El 2025 será un año más que difícil para México y lo será en el frente interno y externo, que siempre están conectados. En el interno la presidenta Sheinbaum enfrentará la realidad de un país que tendrá que operar en condiciones de restricción presupuestal producto de la negativa de llevar a cabo una reforma fiscal y la herencia de un presupuesto deficitario con una carga ineludible en términos de pasivos laborales, trasferencias sociales en efectivo y compromisos de pago de las obras de infraestructura. La llegada de nuevas inversiones bien podría estar comprometida por la ausencia de certidumbre jurídica y por la violencia descontrolada que afecta a la población en general, pero también a la actividad empresarial. Por si fuera poco, a Sheinbaum le tocará lidiar con el personaje más adverso que podríamos imaginar en la presidencia del principal socio comercial de México. Trump es bien conocido por su mala opinión de México, de sus ciudadanos y de su gobierno. A los y las mexicanas nos pinta como flojos, corruptos, criminales y violadores. Al gobierno como inútil en las tareas de frenar el trasiego de drogas y el flujo de migrantes de caravanas de migrantes, así como de aprovecharse desproporcionadamente de la “benevolencia” económica de Estados Unidos. El problema no es lo que piense de nosotros y del gobierno sino de sus planes y el poder que tiene para implementarlos. Los gobiernos de Estados Unidos y el de México tienen cosas en común. Sus presidentes ganaron ampliamente las elecciones, sus poderes ejecutivos concentran mucho poder, sus legislativos lograron la mayoría en ambas cámaras, tienen al poder judicial de su lado y tienen muy claro el proyecto que quieren implementar. Los dos desprecian a las burocracias administrativas, sus carreras y su experiencia. Prefieren a leales que a capaces. Por razones distintas, ninguno de los dos se puede reelegir. Esta situación puede hacerlos todavía más irresponsables y desbocados, pero aún sin reelección, está claro que los dos tienen un movimiento atrás que los respalda incluso más allá de sus partidos: MAGA (Make America Great Again) y el segundo piso de la transformación. Ahí terminan las similitudes. El poder económico y la importancia global que tienen ambos países no puede ser más distinta y desigual. México puede ser y es muy importante para la economía de EE UU, pero es sin duda el socio más débil. El supuesto disparo en el pie de Trump por motivo de los aranceles y el consecuente encarecimiento de los productos agrícolas o automotrices, entre otros, es un precio que Trump está dispuesto a pagar. Lo mismo ocurre con la migración. Nadie duda de la importancia de la mano de obra legal e ilegal para la economía estadounidense -ni él mismo- pero a Trump poco le importa. Puede demostrársele que para que MAGA funcione necesita el intercambio comercial y a los trabajadores mexicanos, pero tampoco parece importarle. Sus prioridades son otras, su racismo y supremacismo están por encima de cualquier interés. Ha convencido a su movimiento que, sin una deportación masiva, sin la exigencia de que México muestre algún tipo de efectividad para detener las caravanas de migrantes (mexicanos y de otros países) y sin una política firme y con resultados para combatir el crimen organizado, México merece represalias. ¿Cuáles? Las que hagan falta y por los medios que haga falta. No sabemos hasta donde sea capaz de llegar Trump a la hora de hacer realidad sus tres promesas: aranceles exorbitantes, deportaciones masivas e intervención si es necesario soft o hard. Lo que sí sabemos es que tiene el poder, el dinero y la voluntad para meter en serios problemas a nuestro país. La economía mexicana no aguanta los aranceles prometidos, aunque hayamos amenazado con la reciprocidad. No aguanta la deportación masiva de millones de mexicanos y de otras nacionalidades, ni el cese o drástica reducción de las remesas. No aguantaría, tampoco, una intervención en territorio mexicano sea soft o hard. El discurso “buleador” de Trump sirve lo mismo de discurso de política interior que de política exterior y tiene la capacidad de transformarlo en hechos. El de Sheinbaum tiene que ser diferenciado. Uno hacia afuera en donde tiene que enfatizar una relación de cooperación, de intereses y beneficios mutuos y de posibilidad de llegar a acuerdos. Otro, el interior, de nacionalismo, soberanía y grandeza del país. La oferta y demandas del presidente Trump son perfectamente realizables. Las de Sheinbaum no. Trump tiene el poder de deportar, de imponer aranceles e incluso de hacer incursiones encubiertas en México. Esto último en caso de que Trump no haga caso a algunas de las recomendaciones de su ala más dura de que incluso podría ordenar una invasión sin adjetivos. Sheinbaum puede tener la firme y real intención de combatir a los cárteles, detener el fentanilo y frenar la migración, pero ni es tan sencillo ni tan rápido como emitir un decreto ejecutivo como con en el caso de los aranceles. En esta diferencia entre el querer y el poder estriba la máxima asimetría. ***Presidenta de Mexicanos contra la corrupción y la Impunidad