A pesar del rencor y la división políticos casi constantes, la trayectoria de crecimiento de EEUU ha crecido, pero...

foto-resumen

Londres, Inglaterra, octubre 20 (The Economist).- ¿Qué le depara al futuro económico de Estados Unidos? Quizá “El presidente ha desaparecido”, un thriller de 2018 de Bill Clinton (sí, él) y James Patterson, tenga alguna respuesta. La historia de las últimas décadas es que, a pesar del rencor y la división políticos casi constantes, la trayectoria de crecimiento del país ha seguido siendo impresionante. Estados Unidos ha ampliado su ventaja económica sobre el mundo rico y ha mantenido a raya el desafío de China. Pero el mayor obstáculo para un desempeño superior sostenido es de origen nacional: las heridas autoinfligidas que lamenta el alter ego ficticio de Clinton. El mundo ha visto cómo la política arriesgada puede acarrear dolores de cabeza económicos. En 2011 y nuevamente en 2023, Estados Unidos se topó de lleno con su “techo de deuda”, un límite impuesto por el Congreso a la cantidad de dinero que el Tesoro puede pedir prestado. Sin acuerdos de último minuto para levantar el techo de la deuda, el gobierno estadounidense podría haber incumplido algunas de sus obligaciones, un evento potencialmente catastrófico para los mercados globales y para la posición del dólar como el refugio seguro por excelencia del mundo. Ese peligro todavía acecha en la tóxica política del país. La deriva de Estados Unidos hacia una política más extrema, ejemplificada por Donald Trump, plantea otros peligros para su economía. El más feo es un aumento de la retórica antiinmigrante avivada por el expresidente, que ha prometido deportaciones masivas si es elegido nuevamente. Por primera vez en casi un siglo, Trump ha hecho de los aranceles una parte integral de la política económica de Estados Unidos. Si regresa a la Casa Blanca, está decidido a aplicar un arancel del 10% a todas las importaciones, un cambio decisivo respecto del libre comercio que, aunque impopular hoy, ha ayudado a la economía a prosperar. Sin embargo, a pesar de los desafíos que enfrenta Estados Unidos, hay motivos para sentirse optimista sobre su futuro económico. De hecho, una conclusión de sus éxitos hasta ahora es que el optimismo debería ser la suposición predeterminante. Los dos ingredientes esenciales para determinar el potencial económico final de un país son su productividad y su población. Los cimientos de la productividad estadounidense –un mercado interno gigante y competitivo, muchas de las mejores universidades del mundo y la santidad del Estado de derecho– están firmemente arraigados y perdurarán si Trump recupera la Casa Blanca. La demografía de Estados Unidos también es más saludable de lo que se suele creer. Como la mayoría de los demás países, está envejeciendo, pero a diferencia de la mayoría, mantiene una tasa de fertilidad ligeramente más alta y una mejor capacidad para absorber inmigrantes, a pesar de la creciente xenofobia en su política. Estas son las raíces de un desempeño económico superior sostenido. Parecen tan sólidas hoy como en cualquier otro momento de las últimas tres décadas, lo que es una buena noticia.