Por Carlos Loret de Mola The Washington Post Un día después de que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), anunciara que tenía COVID-19, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dijo en conferencia de prensa que el presidente se sentía bien, que sus síntomas eran mínimos y que estaba recuperándose en su casa. El vocero presidencial la corrigió: el presidente no estaba en su casa privada, sino en su apartamento oficial dentro del Palacio Nacional. Después de días de silencio oficial y especulaciones, el presidente anunció en un video que ya estaba bien. Nunca se dieron detalles de su estado de salud ni se especificó qué tipo de “tratamiento experimental” —como él mismo mencionó— recibió. Semanas después, el zar mexicano para la pandemia, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell, anunció que estaba contagiado de coronavirus. Durante cuatro días el gobierno escondió que estaba hospitalizado. Cuando la prensa lo hizo público, la Secretaría de Salud desmintió la noticia y dijo que estaba en su casa recuperándose. A las pocas horas, un mando de la misma dependencia ajustó la versión: sí estaba hospitalizado y llevaba ahí algunos días. Después, el jefe directo de López-Gatell, el secretario de Salud, Jorge Alcocer, dijo que ya había sido dado de alta. A las pocas horas, el propio subsecretario López-Gatell aclaró que seguía en el hospital. No se han dado detalles de su estado de salud ni se ha especificado qué tipo de tratamiento recibió. Los dos momentos, separados por tan solo un mes, son ejemplos mínimos del funcionamiento del gobierno federal mexicano: o se han vuelto adictos a la mentira o, a más de dos años de haber asumido el poder, no han sido capaces de formar un equipo y establecer en él una coordinación mínima. Hay pruebas que apuntan en ambas direcciones. Mentir se ha vuelto una práctica común en AMLO y los suyos. En lo que tiene que ver con la pandemia, la cifra de muertos oficial está maquillada y no refleja ni siquiera el conteo (también oficial) de las actas de defunción. El presidente ha dicho muchas veces que “ya domamos la pandemia”, también que México era “de los países más preparados y con menos riesgos”, que no había un rebrote de contagios cuando ya estábamos en él, que México era de los países con menos infectados y que a nadie se le negaba una cama en un hospital público. Nada de eso ha sido cierto. Recientemente, ha anunciado el arribo de millones de vacunas que no llegaron a tiempo o simplemente no han llegado. “No hay en el mundo actualmente un país en donde se estén aplicando tantas vacunas”, dijo hace poco. De hecho, hay al menos 60 países que aplican más vacunas que México, en la comparación por habitantes. Esta adicción a la mentira se extiende a otros terrenos de su gobierno: tras inaugurar una polvorienta pista de aterrizaje con un hangar dijo que era el aeropuerto en construcción “más grande y con la tecnología más avanzada” del mundo, asegura que ya se acabó la corrupción cuando hay escándalos hasta en su familia, que la crisis económica no pegará a los más pobres cuando se ha duplicado el número de personas en pobreza extrema, que ya se rescató a la empresa petrolera Pemex cuando tiene multimillonarias pérdidas, y que la violencia va en descenso cuando está estancada en niveles récord. Pero quizá todo esto se debe a la descoordinación e incompetencia. También hay pruebas de sobra. En lo que tiene que ver con la pandemia, López-Gatell ha fallado en todo: dijo que la pandemia duraría dos o tres semanas, que su efecto sería menor que la influenza y que “usar cubrebocas tiene una pobre utilidad, o incluso tiene nula utilidad”. También desdeñó el uso de pruebas a escala masiva, nunca acertó a alertar sobre el momento más crítico de la pandemia y apostó porque la gente solo fuera internada en hospitales cuando estuviera muy grave y mejor se recuperara en su casa. También dijo que no se requerían hospitales especializados para COVID-19 y calculó que en México no habría más de 6,000 muertes (van 190,000 según sus propios datos). El fallo más reciente: el gobierno importó 800,000 dosis de la vacuna de Sinovac, pero el equipo de López-Gatell no había aprobado su uso, así que se fueron varios días a una bodega. Esta incompetencia y/o descoordinación se extiende a otros terrenos del gobierno: hay un desabasto crónico de medicamentos; la inversión pública está paralizada, y desde antes de la pandemia congelaron el crecimiento económico por sus malas decisiones; cambiaron de golpe el organismo público de salud y se dispararon las quejas por la falta de atención médica; están construyendo una refinería que se inunda; quisieron sembrar 575 millones de árboles y solo sembraron una séptima parte; el fiscal general, Alejandro Gertz, no se coordina con Santiago Nieto, el jefe de la Unidad de Investigación Financiera, y hasta públicamente han aceptado que no se llevan; se propusieron vacunar a diario 250,000 personas en promedio y ni un solo día han llegado a esa meta; y hasta organizaron una rifa del avión presidencial de la que no lograron vender casi la mitad de los boletos. Ante la duda de si son adictos a la mentira o ineptos hasta para establecer una mínima coordinación, parece que la respuesta es que son ambas cosas.