América Latina sufrió un 2020 lleno de sequías, tormentas y olas de calor

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Madrid, España, agosto 22 (Ágora Diario).- El cambio climático es una amenaza cada vez más palpable en América Latina. A través de consecuencias como el continuo aumento de las temperaturas o la mayor frecuencia y virulencia de los fenómenos meteorológicos extremos, la emergencia climática supone cada vez más problemas para la salud humana y la seguridad alimentaria, hídrica, energética y ambiental de esta región, que muchos expertos sitúan como una de las más vulnerables al calentamiento global. Según un nuevo informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) que hace balance de 2020, América Latina ha experimentado en solo un año intensas sequías, tormentas tropicales, olas severas de calor, lluvia torrencial, huracanes devastadores e incendios catastróficos en la Amazonia, una serie de problemas muy diversos cuyos impactos abarcan además una extensión muy amplia de territorio, que va desde los picos andinos a las poderosas cuencas fluviales e islas. “La región de América Latina y el Caribe es una de las más afectadas por los fenómenos hidrometeorológicos extremos. El año 2020 fue testigo de ello, con la muerte y la devastación causadas por los huracanes Eta e Iota en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, y la intensa sequía y la inusual temporada de incendios que castigaron la región del Pantanal del Brasil, Bolivia, el Paraguay y la Argentina. Entre las repercusiones más importantes cabe destacar la escasez de agua y el desabastecimiento energético, las pérdidas agrícolas, los desplazamientos de población y el deterioro de la salud y la seguridad, cuestiones que no hicieron más que agudizar problemas derivados de la pandemia de COVID‑19″, ha explicado el Secretario General de la OMM, el profesor Petteri Taalas, en la presentación del documento. Uno de los principales problemas parece estar en el agua o, más concretamente, en la falta de ella. La sequía generalizada que se ha extendió en toda América Latina y el Caribe a lo largo de 2020 tuvo importantes repercusiones, como la bajada del nivel de los ríos, con las consiguientes dificultades para el tránsito por las rutas interiores de navegación, y la reducción del rendimiento de las cosechas y de la producción de alimentos, que agravó la inseguridad alimentaria en muchas zonas. Es más, este déficit de precipitaciones fue especialmente grave para la región del Caribe, dado que varios de sus territorios figuran en la lista mundial de países sujetos a un mayor estrés hídrico, mientras que la intensa sequía que castigó el sur de la Amazonia y la región del Pantanal fue la peor de los últimos 50 años. Además, la debilidad del monzón norteamericano, junto con las temperaturas de la superficie del mar más frías de lo normal asociadas a La Niña que se registraron en el Pacífico oriental, provocaron también un episodio de escasez de agua en México, que ha tenido que declarar la emergencia por sequía “severa o extrema”. Sin embargo, el agua también ha sido protagonista de la meteorología latinoamericana por otro motivo, en este caso las inundaciones: hacia finales del año, las intensas lluvias ocasionaron deslizamientos de tierra, inundaciones y crecidas repentinas en zonas rurales y urbanas de América Central y del Sur. En 2020 se formaron 30 tormentas con nombre en la cuenca del Atlántico, un nuevo récord que sobre todo se dejó ver en noviembre, cuando a pesar de estar en declive la temporada de huracanes, Eta e Iota tocaron tierra en la misma región en un corto espacio de tiempo. En total, más de 8 millones de personas de América Central se vieron perjudicadas por estos huracanes sin precedentes. Guatemala, Honduras y Nicaragua fueron los países más castigados, con 964 000 hectáreas de cultivos dañadas y alteraciones en los medios agrícolas de subsistencia. Tercer año más cálido El año 2020 fue uno de los tres años más cálidos jamás registrados en América Central y el Caribe, y el segundo más cálido del que se tiene constancia en América del Sur. Además, la región se vio afectada por importantes olas de calor: en muchos países de América del Sur se alcanzaron temperaturas superiores a los 40 °C durante varios días seguidos y se batieron numerosos récords de temperatura. En algunas estaciones las temperaturas máximas registraron valores sin precedentes, con valores hasta 10 °C superiores a lo normal. En Bolivia, la ola de calor trajo consigo temperaturas récord para el mes de octubre en cuatro ciudades y la temperatura más alta jamás registrada en San José de Chiquitos: 43,4 °C. En este sentido, la temperatura de la superficie del mar en la zona tropical del Atlántico Norte fue también significativamente más cálida de lo normal durante todo el año. En 2020, la temperatura de la superficie del mar en el Caribe alcanzó un récord de +0,87 °C con respecto a la media del período 1981-2010 y superó la anterior anomalía máxima de +0,78 °C registrada en 2010, lo que contribuyó a una temporada de huracanes más activa de lo normal.

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Pero, sobre todo, el alza de las temperaturas y la sequía ha favorecido una temporada de incendios devastadora para el continente. En conjunto, los incendios forestales en América del Sur fueron más frecuentes en 2020 que en 2019, un año que ya fue crítico en cuanto a fuegos. Las llamas no solo han causado daños irreversibles en los ecosistemas, incluidos impactos perniciosos en servicios ecosistémicos vitales y en medios de subsistencia que dependen de ellos, sino que también está limitando la capacidad de la selva para frenar el cambio climático: aunque sigue siendo un sumidero neto de carbono, el Amazonas está al borde de convertirse en una fuente neta si se mantiene el actual ritmo de pérdida de masa forestal. Actualmente, la región de América Latina y el Caribe concentra aproximadamente el 57 % de los bosques primarios que quedan en el mundo. Estos almacenan unas 104 gigatoneladas de carbono y albergan entre el 40 y el 50 % de la biodiversidad mundial y un tercio de todas las especies vegetales. Precisamente por esto, la pérdida de bosques es un grave problema y un factor que contribuye en gran medida al cambio climático debido a la liberación de dióxido de carbono. Entre 2000 y 2016, se destruyeron cerca de 55 millones de hectáreas de bosque, es decir, alrededor del 5,5 % del total de la región, lo que representa más del 91 % de las pérdidas forestales en todo el mundo. Sin embargo, la tasa de pérdida neta se ha reducido a la mitad en la última década (FAO y PNUMA, 2020). Adaptación y resiliencia En el informe de la OMM, además de enumerar los impactos del cambio climático en América Latina, se destaca también que las medidas de adaptación, en particular los sistemas de alerta temprana multirriesgos, están poco desarrolladas en la región. Y es que, a pesar de que un sólido monitoreo de los riesgos climáticos vinculado a los sistemas de alerta temprana puede fundamentar la adopción de medidas tempranas y planes de contingencia para reducir los riesgos de desastre y sus efectos, en la región se necesita redoblar la voluntad política y el apoyo financiero para reforzar estos sistemas de alerta temprana y favorecer la implementación de verdaderos proyectos gestión de riesgos y resiliencia. En este sentido, los sistemas de monitoreo de riesgos específicos, como el Sistema del Índice de Estrés Agrícola (ASIS) de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), son un ejemplo de herramienta útil que permite a los gobiernos emitir alertas tempranas para sectores específicos como el agrícola. Otra opción son los manglares,un recurso excepcional para fines de adaptación y mitigación al ser capacesde almacenar entre tres y cuatro veces más carbono que la mayoría de los bosques del planeta, además de proporcionar otros servicios, como la estabilización de las costas, la conservación de la biodiversidad y la mitigación de los efectos de los desastres, entre muchos otros. Sin embargo, la superficie de manglares en la región ha disminuido un 20 % entre 2001 y 2018. La preservación y la restauración de los ecosistemas de carbono azul, como los manglares, las praderas submarinas y las marismas salobres, también brindan una valiosa oportunidad para adaptarse al calentamiento global y mitigar sus efectos. “Casi la mitad de la superficie de América Latina y el Caribe está cubierta de bosques y manglares. En esa región se concentra alrededor del 57 % de los bosques primarios que quedan en el mundo, que almacenan unas 104 gigatoneladas de carbono. Los incendios y la deforestación amenazan uno de los mayores sumideros de carbono del planeta, y sus repercusiones son de gran alcance y duraderas”, ha apuntado el profesor Taalas. Los glaciares se derriten Los glaciares son importantes fuentes de agua dulce para el consumo de agua, la generación de energía, la agricultura y la conservación de los ecosistemas. Sin embargo, en los Andes chilenos y argentinos, los glaciares han retrocedido durante las últimas décadas, y la pérdida de masa de hielo se ha acelerado desde 2010, en consonancia con un aumento de las temperaturas estacionales y anuales y una reducción significativa de las precipitaciones anuales en la región, según han venido alertando varios estudios científicos y ha confirmado en su informe la OMM. La Cordillera de los Andes se extiende por siete países y tiene una extensión estimada de casi nueve mil kilómetros de largo. En el caso puntual de la sección chilena, se trata de un cordón lleno de vida y biodiversidad, donde habita flora y fauna que va cambiando según la zona del país donde se encuentra, la cual ha sido golpeada no solo por acción humana, sino también por el cambio climático. Bien lo saben los científicos de Antarctica, el Grupo de Investigación Antártica del Departamento de Física de la Universidad de Santiago de Chile, quienes detectaron una baja significativa en la cobertura nival, entre la latitud 23°S (Calama) y la latitud 39°S (Talca) al mes de mayo de 2021, la cual presenta un déficit promedio de casi 60%, lo que indica que la Cordillera de los Andes se está quedando sin nieve. Imagen 1: Vista de la Presa Miguel Hidalgo y Costilla, en el Estado de Sinaloa (México), muy afectada por la sequía. Imagen 2: Selva tropical quemada en Colombia en la región del Amazonas