Por Daniel Francisco y Myriam Núñez La escritura tiene que ver con cierta desmesura, hacer algo que el sistema no pide. La escritura es insubordinación. No se escribe ni para la retribución económica ni para los premios, afirma la escritora Diamela Eltit. La ganadora del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español 2020 cree que el premio es honorífico, “estimulante, mexicano total, muy positivo. No es posible poner como un horizonte ganar premios. Si a uno se le otorga por la obra es extraordinario pero no se puede ser una correcaminos de premios”. Vivió un tiempo en México y tuvo una relación intensa “por haber estado una partecita de mi vida allá”. Respecto a la figura de Carlos Fuentes recuerda su participación en la Feria Internacional del Libro de México cuando celebraron los 80 años del escritor. “Trabajé un libro que a mi me interesa mucho que se llama Aura, es mi libro, un libro gótico muy importante. Pude participar en ese homenaje que se hizo desde ese libro Aura, que es un libro oscuro, un libro extraordinario. Hay un vínculo como lectora”. El Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español 2020 “es honorífico, estimulante, mexicano total, muy positivo”, afirma Diamela Eltit Las obras de Diamela Eltit no son de grandes tirajes y le pregunto si sus editores no le han hecho sugerencias para vender más libros. Responde con una sonrisa y acota que seguir su propio estilo y ser independiente tiene limitaciones. “En mi caso no fue negativo porque eso me permitió liberar más zonas de escritura en el sentido de que yo nunca tuve presente el mercado, ventas o nada de eso. Escribir tenía más que ver con libertades”. Leo de su novela El cuarto mundo el siguiente pasaje y espero su reacción: “…mi madre tenía escasas ideas, y lo más irritante, una carencia absoluta de originalidad. Se limitaba a realizar las ideas que mi padre le imponía, diluyendo todas sus dudas por temor a incomodarlo”. Diamela sonríe de nuevo y me dice: “Me ha interesado mucho la cuestión de opresiones, ya sean sociales pero también las opresiones de género en el entendido de que las mujeres somos la mitad de la población del mundo y sin embargo tenemos un trato socialmente discriminatorio. Se reproduce porque no hay ningún sitio donde haya equidad en ese punto. Yo siempre he tenido un punto de observación hacia las mujeres como oprimidas sociales y discriminadas en muchos aspectos”. Indica que hay una tendencia a biologizar las letras, algo que es un material humano la escritura, una invención, un sistema, sin embargo se biologiza. “La tarea es desbiologizar la letra y llegar a examinar obras, ver allí sus puntos, sus analíticas, su trabajo más allá del sexo, sus autores, que se democratice la escritura, se lea como escritura, se piense como escritura. El hecho de que escriba una mujer no garantiza nada pero el que escriba un hombre tampoco, para eso hay que ver las producciones, eso es a lo que me interesa llegar, a un universo democrático, todavía no existe pero pienso que hacia allí debería apuntar, más que generar divisiones” Dictadura La autora de Jamás el fuego nunca vivió en sus años universitarios el golpe militar, la llegada de Pinochet al poder. Escribió en su libro Emergencias: “la ciudad radicalmente intervenida, multiplicaba sus gestos de muerte. Miles de ciudadanas y de ciudadanos habían sido detenidos a lo largo del país y eran conducidos hasta centros militares y estadios deportivos. Un número considerable de hombres fue ejecutado durante las horas en las que transcurría el golpe”. Le pido que me cuente sobre esos días, guarda silencio, unos segundos, y evoca: “Estaba en la Universidad cuando vino el golpe de Estado, había vivido una vida que me parecía completamente normal bajo democracia, donde uno apoyaba al gobierno o no apoyaba el gobierno pero había un sistema civil y parlamentario pero de repente se acabó y lo más asombroso y doloroso era saber, porque empezó así, que había una cantidad impresionante de gente a la que mataban, había miles de presos. Costaba comprender bien qué había pasado de la noche a la mañana. Uno pensaba: ¿será un tiempo? Fueron 17 años. Uno aprendió a vivir 17 años así. Una misma como joven con los toques de queda no podía irse a la fiesta y toda la noche se acabó. No había noche. Uno reaprende a vivir. Tiene que reaprender todo. A hablar, porque no sabes con quién estás hablando, quién es la gente que está al lado y había un gran llamamiento a que la gente se denunciara, a romper comunidad y denunciarse. Había que tener mucho cuidado, hablar de otra manera. Para entrar a la Universidad uno tenía que mostrar la identificación, los rectores eran militares, se cierran todos los medios de comunicación, entonces se genera una vida que yo no conocía y tuve que reaprender a vivir. ¿Cómo trabaja uno la ira, qué hace con su rabia y con el dolor de las víctimas? Lo peor es la gente que murió y que quedó gravemente dañada y que hasta hoy no aparece. Es algo difícil de explicar. Tiene que ver con cambiar todo: ¿qué dices, cómo piensas, cómo ocupas la calle cuando tienes en la esquina un militar con metralleta? Tú piensas: se le puede salir un tiro. Es otra vida, una vida dictatorial. La masacre fue básicamente entre los jóvenes, gente entre 18 y 25”.