variables que debían ser tenidas en cuenta para medir correctamente el crecimiento y el desarrollo. Y es que el PIB era un reflejo de la actividad económica, pero no nacía como un indicador para medir el bienestar, como pretenden muchos economistas. Sin embargo, con el mundo sumido en la Segunda Guerra Mundial, economistas de la talla de Keynes defendían que lo importante era la producción y no una medida del bienestar. Con las fábricas volcadas en la producción de carros de combate, cañones, aviones y barcos, el bienestar parecía quedar en un segundo plano. De ahí que el PIB se consolidase. Y más aún tras la guerra, con una Europa devastada en la que Estados Unidos, como país que financió la reconstrucción, necesitaba saber cómo iba progresando económicamente cada país. Posteriormente, tras ampliarse su uso en foros como la ONU, el PIB se convirtió en un indicador estándar para medir el crecimiento económico a nivel internacional. Es por esta razón por la que, a día de hoy, el PIB se ha consolidado como principal indicador económico. Cuando uno escucha los análisis económicos en la televisión o leemos artículos de prensa, asume que incrementar nuestra riqueza, nuestra prosperidad, pasa necesariamente por un incremento del PIB. También en las altas esferas políticas o en instituciones como el Fondo Monetario Internacional se hacen referencias constantes a la necesidad de que crezca el PIB para hablar de crecimiento económico. Sin embargo, la gran consecuencia de esto, es decir, de utilizar el crecimiento del PIB como sinónimo de prosperidad, significa dejar a un lado aspectos como el desarrollo sostenible, la reducción de la polución o el número de horas que emplea un trabajador en su empresa. Todo ello significa que el incremento de la producción es el gran objetivo. Por tanto, resulta evidente que el PIB, aunque es de gran utilidad, es un indicador incompleto, como decíamos, el cual surge en una era industrial poco comprometida con los efectos de la contaminación y la no reutilización de recursos. Por esta razón y en conclusión, pese a su amplia utilización como indicador de referencia, este necesita actualizarse y adecuarse al nuevo contexto. Un contexto en el que la producción masiva y el crecimiento sostenido son ideas que ya comienzan a desaparecer de la mente de los economistas.