Estados Unidos y Canadá están hartos del matoncito de López Obrador, de ese pendenciero que viola leyes a capricho y tiene convertido a su país en un desastre. Están cansados de un presidente aliado del crimen organizado, incapaz de detener el flujo migratorio, el trafico de droga y que ahora también se burla de sus socios más importantes. Después que la Representante Comercial de E.U Katherine Tai anunciara que su país iniciaría un proceso jurídico para impedir que México siga violando el T-MEC, López Obrador cometió el error de burlarse. Pidió en Palacio que pusieran la canción “Uy qué Miedo” y la respuesta llegó en menos de veinticuatro horas del lado canadiense: “Al igual que Estados Unidos nosotros también consideramos que México viola el T-MEC”. El presidente podrá envolverse en la bandera nacional, podrá evocar a Lázaro Cárdenas, simular que defiende la soberanía petrolera y vestirse de víctima. Lo que jamás logrará es ganar una controversia internacional con desplantes de autócrata bananero. Estados Unidos ha comenzado a cerrarle la pinza a un vecino que ha abusado de la tolerancia y el buen trato de Washington. Katherine Tai lo dijo de esta manera: “Hemos tratado de trabajar de forma constructiva con el gobierno mexicano para atender nuestras preocupaciones, pero lamentablemente las empresas estadounidenses continúan enfrentando un trato injusto en México”. López Obrador cree que le “toma el pelo” a Estados Unidos. Cree que ha logrado engañar a los funcionarios norteamericanos que llegaron a su despacho para pedirle cambiar la política energética monopolizadora de su gobierno. Cree que puede engañar a todos, todo el tiempo, pero Washington ya puso un hasta aquí. La relación con López Obrador comenzó a dar un giro a partir de la más reciente visita a ese país. El deterioro de la relación comenzó a manifestarse en la “mañanera” posterior a su regreso. El presidente no presumió, ni festejó la detención del narcotraficante Rafael Caro Quintero. Habló del tema sin darle importancia. Fue ambiguo, evasivo y quiso parecer desinformado. Otro presidente lo habría presentado como uno de los golpes más importantes en contra de un ícono del crimen organizado. Podría haber culpado –como acostumbra– a los gobiernos del pasado de complicidad con el crimen y no lo hizo. También fue el gran ausente en el funeral de los marinos que murieron en uno de los helicópteros que participaron en el operativo. El Comandante de las Fuerzas Armadas brilló por su ausencia. Estados Unidos fue más solidario y la DEA izo la bandera de sus oficinas a media asta. Mientras la directora de la DEA Anne Milgram y la Fiscal General Merrick Garland aplaudían la colaboración binacional para detener a Caro Quintero, López Obrador y el embajador norteamericano Ken Salazar la negaban. ¿Por qué las contradicciones? ¿Por qué dan por falsa la participación de la DEA en la captura del capo pese a los testimonios oficiales de que así fue? Todo indica que AMLO no está de acuerdo con la captura del capo y que le debe haber caído muy mal el desayuno cuando la vicepresidenta de E.U, Kamala Harris –de acuerdo al columnista Héctor de Mauléon– le pidió detenerlo. El pasado alcanzó a López Obrador con la detención de Rafael Caro Quintero. Representa abrir expedientes que el tabasqueño quisiera aventar al incinerador. Declaraciones, documentos y notas periodísticas que vinculan –con sustento o sin él– al entonces secretario de Gobernación Manuel Bartlett, con la muerte del agente de la DEA, Enrique Camarena. Washington aprieta a su vecino cuando ordena a la Representante de Comercio, Katherine Tai, llevar a tribunales las continuas violaciones de México al T-MEC por favorecer a la Comisión Federal de Electricidad donde un señor llamado Manuel Bartlett ha decidido poner en riesgo las inversiones de empresas estadounidenses. López Obrador está enredado y perdido en su laberinto. Para Estados Unidos y Canadá ya es un socio poco confiable. ¡Fuera máscaras!, ¡se acabó la fiesta con todo y música de Chico Che! ***Directora de la Revista Siempre