Cómo diseñar áreas marinas protegidas que sigan el ritmo del cambio climático

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Por Roberto Ulises Cruz Aguirre Teniendo como caso de estudio la Bahía del Sur de California y las aguas a lo largo de la península de Baja California, un equipo internacional de investigadores en el que participaron seis académicos del CICESE, establecieron pautas para diseñar áreas marinas protegidas que no solo se enfoquen en la conservación de la biodiversidad, sino que permitan a las especies vulnerables sobrevivir la pérdida de hábitat que trae consigo el cambio climático, aún cuando exista de por medio una frontera entre dos países. El estudio se publicó el pasado 26 de octubre en la revista One Earth, y fue liderado por la Universidad de Stanford. Incluyó a 50 científicos y profesionales del mundo académico, organizaciones de conservación y agencias de gestión de Estados Unidos, México y Australia. En el artículo Guidelines for designing climate-smart marine protected areas, el equipo tomó como caso de estudio los ecosistemas y especies asociadas a los bosques de macroalgas presentes en la Bahía del Sur de California, de Punta Concepción (al norte de Santa Barbara) a San Diego, una región que se distingue por una curva gradual en la trayectoria sureste de la costa, y que continúa hacia el sur en la costa de la península de Baja California. Aquí, los bosques de algas gigantes principalmente del género Macrocystis, proporcionan áreas de crianza, refugio de depredadores y tormentas, y alimento para cientos de especies de valor comercial, ecológico y cultural. En los últimos años, las ondas de calor marinas y los períodos prolongados de bajo nivel de oxígeno disuelto han provocado el colapso de pesquerías de valor comercial como el calamar gigante y el abulón, poniendo en peligro los medios de vida de las comunidades locales. Aunque Baja California alberga grandes áreas marinas protegidas y está en proceso de diseñar más, sólo menos de 1% de sus aguas costeras están completamente protegidas y prohíben actividades extractivas como la pesca o la perforación. En California, las áreas marinas protegidas comprenden 16% de las aguas estatales, la mitad de las cuales están totalmente protegidas. Según el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de California, estas aguas protegidas constituyen la red de áreas marinas ecológicamente conectadas más grande del mundo. Sin embargo, el primer autor del artículo, Arafeh-Dalmau (Stanford), señaló que “hasta ahora, las áreas marinas protegidas han sido diseñadas para la conservación de la biodiversidad, pero no necesariamente para la resiliencia climática; esto es, sufren los impactos climáticos, pero no están diseñadas para soportarlos”. Esta red de áreas protegidas no tiene en cuenta cómo se mueven las especies entre Estados Unidos y México, lo que significa que incluso si un país protege los viveros de especies, esos beneficios se pierden si las protecciones ponen fin a una breve deriva hacia el país vecino donde las larvas podrían asentarse y crecer hasta adultos.

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Por ello, en este estudio los investigadores esbozaron pautas para que los gobiernos proporcionen a las larvas que sobreviven largas distancias a la deriva, como las de erizos y langostas, así como a especies migratorias como tortugas y tiburones, sitios protegidos donde puedan hacer escalas o paradas a lo largo de estos corredores costeros. “Diseñamos un enfoque sistemático para ayudar a los administradores de recursos a mantenerse a la vanguardia y anticipar, en lugar de reaccionar, al cambio climático”, dijo el coautor principal Adrián Munguía Vega, investigador de la Universidad de Arizona y del Laboratorio de Genómica Aplicada, que se ubica en La Paz, B.C.S. “Gran parte de esto es mostrar cómo ecosistemas marinos enteros y las especies que los habitan están conectados por corrientes oceánicas que no se detienen en la frontera internacional. Por lo tanto, necesitamos esfuerzos coordinados y protecciones más allá de las fronteras políticas”. Se requiere entonces integrar la adaptación climática y la gestión transfronteriza para diseñar estas nuevas redes de áreas marinas protegidas, climáticamente inteligentes, que sean capaces de seguir el ritmo del cambio climático. Las agencias gubernamentales encargadas de establecer nuevas áreas marinas protegidas suelen referirse a criterios biológicos y físicos desarrollados por científicos durante las últimas dos décadas. Los autores del estudio ampliaron estas pautas desde el reconocimiento de la necesidad de abordar las adaptaciones climáticas hasta la planificación explícita de cómo podrían desarrollarse varios escenarios climáticos futuros. El nuevo marco requiere que los administradores de recursos marinos evalúen si los cronogramas propuestos facilitarán la recuperación de especies vulnerables durante la próxima década o incluso el siglo. También se requiere que consideren si las áreas protegidas incluyen toda la gama de hábitats que las especies regionales necesitan para prosperar, y su persistencia a lo largo del tiempo. Considerados como “refugios climáticos”, estos hábitats (playas arenosas, marismas, arrecifes rocosos y bosques de macroalgas), a menudo experimentan cambios naturales de temperatura debido a las corrientes locales y pueden proporcionar un alivio constante a las especies que enfrentan choques térmicos extremos. En el estudio, donde participaron por el CICESE los investigadores Oscar Sosa-Nishizaki, líder del grupo de Ecología Pesquera, Alejandro Parés Sierra (Oceanografía Física) y Cecilia Soldatini (Unidad La Paz), así como los posdoctorantes Emiliano García Rodríguez y Luz Erandi Saldaña Ruiz, y la egresada Frida Cisneros Soberanis, estos últimos del Laboratorio de Ecología Pesquera, los expertos examinaron décadas de imágenes satelitales para mapear la persistencia de bosques de macroalgas a lo largo de 2 mil 700 kilómetros de costa. El área de estudio se dividió en cuatro subregiones: la Bahía del Sur de California, la parte norte y central de la península, y la isla Guadalupe. Estas cuatro subregiones representan fronteras geográficas (la frontera entre Estados Unidos y México) y áreas biogeográficas distintas donde la composición de especies varía debido a las condiciones ambientales. Cuantificaron cuántos refugios seguros proporcionan para las larvas de pepinos de mar, erizos, abulones y pez vieja, y descubrieron que, según los actuales esquemas de protección, las ondas de calor marinas que se esperan durante los próximos 50 años destruirán el hábitat adecuado para estas larvas. También estimaron que la conectividad ecológica, una medida de la capacidad de los animales para moverse libremente de un lugar a otro, se reducirá aproximadamente a la mitad, mientras que la densidad de población podría disminuir hasta en 90%. Esto significaría reservas genéticas más pequeñas y un mayor riesgo de colapso poblacional. Los métodos de evaluación convencionales priorizan la protección de las áreas que tienen la mayor cantidad de especies de algas marinas. El nuevo marco, por el contrario, identificó sitios donde las algas marinas tienen mayores posibilidades de sobrevivir y es más probable que proporcionen un hábitat estable para que otras especies marinas se reproduzcan. Recomendaron una serie de áreas protegidas que, como si fueran un collar de cuentas, pudieran unir poblaciones que permanecen aisladas a lo largo de la Bahía del Sur de California y las costas de Baja California. “Esta estrategia de trampolín puede ser muy rentable y más barata para todos”, dijo finalmente Arafeh-Dalamu, quien documentó entre 2014 y 2016 la peor onda de calor marina de México.