México y el mundo siguen en la búsqueda de “hambre cero”

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México enfrenta doble reto: reducir los altos índices de obesidad y combatir la desnutrición. De acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas, uno de cada 20 menores de cinco años de edad y uno de cada tres, de seis a 19 años, padecen sobrepeso u obesidad, indicador en el cual nuestro país destaca a nivel mundial. Los académicos del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc), Agustín Rojas Martínez y Uberto Salgado Nieto, señalaron lo anterior y agregaron que en el país la desnutrición, estado patológico grave, afecta a uno de cada ocho menores de cinco años. No obstante, transcurridos 70 años, subsiste el problema del hambre de manera persistente, sobre todo a nivel mundial, ya que hay cerca de mil millones que padecen hambre crónica; en siete décadas no hemos logrado la “situación de hambre cero”, que es lo que siempre se ha buscado, afirma Agustín Rojas. Agustín Rojas menciona que en el IIEc han estimado que del total de la producción nacional alimentaria 2018-2019, 60 por ciento de la oferta interna correspondió a productos procesados, como ensaladas de bolsa, verduras o mariscos ultracongelados, legumbres en conserva, conservas de pescado, entre otros; o ultraprocesados, entre ellos la mayor parte snacks, bollería industrial, galletas, embutidos, sopas instantáneas, refrescos, etcétera; la población urbana es la que más los consume. Cabe mencionar que, en el ámbito global, cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indican que aproximadamente 672 millones de adultos y 124 millones de menores son obesos; mientras que 40 millones de niños menores de cinco años tienen sobrepeso. Esto se debe, principalmente, a un cambio en la dieta de las personas, sobre todo de aquellas que residen en las ciudades. El estudio del organismo demuestra que en los últimos años la comida rápida desplazó en gran medida a los alimentos preparados en el hogar y también sustituyó ingredientes importantes -como frutas y verduras-, por harinas, azúcares, grasas y sal. En ocasión del Día Mundial de la Alimentación –que se celebra el 16 de octubre–, los expertos comentan que la articulación del sistema agroalimentario debe dotar de suficientes alimentos y también de calidad en términos de sus nutrientes. En ese sentido, Uberto Salgado manifiesta que los distribuidores principales de estos insumos y cadenas comerciales a nivel nacional definen en gran medida el tipo de alimentos que la población consume, incluso a partir de la esfera de la producción agrícola. “Por algo México importa una cantidad importante de maíz, prácticamente la mitad del grano, eso se debe a que las grandes cadenas de distribución orientan su producción hacia productos como las bayas y el aguacate que no necesariamente tiene que ver con la dieta base de la población mexicana, cuyo grano esencial es el maíz”, afirma. Rojas Martínez y Salgado Nieto coinciden en señalar que los sistemas agroalimentarios tienen que ver históricamente con la posibilidad de contar con mayor reserva de alimentos en términos de cantidad y variedad. Sin embargo, hasta la primera mitad del siglo XX se consagró la alimentación como un derecho fundamental en México; es decir, que todas las personas deberían tener acceso a ella. En el país, de la superficie agrícola que se utiliza para producir alimentos, solo 29 por ciento cuenta con sistema de riego, lo cual significa que la mayor parte es de temporal. “Entonces son los pequeños productores quienes realizan una inversión bajo un riesgo bastante alto, pues no existe garantías de que puedan obtener un rendimiento favorable debido a factores medioambientales y climáticos”, agrega Uberto Salgado. Ello ha obligado a reorientar el gasto en alimentación, debemos satisfacer otras necesidades básicas como vivienda y transporte para alimentarnos de la “mejor forma”, aunque al final, esta nueva oferta de alimentos en México, basada prácticamente en víveres altamente industrializados, es el detonante en los cambios del patrón alimentario de los mexicanos y, en consecuencia, el progreso silencioso de esas epidemias en salud que tenemos hoy en el país, sobre todo sobrepeso y obesidad, considera Agustín Rojas. “Esa es una bomba de tiempo porque al final estos problemas van a detonar las finanzas públicas por el lado del acceso a la salud, el costo del tratamiento de las enfermedades y, sobre todo, también implicará una merma en las posibilidades de desarrollo económico nacional al tener una fuerza de trabajo atrofiada, enferma e improductiva, que demandará un mayor gasto en salud debido a enfermedades no transmisibles asociadas a la mala alimentación”, prosigue el universitario. Desperdicio de alimentos En la Ciudad de México se pierden 561 toneladas diarias de alimentos –70 por ciento comestible–, las cuales se distribuyen en la Central de Abasto, además del que se genera en las grandes cadenas comerciales, tianguis y mercados, indica Uberto Salgado. Detalla que a causa de ello se implementaron los jardines urbanos como una medida de producir y consumir alimentos locales y de esta manera reducir la merma; es un proyecto retomado en ciudades como Nueva York donde se establecieron en zonas marginales, a fin de producir alimentos para la población más vulnerable. En la Ciudad de México, desde hace una década, se establecieron algunos en Tlatelolco, así como en las colonias Doctores, Roma y Coyoacán, entre otras. En estos espacios se cultiva fresa, huitlacoche, jitomate cherry, maíz rojo, zarzamora, diversas plantas aromáticas y comestibles, lechugas, pepino, quelite y tomate, entre otros productos. COVID-19 y dieta globalizadora Son millones de personas en el mundo que buscan alimentarse de alguna forma, el problema es que a partir de la década de 1980 con la apertura comercial, y sobre todo al entrar a la globalización, prevalece una dinámica en la cual hay uso irracional de los recursos, en particular de alimentos, enfatiza Rojas Martínez. Conmemorar el Día Mundial de la Alimentación tiene que ver con la importancia de adoptar una que sea equilibrada. La pandemia nos permitió observar claramente las consecuencias de esta dieta globalizadora que llevamos, con consumo hipercalórico, y que las grandes cadenas de distribución la definen, destaca Uberto Salgado. Para Salgado Nieto la COVID-19 vino a “desnudar un poco” esa deficiencia en la dieta de la población mundial. “Creo que hubiésemos visto un panorama muy distinto si hubiéramos contando con un plan de alimentación más nutritivo y no tan orientado hacia el consumo de todos estos productos ultra procesados de gran contenido calórico. Al respecto, Rojas Martínez detalla que en el IIEc estudian un nuevo enfoque para explicar los cambios en el patrón de consumo, sin responsabilizar al consumidor, sino mostrando que justo son la industria y el exceso de alimentos ultraprocesados que se comercializan, los que condicionan el consumo.