Por Delia Paredes Mier La inflación general se ubicó en 2.7% anual, un aumento desde el 2.4% observado en mayo, impulsada principalmente por el alza en los precios de los energéticos, en particular de la gasolina. Más relevante aún es el comportamiento de la inflación subyacente, que excluye componentes volátiles interrumpiendo un hilo de cuatro meses a la baja para ubicarse en 2.9% anual. Esto sugiere que las tensiones inflacionarias están empezando a extenderse más allá de los choques tradicionales, especialmente en los bienes importados o dependientes de insumos del exterior, donde ya se reflejan parcialmente los efectos de los nuevos aranceles. Tras meses de retórica proteccionista, en abril el arancel efectivo promedio en EE. UU. se elevó drásticamente de 2.3% a 8.8%, y en el caso particular de China, pasó de 11% a un sorprendente 48.2%. Si bien las métricas agregadas de inflación no muestran aún un salto brusco, un análisis desagregado del reporte de junio revela un repunte significativo en los precios de los bienes, que representan cerca de una cuarta parte del índice subyacente. En concreto, la inflación mensual de esta categoría superó en alrededor de 20 puntos base el promedio estacional del periodo 2010–2019, lo que representa una anomalía estadísticamente relevante. Entre los bienes más afectados destacan los duraderos: productos para el hogar, artículos recreativos y, de manera creciente, la ropa de vestir, todos con variaciones mensuales que superan ampliamente sus patrones históricos. Este fenómeno podría intensificarse conforme se agoten los inventarios adquiridos antes de la entrada en vigor de los nuevos aranceles y se refuercen los controles para evitar esquemas de triangulación comercial —como el reciente acuerdo bilateral con Vietnam—. Es razonable anticipar que el impacto inflacionario se acentuará en los próximos meses. La relativa contención de la inflación hasta ahora tiene fundamentos técnicos. Por un lado, existen rezagos estructurales en la transmisión de costos a precios finales. Por otro, muchas empresas han optado por absorber parte del impacto en sus márgenes, bajo la expectativa de que las medidas sean transitorias. Este comportamiento, que algunos analistas han bautizado como “síndrome TACO” (Trump Always Chickens Out), responde a la percepción de que las amenazas arancelarias podrían revertirse por conveniencia política. Adicionalmente, el desvío comercial a través de terceros países como Vietnam, Tailandia o México ha permitido suavizar los efectos inmediatos, aunque estas rutas se están cerrando progresivamente. A esto se suma un componente estadístico: la persistente distorsión de los patrones estacionales tras la pandemia continúa afectando la lectura precisa de las cifras, enmascarando parcialmente la magnitud real del fenómeno inflacionario. En este contexto, la atención se centra ahora en la respuesta de la Reserva Federal. Durante 2025, el banco central ha mantenido su tasa de referencia en el rango de 4.25%-4.50%, en un entorno caracterizado por una mezcla de cautela monetaria y expectativas de moderación inflacionaria. El consenso del mercado sigue anticipando que el Fed recortará la tasa de referencia en alrededor de 50 puntos base antes de que cierre el año, aunque la convicción es cada vez menor. Aunque la inflación de servicios sigue mostrando señales de desaceleración, la de bienes comienza a resurgir con fuerza. Si la experiencia reciente sirve de guía, el traspaso pleno de los aranceles podría consolidarse en un plazo de dos a tres meses, lo que sugiere que los datos de julio y agosto podrían exhibir una presión inflacionaria aún mayor. Los indicadores adelantados refuerzan esta hipótesis. El índice PMI manufacturero reporta un alza significativa en el porcentaje de empresas que informan incrementos de precios. Históricamente, este tipo de encuestas tiende a anticipar con precisión los movimientos de la inflación oficial, lo que apunta a un escenario de mayor tensión inflacionaria en el corto plazo. Ante esta evolución, la Reserva Federal podría verse forzada a posponer cualquier decisión de relajación monetaria. El surgimiento de un nuevo choque de oferta, esta vez autoinfligido mediante una política comercial más agresiva, restringe significativamente el margen de acción de la autoridad monetaria. De cara a septiembre, el dilema es evidente: ¿mantener la postura de espera y confiar en una eventual disipación del efecto arancelario, o asumir que se trata de una nueva fuente estructural de inflación que podría desanclar expectativas si no se actúa con firmeza? La dinámica inflacionaria en Estados Unidos parece estar entrando en una nueva etapa. Ya no se trata de los efectos rezagados de la pandemia ni de disrupciones en las cadenas logísticas globales. La política comercial ha emergido como un nuevo catalizador inflacionario, con efectos graduales pero cada vez más visibles. Los datos de junio podrían marcar un punto de inflexión, y si la tendencia se consolida en los próximos meses, la pregunta ya no será cuándo comenzarán los recortes de tasas, sino si será necesario mantener —o incluso prolongar— el ciclo restrictivo. Paradójicamente, esta vez el impulso inflacionario no se origina en disrupciones externas, sino en decisiones internas de política económica. ****Analista económico y socia en TransEconomics, firma especializada en la gestión de activos alternativos y asesoría patrimonial.