Publicado el 24 jul. 2021
por UNAM Global
- Cultura y academia
Por Patricia López
Poco antes de la llegada de los españoles al actual territorio de México, aparecieron, según los cronistas, diversos fenómenos que fueron interpretados como augurios de que algo vendría a cambiar el mundo que conocían los antiguos mexicanos.
Los historiadores han contabilizado entre 20 y 25 de esos presagios, entre ellos, la leyenda de La Llorona. Sin embargo, algunas de esas predicciones sí estuvieron relacionadas con fenómenos en el cielo, como un cometa y la llamada luz zodiacal, explicó Jesús Galindo Trejo, integrante del Instituto de Investigaciones Estéticas.
El doctor en Astrofísica teórica señaló que los mexicas tenían sacerdotes especializados en la observación del cosmos; así se atestigua en documentos como el Códice Mendoza. Para ellos, el Sol era la deidad principal, porque es fuente de luz y calor, pero también de la cuenta del tiempo. “El calendario azteca o Piedra del Sol es una manera de explicar historias de cosmogonía, de creación del mundo”.
En Mesoamérica, abundó el científico dedicado a la arqueoastronomía del México prehispánico, durante tres mil años hubo un sistema para contar el tiempo basado en la observación sistemática del Sol. Se tenían dos cuentas que corrían de forma simultánea; una consistía en 365 días, organizados en 18 periodos de 20 días, más cinco días, y otra de 260 días en 20 periodos de 13 días.
Ambas comenzaban al mismo tiempo, y después de los primeros 260 días se desfasaban y había que esperar 52 periodos de 365 días para que otra vez coincidieran y comenzaran de nuevo juntas. La primera cuenta, solar, era llamada Xiuhpohualli, y la segunda, ritual, se conocía como Tonalpohualli. “Así se establece la única ecuación universal calendárica de Mesoamérica: 52 por 365 es igual a 73 por 260”.
Programa México 500
En la conferencia Cometas, Luz Zodiacal y Bolas de Fuego: Augurios de la Caída de Tenochtitlan, como parte del Programa México 500, recordó que en 1507 fue la última conmemoración para festejar que las dos cuentas coincidían, en la ceremonia del Fuego Nuevo. Ese año, además, hubo un eclipse y un temblor.
Los eclipses fueron registrados en algunos documentos: en uno, ya colonial, se consignó el del año 1301, cuando los mexicas aún venían buscando establecerse en el Valle de México. Ahí se observa el Sol siendo devorado por un “monstruo”.
El primer presagio de la llegada de los españoles vino de Tlaxcala. El cronista del siglo XVI, Diego Muñoz Camargo, escribió que años antes habían “visto dentro del Sol una espada de fuego que lo atravesaba de parte a parte”, un asta que de él salía y una bandera de fuego resplandeciente, y “estas cosas no podían pronosticar sino la total destrucción y acabamiento del mundo”. Aunque se desconoce la fecha a la que se refiere, debe tratarse de la observación de un eclipse total de Sol, porque es la única posibilidad para observar a simple vista la corona del astro rey.
Un presagio más fue la “estrella humante” de Moctezuma. Fray Diego Durán escribió que el soberano subió a un mirador y muy atento observó el cometa con aquella cauda linda y resplandeciente. Se llenó de estupor y de gran tristeza; mandó llamar a Nezahualpilli, el rey de Texcoco famoso por ser un esmerado astrónomo, quien auguró que sobre esos reinos “ha de haber cosas espantosas y de admiración grande; habrá en todas nuestras tierras grandes calamidades y desventuras…”.
Si se revisan los catálogos de observación de cometas en otras regiones del mundo en el hemisferio norte, encontraremos que en 1516 se reportó la observación, en Europa, de un cometa que brilló durante muchos días y que se consideró como un anuncio de la muerte del rey Fernando el Católico, cosa que ocurrió en ese año. “Podemos plantear que el cometa de Moctezuma fue el que se observó ese año”.
Otro prodigio que apareció 10 años antes de la llegada de los españoles es descrito por el padre Bernardino de Sahagún: una “cosa maravillosa y espantosa”, una “llama de fuego muy grande y muy resplandeciente”, que duró por espacio de un año y que podía observarse cada noche; todos sospechaban que era señal de algún gran mal, expuso Jesús Galindo.
Ese fenómeno, que también se reportó en otros documentos, como el Códice Mexicanus, seguramente fue la luz zodiacal, una luminiscencia blanquecina, difusa, comparable a la de la Vía Láctea que se produce por la dispersión de la luz del Sol en partículas de polvo provenientes mayormente de los cometas y asteroides que se mueven en torno a él.
El experto apuntó que la intensidad de la luz zodiacal depende del nivel de actividad solar dentro de su ciclo de 11 años; la mayor se alcanza cuando se registra un número disminuido o ausencia total de manchas solares. “Un excepcional periodo de muy baja actividad solar sucedió entre 1460 y 1550; el mínimo de manchas solares se identificó hacia 1513”.
Finalmente, otro presagio poco conocido pero altamente significativo, ocurrió cuando los mexicas ya estaban sitiados por las tropas españolas y sus aliados indígenas, en agosto de 1521; la defensa heroica de Tenochtitlan estaba llegando a su fin. Sahagún relata un suceso asombroso: una “como grande llama”, “fuego de color de sangre que apareció como si viniera del cielo” y era como un remolino. Después de eso, Cuauhtémoc se rindió.
Probablemente haya sido un relámpago esférico, rayo globular, centella o bola de fuego, que es un fenómeno asociado a los rayos atmosféricos. Son objetos esféricos, luminiscentes, que se asocian con tormentas eléctricas, y la mayoría surge de manera casi simultánea con la descarga de un rayo, entre una nube y la tierra. Sus colores varían entre rojo, amarillo y azul, con una duración de apenas unos minutos. Se mueven de manera horizontal a pocos metros por segundo y alcanzan un tamaño de decenas de centímetros. Las esferas rotan sobre sí mismas y al girar pueden emitir sonidos.
Una teoría plantea que es un plasma altamente ionizado, contenido por campos magnéticos autogenerados; en realidad hay una docena de explicaciones, pero ninguna resulta satisfactoria. Eso está por aclararse, mencionó Galindo Trejo.
Para muchos, se cumplieron las predicciones apocalípticas. El hecho es que la historia no podía detenerse y eso significó que la realidad de México cambiaría para siempre; así comenzaría una nueva etapa para nuestro país, concluyó el científico universitario.
imagen 1.- Motecuhzoma observando el cometa, Fray Diego Durán, siglo XVI.
imagen 2.- Llegada de los españoles
Imagen 3.- Códice Florentino, siglo XVI.