De símbolos y compromisos

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Por Valeria Moy Directora general Que el 1 de octubre fue un día histórico para México no está en duda. En un país intrínsecamente machista llega por primera vez a la presidencia una mujer. Claudia Sheinbaum logró despegarse de los suelos pegajosos y rompió algunos techos de cristal. Lo que haga ella con el reto mayúsculo que enfrenta está por verse. Su gestión apenas empieza. En el mundo cargado de símbolos que es la política, el martes estuvo sobrado de ellos. Algunos juegan en contra de la importancia histórica del día -como dedicarle demasiado tiempo y reflector a quien dejó el poder- y otros a favor –como hacerse acompañar de mujeres en el festejo en el Zócalo. Las imágenes son poderosas y ella lo sabe. Si bien los símbolos están cargados de significado, también existe una realidad que los pone a prueba. ¿Sí llegamos todas, como lo afirma la presidenta? ¿Sí es México ese país en el que la equidad es la norma y donde los pisos ni son pegajosos ni los techos irrompibles? No lo sé. Los datos muestran otra cosa. Muestran que las mujeres participan menos económicamente que como lo hacen en otros países culturalmente similares. Evidencian también que la brecha de ingreso por el mismo trabajo sigue existiendo. Dejan claro -clarísimo- que las mujeres son las principales responsables del cuidado, así, en general, y destinan el equivalente a otra jornada laboral adicional a hacerse cargo de los demás. Es un hito histórico, sin duda, pero el desafío también lo será. La primera presidenta de México deberá facilitar las condiciones para que lleguen más, para que el camino para las mujeres que vienen delante tenga menos baches. Y por eso, más allá de los símbolos inherentes al día, están los compromisos que Claudia Sheinbaum hizo el martes. El sexenio que terminó optó por hacer la política social a partir de programas de transferencias. No subestimo el impacto que tiene sobre un hogar recibir recursos en efectivo, pero si queremos que México ofrezca a sus ciudadanos mejores condiciones de vida la agenda social tiene que ser profunda. No necesariamente más onerosa en términos de recursos públicos, pero sí mejor diseñada. Salud y educación deberán de estar en esa agenda. En los 100 puntos que enlistó el martes, la presidenta se compromete al acceso a vacunas, cuidados preventivos, atención médica, estudios y laboratorios, cirugías y medicinas gratuitos para hacer efectivo el derecho a la salud. Fortalecerá, ese fue el término utilizado, el abasto y la distribución de medicamentos. Recibirá un sistema desmantelado e ineficiente en este sentido. Falta atención y faltan medicinas. Si logra resolver este tema, el avance será importante. Un pilar en cualquier agenda de desarrollo -y de género, además- radica en la educación. La presidenta se comprometió a ampliar el horario escolar, es decir, revertir -aunque no lo haya planteado así- la desaparición de las escuelas de tiempo completo que implementó su antecesor. A Claudia Sheinbaum no solo se le evaluará por ser mujer o por lo que logre en materia de género. Llevar las riendas de un país requiere tanto más. Tendrá que corregir los desajustes fiscales que hereda y que con la lista de compromisos del martes se antoja muy lejano. El acuerdo comercial pronto será llamado a revisión y la presidenta enfrentará fuerzas opuestas en la conducción de esa conversación. La reforma al poder judicial, en la que ella cree y ha apoyado de todas las formas posibles, sumió al país en una incertidumbre que será carísima en términos de crecimiento. El festejo animado del martes pronto pasará y la realidad empezará a demandar algo más allá de símbolos y promesas: resultados.