Por Ngozi Okonjo-Iweala Ginebra, Suiza, marzo 24.- La guerra en Ucrania está causando un sufrimiento humano inmenso y desgarrador. En la Organización Mundial de Comercio, una institución basada en el régimen de derecho y creada para ayudar a consolidar la paz, la violencia nos resulta abominable para nuestros principios fundamentales. Nos hacemos eco del pedido del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, para que se detenga el derramamiento de sangre y esperamos una resolución rápida y pacífica del conflicto. Pero aún mientras permanecemos transfigurados por las imágenes estremecedoras y trágicas de las ciudades ucranianas bajo ataque, y aún si nos comprometemos a hacer todo lo posible desde un punto de vista individual y colectivo para ayudar al pueblo de Ucrania, también se está tornando cada vez más evidente que las repercusiones económicas y humanitarias de la guerra se sentirán mucho más allá de Europa. Tenemos la responsabilidad de mitigar estas consecuencias también de manera proactiva. Inclusive antes de la guerra, los precios en alza de los alimentos y de la energía ya afectaban a los hogares y a los presupuestos gubernamentales en muchos países más pequeños y más pobres cuyas economías también habían sido las más lentas a la hora de recuperarse de la pandemia del COVID-19. Las nuevas alzas de los precios generadas por el conflicto en Europa del este ahora amenazan con hacer aumentar la pobreza y la inseguridad alimentaria. En estas circunstancias, el papel de la OMC y del comercio en general, particularmente para los países que son importadores netos de alimentos, es de una gigantesca importancia para prevenir el hambre. Si bien Ucrania y Rusia juntas representan un modesto 2,2% del comercio de productos global, según estimaciones de la OMC, esta cifra subestima su importancia en los mercados de granos y energía, y como proveedores de fertilizantes, minerales y otros insumos críticos para una amplia gama de actividades de producción secundaria. En 2020, por ejemplo, ambos países proveyeron el 24% del trigo comercializado globalmente, y el 73% del aceite de girasol. Las importaciones de esas materias primas son esenciales para una seguridad alimentaria básica en los muchos países que carecen de agua, tierra y condiciones climáticas para sembrar todos los alimentos que necesitan. En los últimos 30 años, Ucrania y Rusia se han vuelto fuentes clave de granos para países como Mongolia, Sri Lanka, Líbano, Egipto, Malawi, Namibia y Tanzania. El Programa Mundial de Alimentos, la agencia de las Naciones Unidas que brinda ayuda alimentaria a la gente afectada por conflictos y desastres en más de 80 países, por lo general le compra más de la mitad de su trigo a Ucrania. Los bloqueos de puertos ucranianos inducidos por la guerra y las sanciones internacionales impuestas a Rusia han reducido marcadamente el volumen global de trigo disponible. Los temores de que los agricultores ucranianos se vean imposibilitados de sembrar la cosecha de primavera de este año han agravado las preocupaciones sobre el suministro, lo que hizo que el precio de los futuros de trigo aumentara 40% y alcanzara picos récord en la primera semana de marzo. Los crecientes precios de la energía y de los alimentos han comenzado a provocar respuestas políticas familiares. Varios gobiernos ya restringen las exportaciones de granos y otros alimentos clave en un esfuerzo por mantener los suministros domésticos y limitar los aumentos de precios. La creciente cantidad de quejas ante la OMC de exportadores en varios países y jurisdicciones que son miembros subraya la magnitud del problema. Estos controles de exportaciones pueden desatar una espiral de aumentos de precios y nuevas restricciones. El Banco Mundial estima que el 40% del aumento de los precios globales del trigo durante la última crisis de precios de alimentos en 2010-11 fue consecuencia de los intentos de los gobiernos de aislar a los mercados domésticos. Pero el mundo puede mitigar esos riesgos. La experiencia demuestra que la cooperación internacional puede ayudar a manejar los efectos colaterales de los crecientes precios de los alimentos. Durante diez años, compartir información sobre suministros y acopio de alimentos a través del Sistema de Información sobre los Mercados Agrícolas ha permitido a exportadores e importadores líderes evitar el pánico y mantener el funcionamiento de los mercados sin sobresaltos. El sistema global de comercio ya lucha por hacer frente a los altos costos del transporte y los puertos congestionados, de manera que una coordinación más estrecha podría ayudar a estabilizar los mercados internacionales de alimentos, energía y materias primas, y minimizar las alteraciones adicionales de las cadenas de suministro. Es importante destacar que la función de monitoreo y transparencia de la OMC puede ayudar a garantizar que las cadenas de suministro alimentarias y agrícolas que no se vean afectadas directamente por las sanciones se mantengan abiertas y funcionen de modo eficiente. Una mejor visibilidad frente a la alteración de los mercados también permitiría que la comunidad internacional identificara y movilizara asistencia financiera y de otro tipo hacia los países pobres muy afectados por los crecientes precios de los alimentos. Esto es particularmente urgente porque, inclusive antes de la guerra de Ucrania, la recuperación económica post-pandemia ya había dejado rezagado a gran parte del mundo. El crecimiento en los países más pobres ya estaba muy por detrás de la tendencia pre-2020, lo que refleja su capacidad fiscal frágil y el acceso inequitativo a las vacunas contra el COVID-19. Mientras el mundo ve cómo se desata la tragedia de Ucrania, debemos concentrarnos con urgencia en cómo apoyar al pueblo ucraniano. Y es natural y apropiado que los gobiernos se concentren en la alteración de sus propias economías. Pero también debemos actuar ahora para garantizar que parte de la gente más pobre y más vulnerable del mundo –muy lejos del conflicto y ausente de los titulares- no se transforme en daño colateral. ***Directora general de la Organización Mundial del Comercio, fue directora gerente del Banco Mundial, ministra de Finanzas de Nigeria,