Publicado el 13 ago. 2021
por Tribuna Económica
- Cultura y academia
Ciudad de México, agosto 13.- En el calendario de los Aztecas ocurrió en el signo del año 3-Casa, día del calendario mágico 1-Serpiente; San Hipólito Mártir para los cristianos, es decir, martes 13 de agosto de 1521: la gran México-Tenochtitlan se rendía a los pies de los conquistadores españoles.
Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, pronunció ante su captor Hernán Cortés: “Señor, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y mis vasallos y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en el cinturón y mátame luego con él”. Con esas palabras terminaba la resistencia a un largo y terrible asedio contra unos enemigos superiores en número y tecnología guerrera.
La batalla por Tenochtitlan duró 93 días, durante los cuales los mexicas resistieron con gran valor y más de una vez estuvieron a punto de obligar a los españoles y sus aliados a retirarse. El capitán español Hernán Cortés, mediante la diplomacia y la fuerza, pudo aislar a los mexicas y ganaba cada vez más partidarios para su causa, de modo que a los tlaxcaltecas y cempoaltecas, primeros aliados de los europeos, se agregaron más y más pueblos.
El sitio fue terrible; desde los primeros días, Cortés ordenó la destrucción del acueducto de Chapultepec que proveía de agua a la ciudad, además de que el hambre y la enfermedad asolaban a los defensores. El 7 de agosto inició la ofensiva final. Se combatió incesantemente, casa a casa y canal por canal, mientras los trece bergantines construidos por órdenes del capitán atacaban desde el lago a los cada vez menos defensores.
Cuauhtémoc finalmente se convenció de que era imposible seguir resistiendo. Entonces aprovechó el sacrificio de los guerreros que quedaban en el centro de la isla de Tlatelolco, último bastión mexica, para intentar escapar, con la intención de encabezar la lucha desde otro lado. Pero todo fue en vano: fue interceptado por unos bergantines españoles y llevado preso ante Cortés, consumándose así la conquista de México-Tenochtitlan y dando inicio a la larga ocupación española sobre el territorio que hoy constituye México.
La opulenta ciudad que los conquistadores habían comparado con Sevilla, Roma y Constantinopla estaba reducida a escombros sanguinolentos. Los canales por donde circulaban las mercancías que surtían el espectacular tianguis de Tlatelolco, estaban llenos de tierra y cadáveres. Del zoológico y jardín de Moctezuma no quedaba ni rastro. Las paredes de las pocas casas que aún estaban de pie, estaban embadurnadas con los sesos de los guerreros caídos en batalla. La viruela y el hambre habían diezmado a una ciudad que, según algunos, llegó a tener 300 mil habitantes.
En Coyoacán, Cristóbal de Olid dirigió a 36 jinetes, 18 ballesteros y escopeteros, 150 peones de espada y 20 mil tlaxcaltecas. En Iztapalapa, Gonzalo de Sandoval comandaba a 24 jinetes, 4 escopeteros, 13 ballesteros, 150 peones y 30,000 aliados de Chalco y Huejotizngo.
La batalla de Tenochtitlan se encuentra entre las más mortíferas de la historia. Salvo pocas excepciones, los pueblos de Mesoamérica odiaban a los mexicas, un pueblo conquistador que exigía pesados tributos en especie, mano de obra y prisioneros para los sacrificios. Tenochtitlán no se tocaba el corazón cuando algún pueblo sometido intentaba rebelarse. Moctezuma era tan temido como aborrecido.
“En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. […] Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros”, relatan algunos fragmentos de los informantes anónimos tlatelolcas, recogidos en la Visión de los vencidos, traducidos por Miguel León Portilla y Ángel María Garibay.
Cortés supo capitalizar ese odio y tejer alianzas con los pueblos originarios (otro asunto es que se hayan respetado los acuerdos). Durante el sitio de Tenochtitlan, los tlaxcaltecas fueron especialmente crueles contra los mexicas, pues los mexicas habían intentado conquistar repetidamente la república de Tlaxcala. Para defenderse de la amenaza, los tlaxcaltecas habían levantado una especie de muralla. Así de tensa era la situación en estas tierras a la llegada de los españoles.
La caída de Tenochtitlan fue el clímax de diversos hechos como las alianzas logradas por Hernán Cortés y la creencia de Moctezuma Xocoyotzin, de que Quetzalcoatl había regresado para reclamar el trono mexica.
Hoy a 500 años de distancia, ubicada en la Plaza de las Tres Culturas, en el Distrito Federal, una placa no deja lugar a dudas ni espacio para el olvido. Con grandes letras labradas en piedra se puede leer: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.
Una leyenda más que no se puede soslayar en uno de los muros de la iglesia de la Concepción, en el cruce de las calles Tenochtitlan y Constancia, en el barrio de Tepito, en la Ciudad de México. Ahí se encuentra incrustada una placa que sentencia: “Tequipeuhcan (lugar donde empezó la esclavitud). Aquí fue hecho prisionero el Emperador Cuauhtemotzin la tarde del 13 de agosto de 1521”.