Por Valeria Moy Directora general Cada vez más aparatos “inteligentes” necesitan semiconductores. Los microchips, como también se les conoce, son un insumo clave para una amplia variedad de productos: automóviles, teléfonos, computadoras, tabletas, lámparas, controles remotos, juegos de video, supercomputadoras... Encima, la pandemia incrementó la demanda por dispositivos —particularmente computadoras, tabletas y consolas de videojuegos— con mayor sofisticación. Seguramente es una tendencia que llegó para quedarse y a este ritmo, la gama de artefactos que utilizan semiconductores será cada vez mayor. La oferta, por el contrario, se ha mantenido relativamente constante. Las plantas de producción de microchips se encuentran ubicadas principalmente en Asia y operan a su máximo potencial, prácticamente las 24 horas de los siete días de la semana. Incrementar la capacidad instalada está tomando tiempo, dinero y esfuerzos. Ese desequilibrio entre la oferta y la demanda repercute, en el caso mexicano, en miles de automóviles detenidos en las líneas de producción a la espera de los semiconductores necesarios. El conflicto comercial entre Estados Unidos y China le abrió a México una ventana de oportunidad desde hace unos años. Al ser México y China competidores naturales en el tipo de bienes que producen, la nación americana podría aprovechar esos espacios —ese conflicto— para sustituir al país asiático en la proveeduría de una cantidad importante de bienes. Las oportunidades están bien identificadas (como lo muestra este documento de Comexi) pero se necesitan acciones claras y dirigidas para aprovecharlas. ¿Por qué no le entra México a la producción de semiconductores? Las ventajas están a la vista. En el corto y mediano plazo se necesitarán cada vez más microchips y generarlos localmente ayudaría a satisfacer no solo la demanda interna sino la de nuestro principal socio comercial, que sin duda preferiría tener como proveedor a un aliado y vecino. Pero ninguna ventana permanece abierta para siempre. Las oportunidades llegan y si no se aprovechan se evaporan porque alguien más las toma. Los semiconductores nos dan solo un ejemplo de actividades productivas en las que México podría despegar aprovechando sus ventajas geográficas y comerciales, pero para hacerlo se necesita ser competitivo. En el Índice de Competitividad Internacional más reciente del IMCO, México cayó dos posiciones, se encuentra en el lugar 37 de los 43 países evaluados. Por primera vez en la historia del indicador, México se ubica en el grupo de países con baja competitividad; ahí nos acompañan Brasil, Sudáfrica, Argentina, India y Guatemala. En otras palabras, estamos en un proceso de desperdiciar oportunidades. Son muchas cosas las que hacen a un país competitivo. Hay temas económicos, sociales, medioambientales y por supuesto laborales que permiten a un país atraer y retener el talento y la inversión. México ha ido empeorando en algunos indicadores y en otros se mantiene estancado mientras otros países avanzan. Sin duda, el acceso a energéticos de calidad es fundamental para atraer inversión y generar crecimiento y desarrollo. Hemos visto las diferencias dentro del país: mientras el norte crece, el sur no puede crecer al no tener acceso a este insumo clave para cualquier industria. La propuesta de reforma a la industria eléctrica lanzada por el Gobierno la semana pasada representaría un retroceso para el país. Se generaría un monopolio en áreas en las que hoy no lo es y un monopsonio en otras, destruyendo lo avanzado en materia de generación eléctrica. Forzaría a todos a comprarle energía a una sola empresa —CFE— y a muchos generadores privados a venderle únicamente a la misma. Tampoco se fortalecería la empresa estatal, porque se le estaría forzando a operar en áreas en las que hoy es completamente ineficiente y en las que pierde miles de millones de pesos al año. La película terminará con un final que ya conocemos: una empresa estatal, monopolio y monopsonio legal, profundamente ineficiente con enormes pérdidas que serían subsidiadas con recursos públicos y que encima de todo será enormemente dañina para el medio ambiente. Lo ilógico de todo esto es que es una situación que podría resolverse con mejores resultados para el país. Si hay fallas en el modelo actual del mercado eléctrico, hay que atenderlas. Si hay abusos, detenerlos. Si hace falta infraestructura, construirla. La propuesta de reforma no construye; destruye lo construido. En lugar de avanzar, retrocede. Hoy esa planta de semiconductores de la que hablé al inicio de este texto no podría construirse porque no tienen garantizado el acceso a energía eléctrica de calidad a precios competitivos. Así, no debería de sorprendernos entonces que la inversión simplemente no despegue. La inversión fija bruta presentada ayer por el INEGI muestra un incremento de 2,1% mensual en julio, después de la caída de 1,8% que se vio el mes anterior. La inversión aún no recupera los valores que tenía previos a la pandemia, tampoco los que se tenían al inicio de esta administración. La inversión fija se encuentra en niveles similares a los que se dieron en 2011. Incluso en medio de la pandemia hay oportunidades para México, y también hay una realidad muy terca. Nuestra economía demanda decisiones correctas para acelerar la recuperación, pero en vez de ello el Gobierno quiere que elijamos un modelo energético de mediados del siglo pasado. El futuro nos cobrará caro si tomamos una ruta que desatiende la realidad de un mundo globalizado que demanda satisfactores producidos con energías limpias y a precios competitivos. *Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.