Por Carme Mayans Redactora de Historia National Geographic No cabe duda de que vivimos tiempos convulsos. Cuando vemos las noticias, se nos aparece un mundo donde las guerras, las invasiones, el auge de populismos de todo tipo y condición, y los desacuerdos y desavenencias políticas llevados al límite nos invitan a pensar que nos encontramos ante uno de los períodos más complejos de la historia, por lo menos de la historia reciente. Pero ¿es realmente así? Seguramente todas las personas que en el mundo han sido, en numerosas ocasiones han llegado a pensar lo mismo, independientemente de la época que les haya tocado vivir. Y es que la tranquilidad, la paz y la concordia no han sido algo muy frecuente en nuestro devenir histórico. Desgraciadamente en ningún momento. Tampoco la consecución de derechos y libertades ha sido un camino de rosas. Ganarse el pan y lograr sobrevivir un día más ha sido tradicionalmente muy duro a lo largo de los milenios. Ya después de la Revolución Industrial, desde la implantación de la jornada laboral de 8 horas diarias, que significó un logro social sin precedentes, parece que el ser humano se ha ido haciendo más consciente de sus derechos, y, para reivindicarlos no ha escatimado en medios, desde las manifestaciones a las huelgas. Especialmente reivindicativas han sido a lo largo del siglo XX la convocatoria de las llamadas “huelgas generales”, algunas de las cuales han llegado, incluso, a paralizar la economía de países enteros. Pero aunque esto de las huelgas nos suene muy actual, en realidad no lo es tanto. De hecho, este noviembre se ha cumplido el aniversario de un acontecimiento que puede resultar sorprendente para nuestra mentalidad moderna. Y es que en noviembre del año 1166 a.C. tuvo lugar la primera huelga documentada de la historia. Sí, tal como suena. Hace casi 3.200 años, en el antiguo Egipto, durante el reinado del faraón Ramsés III, los obreros de Deir el-Medina, el poblado de los constructores de las tumbas del Valle de los Reyes, llevaron a cabo la que podríamos considerar la primera huelga de brazos caídos de la historia. Se quejaban de los continuos retrasos en el pago de las provisiones, que nunca llegaban a tiempo, ya que, según parece, algún funcionario corrupto se había quedado con los envíos por el camino. Así, según cuenta el llamado Papiro de la Huelga, conservado en el Museo Egipcio de Turín, hartos ya de excusas, ni cortos ni perezosos, los obreros arrojaron sus herramientas al suelo y, al grito de “¡Tenemos hambre!”, marcharon hacia el templo funerario de Tutmosis III, en las cercanías de Medinet Habu, en la orilla occidental de Tebas, donde iniciaron una sentada. Alarmados, los líderes del poblado intentaron hacerles entrar en razón. Sin éxito. De este modo, y en vista de la poca disposición a deponer la huelga por parte de los trabajadores, los funcionarios responsables del poblado al final les prometieron una solución. Pero no fue así. Realmente, podemos preguntarnos cómo es posible que algo así ocurriese en un país donde la jerarquía era ampliamente respetada y todo el mundo tenía muy claro cuál era su lugar. De hecho, aunque Egipto, en esa época, aún era un país próspero y poderoso (Ramsés III había logrado contener las invasiones de los llamados “Pueblos del Mar” en territorio egipcio, y también había derrotado a los libios), sí que empezaba a sufrir preocupantes problemas económicos… y, en consecuencia, también sociales. La corrupción sistémica de la administración y la mala gestión de los recursos llevaron a que la demanda de productos necesarios para la vida diaria de la población fuese muy difícil de satisfacer. Así, los retrasos en el pago a los muchos obreros que trabajaban para el Estado faraónico se multiplicaron. Y su gravedad fue tal que con ellos llegaron las inesperadas protestas. Pero volviendo a la huelga de los obreros que construían la tumba de Ramsés III en el Valle de los Reyes, ¿qué ocurrió al final? Al parecer, durante su marcha hacia donde se alzaban los templos funerarios de los faraones, la masa enardecida recaló en un santuario donde los sacerdotes asustados les entregaron 50 panes, claramente insuficientes para todos, así que, disconformes, llegaron incluso a paralizar la actividad del templo ese día. Finalmente, al atardecer, tras muchas promesas por parte de sus responsables, decidieron disolver aquella protesta… aunque no desconvocar la huelga. Durante los dos días siguientes, los huelguistas siguieron con sus protestas, e incluso ocuparon el Ramesseum, el templo funerario de Ramsés II. El Papiro de la Huelga sigue explicando que los desesperados obreros gritaban lo siguiente a sus jefes: “Es debido al hambre y la sed que hemos venido aquí. No hay ropa, ni grasa, ni pescado, ni verduras. Comunica al faraón, nuestro buen señor, todo esto, y comunícalo al visir, nuestro superior, para que pueda proveer por todo ello”. Tras ello, los obreros de nuevo se dirigieron en masa hasta el templo de Tutmosis III, donde siguieron reclamando lo que se les debía… hasta que finalmente se les proporcionó. Ya tranquilizados, regresaron a su trabajo en la tumba real. Aunque por poco tiempo, ya que la situación de impago volvió a reproducirse en diversas ocasiones. Se había sentado un precedente histórico en Egipto. A partir de entonces, las huelgas continuaron de un modo intermitente, hasta el abandono total de la necrópolis real a finales de la dinastía XX. Empezaba una época de crisis, de convulsiones sociales y políticas… y también de pobreza, una situación que desembocaría, entre otras cosas (para desgracia de los egiptólogos que llegarían milenios después), en los saqueos de las lujosas tumbas del Valle de los Reyes…