Por Ariadna Razo y Damián Mendoza UNAM Global A mediados de la década de los setenta México experimentó una hiperinflación que provocó un rápido aumento en los precios de los alimentos y la disminución en su demanda. A partir de esta década, el campo mexicano cayó en una crisis que se agudizó al iniciarse una serie de reformas neoliberales que redujeron el gasto público al sector agropecuario, el cual pasó, en 1985, del 25 por ciento a un 3.6 por ciento. Uberto Salgado Nieto, investigador de Instituto de Investigaciones Económicas, explicó que las reformas de 1992 al Artículo 27 Constitucional crearon las condiciones para impulsar el desarrollo de grandes productores de alimentos con una vocación exportadora en detrimento de los pequeños productores. Factores como la desaparición de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO), empresa paraestatal que apoyaba a pequeños productores con la recolección, almacenamiento y distribución de granos en tiendas comunitarias, aunada a la eliminación de precios de garantía y el seguro a las cosechas, agilizó la debacle de este sector. Salgado Nieto señaló que “la principal consecuencia fue la pérdida de soberanía alimentaria, porque los grandes productores no se orientan a la producción de granos básicos para la dieta del mexicano como son el maíz y el frijol, sino que producen aguacate, bayas y frutas tropicales que tienen alta demanda fuera del país”. Agregó que países como Estados Unidos y Francia son grandes productores de alimentos porque mantienen una estructura de apoyo y subsidio a sus pequeños productores. “Es costoso el apoyo a pequeños productores, pero lo toman como estrategia de soberanía alimentaria; por ejemplo, en el caso de México, en 1980 se importaba el 11 por ciento de los alimentos que se consumían a nivel nacional, para el 2011 ese grado de dependencia se incrementó a un 50 por ciento y actualmente, el 57 por ciento del consumo nacional, sobre todo de granos básicos, depende del exterior”. Otro efecto colateral a la pérdida de la soberanía alimentaria ha sido el abandono del campo mexicano, pues el 80 por ciento de las unidades productivas está compuesta de pequeños productores quienes, en su gran mayoría, se orientan a la producción del sector primario de la economía agrícola, es decir, al maíz y frijol. “A partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte no hubo beneficio para estos productores, por lo que se inició un intenso proceso de migración del campo a la ciudad e incluso, internacional”. De 1990 hasta el 2005 se dio el boom migratorio de indocumentados hacia Estados Unidos. Aunado a esto, debido al abandono de las actividades agrícolas ante la dificultad de producir maíz, los campesinos se vieron forzados a diversificar sus actividades e ingresos incluso dentro del propio contexto rural. De acuerdo con el especialista, es conveniente mantener a la industria de alta exportación, pero a su vez, deben ofrecerse apoyos a pequeños productores para incentivar la producción de granos básicos. Una alternativa es el agroturismo, modelo implementado por el Gobierno chino en la década de los noventa, el cual evitó el abandono de los campos de arrozales al invertir en infraestructura para su promoción como atractivo turístico. El turismo rural invita a vivir la experiencia del campo a la vez que revalora la actividad, los productos y la cultura. En México ya se ha implementado este modelo, un ejemplo es La Ruta del Vino y el Queso en Querétaro, La Ruta del Cacao (Chiapas y Tabasco), y algunas rutas gastronómicas, “los productores agrícolas tienen un papel principal porque son los protagonistas de este tipo de turismo; lo importante es que no abandonan las actividades, siguen produciendo y obtienen un ingreso extra a partir del turismo”, finalizó.