El falso adiós del mesiánico

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¿Por qué no creerse un mandatario extraordinario cuando el pueblo en masa decidió apoyar a su candidata, por más gris y poco carismática que esta fuese? AMLO puede interpretar ese apoyo, y no le falta razón, como una especie de reelección. Es el sexenio de un mes combinado con la gira del adiós, los discursos triunfalistas llenos de mentiras mientras que el Presidente saliente hace todo lo posible por destruir las instituciones que tanto le estorbaron y acabar por aplastar a esa oposición a la que tanto odia y contra la cual proyecta todo su rencor. Trae de la mano a quien formalmente le sucederá en el cargo en tanto se regodea entre halagos y aplausos. Un gobernador se pone a llorar mientras le dirige un discurso pletórico de alabanzas. La Presidenta Electa, a quien trae de acompañante forzada en esas giras victoriosas como una especie de trofeo, lo proclama uno de los mejores mandatarios de la historia de México y arranca con la porra que corean entusiastas los asistentes: ¡Es un honor, estar con Obrador! Andrés Manuel López Obrador ya no cuenta en años el tiempo que le queda en Palacio Nacional, ya ni siquiera en meses. Es el tiempo que está por terminarse. Para quien tanto soñó con la presidencia, persiguiéndola incansable a lo largo de tres campañas, su conclusión se cuenta en apenas semanas. Se asoma el final de lo que ha sido, sin duda, un periodo histórico de transformación, aunque no como le gusta imaginarlo y presentarlo. Pero lo cierto es que lo hace desde el pináculo del poder, su cierre sexenal revalidado por un voto popular masivo en la persona de Claudia Sheinbaum. Un gran final, apropiado para un mesiánico quien siempre se contempló como el salvador de México. El sexenio de un mes Septiembre inició con el sexto y último informe de gobierno. El Presidente hizo una narrativa extraordinaria del país que entregaba, pletórica de mentiras y fantasías. La más hilarante fue que entregaba un sistema de salud superior al de Dinamarca. Cómica pero además profundamente trágica, mostrando que el tabasqueño sigue viviendo en una realidad paralela. La ironía es que tiene un sustento para hacerlo, dado su espectacular victoria en las urnas. ¿Por qué no creerse un mandatario extraordinario cuando el pueblo en masa decidió apoyar a su candidata, por más gris y poco carismática que esta fuese? AMLO puede interpretar ese apoyo, y no le falta razón, como una especie de reelección. Es él, el mesías de Macuspana, quien realmente ganó. Ese informe no marcó el principio del fin sino el fin del principio. El mismo día inició la nueva legislatura, una en que Morena y sus satélites aplastan por su número. La agenda que López Obrador presentó el 5 de febrero, en plena campaña electoral, había pasado de ser una propuesta que parecía irrealizable a ser algo alcanzable dada la aritmética legislativa que permitieron las elecciones y la sobrerrepresentación validada tanto por el INE como por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Arrancó el sexenio de un mes, y no fue de tres meses porque una reforma aprobada en la administración Peña Nieto movió el arranque del sexenio al primer día de octubre. Pueden hacerse ciertos paralelismos con el llamado sexenio de tres meses de José López Portillo, que este inició nacionalizando la banca e instituyendo un control de cambios. Pero esas acciones eran las de un hombre desesperado que contemplaba su gobierno concluir en medio del desprestigio y el escarnio mientras se hundía en una crisis económica. AMLO en cambio se regodea en su triunfo, sintiendo que está por lograr un cierre resonante a su sexenio, presentando una regresión autoritaria como una democratización. La similitud entre ambos existe, sin embargo, en la destructividad en el largo plazo. El adiós que no es Pero lo más importante es que López Obrador no se va. Ese cierre fulgurante muestra, le demuestra, que cuenta con el apoyo y amor del pueblo. Prepara, a conciencia, el inicio de una nueva etapa de su fuerza política, con el control de legisladores y gobernadores, además del aparato de Morena, literalmente su partido. Suyo porque lo fundó y fue su vehículo al poder; ahora será uno de sus varios instrumentos para mantenerlo. En el Maximato, Plutarco Elías Calles tenía su Partido Nacional Revolucionario y ejerció como Jefe Máximo de la Revolución por siete años. A partir del primer día de octubre el país tendrá al Jefe Máximo de la Transformación. Porque AMLO considera que su obra debe continuar inalterada. Ya lo dijo la propia Sheinbaum: su gobierno construirá el segundo piso de la Cuarta Transformación; su antecesor se encargará de que no se desvíe de ese camino. López Obrador se cansó de sacar su pañuelo blanco para sustentar las mentiras sobre su pretendida honradez. Ahora lo saca, con la misma falsedad, para decir adiós. ****Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO.