Por Karina Canseco Ciudad de México, mayo 5.- Las poblaciones en el mundo se están movilizando desde hace mucho tiempo, pero en los siglos XX y XXI lo han hecho sobre todo debido a la búsqueda de empleo, para huir de la violencia que se vive en sus lugares de origen y recientemente por cuestiones vinculadas al cambio climático. La migración de las poblaciones mexicanas a Estados Unidos y las repercusiones en la familia, salud, política y economía; la condición de ciudadanía legal o ilegal; el ingreso al mercado de trabajo; el acceso a servicios de salud y la mejora en la calidad de vida, fueron temas abordados en el Foro Población, Migración y Envejecimiento: Realidades y Desafíos, organizado de manera conjunta por la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto de Atención y Protección al Migrante y su Familia, la Universidad Juárez de Durango, y la Secretaría de Educación de ese estado, en el que se enfatizó sobre la vinculación de los factores migración y envejecimiento. En ese contexto, Verónica Montes de Oca, coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez de la UNAM, destacó la importancia de ubicar en qué periodo migró la población mexicana a Estados Unidos y planteó los distintos escenarios. Durante el Programa Bracero (1942-1964) llegó a Estados Unidos 21.4 % de las personas; en el Periodo Indocumentado (1965-1985), 44 % de la migración mexicana; de 1986 a 1993, durante la legalización de la Ley de Reforma y Control de Inmigración (IRCA), llegó 11 % de dicha población. Dijo que durante el Periodo de la Migración Clandestina (1993-2000) arribó 23.4% de los mexicanos, y ubicó el Periodo de la Criminalización de la Migración a partir de 2001 en adelante. Señaló que estos dos periodos, de forma particular, afectaron la vida de las personas migrantes de todas las edades, debido a la importancia de la deportación en la política de los Estados Unidos. Montes de Oca añadió que los beneficios de la Ley IRCA fueron desconocidos por los migrantes, y “sin embargo siguen en Estados Unidos trabajando, con documentos, sin documentos y envejeciendo sin la seguridad a la que tienen derecho porque pagan impuestos”. “Tenemos que ver a la población migrante que retorna con mirada gerontológica. Las condiciones de vida y de salud física y mental de las personas mayores, a partir de la experiencia de migración, dependen del momento histórico en que se realizó esa transición. Considerar la deportación y la experiencia indocumentada resultan cualitativamente importantes en las políticas públicas hacia las personas migrantes.” Asimismo, en el foro llevado a cabo en Durango, San Juanita García, del Departamento de Estudios Chicanos de la Universidad de California Santa Bárbara, resaltó que el estudio de la migración debe hacerse desde un enfoque de derechos humanos y género, y tomar en cuenta las condiciones urbanas y rurales de procedencia de los migrantes. Estimó que un millón de duranguenses se encuentra en estados como Texas, California, Illinois, Colorado y Kansas. “La mayor parte de los migrantes indocumentados llegan con una visa de turista y se quedan”. Consideró que políticas como el Muro de Trump son inútiles, porque las personas continúan con el fenómeno demográfico. Las dos expertas coincidieron en que el impacto de la salud en las personas migrantes y las formas de resiliencia para sobrevivir las diferentes experiencias migratorias son tareas pendientes. Duelo En su oportunidad, Telésforo Ramírez García, catedrático Conacyt en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, dictó la conferencia magistral Impacto de la migración en la salud de las personas migrantes mayores. Explicó que en el imaginario colectivo la figura del migrante es la de una persona joven en edad productiva, pero las personas también migran en edades avanzadas y sufren un “duelo migratorio”, extrañan su vida cotidiana en su lugar de origen, a su familia y amigos. Este sentimiento impacta en su salud emocional y física porque recurren al tabaquismo, alcoholismo y al uso de otras sustancias para aminorarlo. Ramírez García detalló que desde el desplazamiento de su lugar de origen, durante el trayecto y hasta su llegada a su destino, los migrantes sufren deshidratación, insolación, desnutrición, fracturas o pérdida de extremidades, sentimientos de miedo y persecución; además, experimentan violencia física, abuso sexual y secuestro. “El hecho de ser migrante va repercutiendo en la salud física y emocional desde el momento en el que salen”, advirtió. Durante su estancia adquieren otros hábitos alimenticios como el consumo de comida rápida (fast food), desarrollan diabetes, hipertensión, colesterol alto y obesidad, malestares a los que se suman la falta de acceso a los servicios de salud para atenderse, por lo que cuando regresan a sus lugares de origen lo hacen con enfermedades avanzadas o en etapa terminal. Expuso que casi dos millones de personas mayores nacidas en México viven actualmente en Estados Unidos. Mencionó que la migración tiene un impacto en la salud de la población dependiendo del tiempo o etapa del curso de vida en que se migra y la duración de dicho evento en la vida de las personas. Los mexicanos adultos mayores con mayor tiempo de estancia en el país vecino tienen más probabilidades de contar con seguridad médica y acceso a servicios de revisión, atención y cuidados de salud que aquellos de reciente llegada, lo que a futuro podría impactar negativamente en sus condiciones de salud. Un ejemplo de ello es la atención que tuvieron los migrantes con menos de 15 años de residencia, pues durante la pandemia de Covid-19 sólo 5.5 % resultó positivo a través de una prueba hecha por un médico, o una institución de salud certificada. La prevalencia de enfermedades es mayor entre los mexicanos que tienen más tiempo de estancia en Estados Unidos que quienes llegaron en los últimos 15 años, concluyó Ramírez García.