Qué aprendimos de la pandemia: avanzó la ciencia, fallaron los políticos, dice Yuval Noah Harari

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*****En cuestión de meses se identificó al coronavirus y se encontraron vacunas eficaces pero la política no estuvo a la altura de la ciencia. Y eso pone en riesgo el porvenir inmediato. Londres, Inglaterra, marzo 6.- En un año atípico por la llegada del covid-19, que dejó grandes problemas económicos y sociales en todas las escalas, el historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari, aseguró en un texto para el Financial Times, que a pesar del impacto negativo, la pandemia demostró que la humanidad está lejos de ser indefensa y que se reflejó en el manejo que se le ha dado, gracias a los avances científicos que ya tenían un camino ganado por tantos años de investigaciones. En el artículo, el escritor destacó que las epidemias ya no son como antes, "una fuerza incontrolable", pero que los desastres que ocurrieron en el globo se dieron "por malas decisiones políticas". Así mismo, señaló que, a diferencia de pandemias pasadas como la de la peste negra o la influenza, en las que no se prendieron las alarmas anticipadamente o se encontraron soluciones efectivas, el covid-19 fue muy diferente. Y es que las primeras alarmas sobre la posible epidemia comenzaron desde el mismo mes en el que se descubrió el primer caso del virus, diciembre de 2019. Posteriormente a principios de enero, los científicos ya habían aislado los primeros casos confirmados, habían secuenciado el genoma del virus y lo habían publicado en línea. Además, diferentes países del mundo iniciaron la carrera contrarreloj para conseguir la fórmula de las vacunas y las primeras llegaron en menos de un año. "En la guerra entre humanos y patógenos, nunca los humanos habían sido tan poderosos", fue la frase con la que el escritor describió este tiempo récord que se tomaron los científicos. Por otro lado, Harari señaló que la pandemia no solo mostró la capacidad de recuperación de las economías alrededor del mundo, sino también la capacidad de utilización de la tecnología para hacer frente al problema. Según el autor, la vigilancia digital facilitó mucho el seguimiento y la localización de los vectores de enfermedades, por lo que la cuarentena podría ser más selectiva y más eficaz. Adicionalmente, el Internet se convirtió en uno de los aliados más importantes de Gobiernos, empresas, ciudadanos, pues según Harari, "la revolución digital lo cambió todo". En línea con el tema de innovación y desarrollo tecnológico, el escritor explicó que, el COVID-19 también demostró que el agro revolucionó, pues mientras en 1349 un campesino solo podía cosechar en mínima escala y con el riesgo de infectarse o infectar a otros, hoy en día es diferente, con los avances del agro, la industria alimentaria nunca estuvo en riesgo, y no solo en Estados Unidos como lo señaló el autor, sino en el mundo entero, pues nunca se dio un problema de hambruna o desabastecimiento, como si pasaba décadas atrás. El comercio fue otro de los sectores que no se vio tan afectado, según el autor, la pandemia de 2020 mostró que la automatización en procesos y la necesidad de menos seres humanos involucrados logró que se mantuvieran las rutas comerciales y por ejemplo, el comercio marítimo solo cayera 4%. En relación al tema digital, Harari afirmó que, "hoy en día, muchos de nosotros vivimos en dos mundos: el físico y el virtual", por lo que se logró que a pesar de que las personas tuvieran que huir de todos los lugares que cotidianamente frecuentaban, estuvieran presentes, a través de la virtualidad, así como pasó con la educación, los cultos, las reuniones, los negocios. Sin embargo, un tema importante que toca el autor son los datos, y es que aunque el cambio digital es esencial para desarrollar las actividades, la privacidad queda aún más vulnerable y el robo de datos se volverá, según Harari, el paso para que entre un régimen totalitario sin precedentes. "Luchar contra la epidemia es importante, pero ¿vale la pena destruir nuestra libertad en el proceso? Es trabajo de los políticos, más que de los ingenieros, encontrar el equilibrio adecuado entre la vigilancia útil y las pesadillas distópicas", dijo el historiador. En este contexto se pregunta, ¿por qué más de 2,5 millones de muertos en el mundo? ¿Por qué economías enteras colapsadas y hasta países cerrados? “Por malas decisiones políticas”, escribió, sin ambages, Harari. Durante la primera ola de la peste negra, cuando murió la tercera parte de la población de Inglaterra, nadie pensó que Eduardo III debía haberlo impedido, porque los humanos no tenían idea de qué causaba la enfermedad, ni cómo se la podía detener. Era una calamidad natural, acaso la ira de dios, pero ciertamente no estaba en las manos de un monarca. Durante la gripe de 1918, aun con los avances de la ciencia, las mentes más brillantes del mundo no pudieron identificar al virus, y por lo tanto muchas de las medidas que se tomaron no sirvieron y no hubo manera de encontrar una vacuna, pues se la buscaba a tientas. Esta vez, en cambio, la experiencia fue radicalmente distinta. “Las primeras alarmas sobre una potencial epidemia nueva comenzaron a sonar a finales de diciembre de 2019. El 10 de enero de 2020 los científicos no sólo habían aislado al virus responsable sino que habían hecho la secuencia de su genoma y habían publicado la información en línea”, recordó Harari la cronología del SARS-CoV-2. “En unos pocos meses se volvió claro qué medidas podrían demorar y detener las cadenas de infección. En menos de un año había producción masiva de varias vacunas efectivas. Lo más importante del aporte tecnológico fue que internet permitió —al menos en los países desarrollados— un confinamiento prolongado sin que colapsaran ni el mundo material ni el virtual. Si durante milenios la producción agrícola dependió de las manos humanas, hoy sólo el 1,5% de la población de Estados Unidos trabaja en el campo, comparó Harari. Con eso se alimenta a los 331 millones de habitantes y también se exporta comida. La razón es tecnológica: “Casi toda la labor agrícola está hecha por máquinas, que son inmunes a las enfermedades. Por ende el confinamiento tuvo sólo un pequeño impacto en la agricultura”. Algo similar sucede con el transporte, tanto de alimentos como de otros bienes. Si la peste negra pasó por la ruta de la seda desde Asia a Medio Oriente, y de ahí en barcos a Europa, fue por la necesidad de mano de obra humana en esos procesos. En cambio, el comercio mundial en 2020 funcionó más o menos tersamente porque pocos hombres trabajan en él. ¿Hubo crisis del papel higiénico en los Estados Unidos? La gente compró entonces en línea y sus rollos llegaron en cajas con formularios postales de China, producidos, empacados y transportados por máquinas. En el siglo XVI la entera flota mercante de Inglaterra podía transportar 68,000 toneladas de bienes con 16,000 tripulantes. Hoy un solo barco de Hong Kong puede llevar casi 200,000 toneladas con un equipo de 22 personas. La única industria de transporte que colapsó fue la que se ocupa del movimiento de humanos: la aviación comercial y el turismo. El volumen de comercio marítimo global perdió sólo un 4%, ilustró Harari. La humanidad se retiró al mundo virtual, porque el mundo material era inhabitable hasta el control del virus letal, y mucho de la vida continuó de manera digital. E internet no colapsó, a diferencia de lo que hubiera sucedido si de pronto el tránsito sobre un puente físico se multiplicara monstruosamente. En la trinchera quedaron médicos y enfermeros, trabajadores esenciales del comercio minorista y de la seguridad, y los repartidores que se convirtieron en “la delgada línea roja que mantuvo viva la civilización”, como los calificó Harari. ¿Por qué las políticas públicas resultaron tan ineficaces? Con todo, el año del COVID-19 expuso una limitación del poder científico y tecnológico: ninguno tiene el alcance para reemplazar a la política. “A la hora de decidir una política pública, tenemos que tomar en cuenta muchos intereses y valores, y dado que no hay una manera científica de determinar cuáles intereses y valores son más importantes, no hay una manera científica de decidir qué deberíamos hacer”, planteó el artículo. “Por ejemplo, al decidir si se impone un confinamiento no alcanza con preguntar: ‘¿Cuánta gente se enfermará de COVID-19 si no imponemos el confinamiento?’. También deberíamos preguntar: ‘¿Cuánta gente sufrirá depresión si imponemos el confinamiento? ¿Cuánta gente recibirá una mala nutrición? ¿Cuántos se quedarán sin escuela o perderán sus trabajos? ¿Cuántos serán golpeados o asesinados por sus parejas?’”. Agrega que: “Lamentablemente, demasiados políticos no han estado a la altura de esta responsabilidad”, evaluó Harari. “Por ejemplo, los presidentes populistas de los Estados Unidos y de Brasil minimizaron el peligro, se negaron a hacer caso a los expertos y en cambio impulsaron teorías conspirativas”, ilustró. “No crearon un plan de acción federal sensato y sabotearon los intentos por detener la pandemia de las autoridades de los estados y los municipios. La negligencia y la irresponsabilidad de los gobiernos de [Donald] Trump y [Jair] Bolsonaro han provocado cientos de miles de muertes evitables”. La principal diferencia entre el éxito científico y el fracaso político que señaló el autor de Sapiens es la cooperación. Mientras que los científicos del mundo compartieron información libremente y trabajaron juntos en beneficio de la investigación en general, “los políticos no consiguieron crear una alianza internacional contra el virus y acordar un plan global”. Así, los primeros meses de 2020 se parecieron a “mirar un accidente en cámara lenta”: la ola de contagios y muertes avanzó desde Asia hasta Europa y luego a América, sin que una coordinación global de liderazgos impidiera que la catástrofe se tragara al mundo. “Las dos potencias principales, Estados Unidos y China, se acusaron mutuamente de ocultar información vital, diseminar desinformación y teorías conspirativas e incluso de haber diseminado el virus deliberadamente”, recordó. La batalla simbólica dejó bajas en campos materiales tan sensibles como el equipamiento médico: “No se hicieron esfuerzos serios para reunir todos los recursos disponibles, optimizar la producción global y asegurar una distribución equitativa de los suministros”. En particular, se detuvo Harari, “el ‘nacionalismo de la vacuna’ crea una nueva clase de desigualdad global entre los países que pueden vacunar a su población y los que no”. Eso representa un destilado del error político, porque revela que los dirigentes globales no comprenden un hecho elemental de la pandemia: “En tanto el virus se siga diseminando en cualquier lugar, ningún país puede sentirse seguro de verdad. Supongamos que Israel o el Reino Unido tienen éxito y erradican el virus dentro de sus fronteras, pero el virus se sigue expandiendo entre cientos de millones de personas en la India, Brasil o Sudáfrica. Una nueva mutación de algún remoto pueblo brasileño podría volver ineficaz la vacuna, y ocasionar una nueva ola de infecciones”. Las tres lecciones que dejó un año de pandemia Así como todavía se habla de la gripe de 1918, y se la estudia como pandemia, el caso del COVID-19 va a reverberar en las conversaciones y la investigación de los años por venir. Pero aun tan temprano, con el coronavirus aun rampante, y más allá de las diferencias en las perspectivas políticas, la experiencia de 2020 ha dejado ya tres lecciones de importancia, concluyó el artículo del pensador detrás de Sapiens. “Primero, debemos salvaguardar nuestra infraestructura digital”, afirmó. “Ha sido nuestra salvación durante esta pandemia, pero pronto podría ser la fuente de un desastre aun peor”. ¿Cómo sería eso posible? En su opinión, cuando se hacen estimaciones para prever o prepararse para la pandemia que siga, habría que pensar en un ataque a la red tecnológica global, porque es “la principal candidata” a ser “el próximo COVID-19″. La informatización permitió que la humanidad resistiera en distintos planeos al ataque material del SARS-CoV-2, pero “también nos volvió más vulnerables al malware y la ciber guerra”, explicó. “Al coronavirus le llevó varios meses diseminarse por el mundo e infectar a millones de personas. Nuestra infraestructura digital podría colapsar en un solo día”. En segundo lugar —continuó— “cada país debería invertir más en su sistema de salud pública”. Puede parecer una verdad de perogrullo, reconoció, “pero los políticos y los votantes a veces logran ignorar las lecciones más obvias”. Por último, sería conveniente establecer “un poderoso sistema global para monitorear y prevenir las pandemias”, agregó. “En la guerra inmemorial entre los humanos y los patógenos, el frente recorre el cuerpo de todos y cada uno de los seres humanos. Si esta línea se traspasa en cualquier lugar del planeta, nos pone a todos en peligro”. De ahí que “aun la gente más rica en los países más desarrollados tiene un interés personal en proteger a la gente más pobre en los países menos desarrollados. Si un nuevo virus pasa de un murciélago a un humano en un villorrio pobre de una selva remota, en poso días ese virus se puede dar una vuelta por Wall Street”. La estructura desnuda de un sistema anti plaga como ese existe, conformada por la Organización Mundial de la Salud y varias otras instituciones sanitarias globales. Pero sus recursos económicos son comparables a su impacto político: más que escasos. ”Tenemos que darle a este sistema algo de peso político y mucho más dinero, de manera tal que no dependa completamente de los caprichos de dirigentes autocomplacientes”, dijo.