Por Manuel Molano Economista en jefe El lunes de la semana pasada este columnista le escribió preocupado a su corresponsal en la Gran Manzana (no el zócalo de la CDMX, sino Nueva York), locación estadounidense que se inundó de la noche a la mañana. Mi buen amigo, cuyo anonimato preservo para protegerlo del entusiasmo “desbordado” de los admiradores de esta columna, me dijo que la ciudad podría estar experimentando con algunas políticas del tercer mundo respecto a la inversión en infraestructura. Hay agoreros del mal (como uno, pero dedicados a otro tipo de males) que ven en la inundación de NY un signo del caos de los tiempos. “Es el cambio climático”, dicen con una autoridad tremebunda. Sí, Nueva York, Veracruz, Paraíso y Villahermosa (podríamos decirles las cuatro hermanas) quedarán bajo el agua si no le bajamos la temperatura al planeta, pero la razón de esta inundación de Nueva York es más pedestre. Las inundaciones en las ciudades se deben a la falta de inversión en infraestructura de manejo de agua pluvial y drenaje. No más. Cuando hicimos los segundos pisos de CDMX, debimos aprovechar la obra para mejorar drenaje, poner colectores de agua pluvial, conexiones de fibra óptica, antenas de telefonía celular, y hasta redes de distribución eléctrica. Este empaquetamiento de infraestructuras diversas, o bundling, es la clave del éxito de Empresas Públicas de Medellín. El gobierno de ese municipio en el departamento de Antioquia, Colombia, si va a hacer un agujero en alguna parte, se asegura que ese hoyo pueda cargar con varios servicios públicos a la vez, no solamente con uno. Una idea parecida es la que promulga el profesor danés Dag Detter. Él sostiene que los activos de las ciudades tienen un valor enorme, tan grande que podrían garantizar casi cualquier crédito de largo plazo para asegurar el desarrollo, el crecimiento económico, y la calidad de vida de las ciudades. Si consolidamos el valor de los activos en poder del sector público, dice Detter, en una sola entidad urbana, que se maneje con criterios sólidos de inversión y deuda a largo plazo, es posible construir la infraestructura necesaria para las ciudades sin necesidad de elevar impuestos, o cobrar derechos o peajes costosos. Las ciudades son el mejor invento de la humanidad. No lo dice esta columna, ni su autor, ni su corresponsal en Nueva York: lo dice Richard Florida, un académico que se dedica a estudiarlas. Nuestra productividad crece en un entorno urbano. La razón es simple. Hay una gran cantidad de bienes públicos concentrados en un solo lugar, y hay muchas oportunidades de diversificación económica. A eso le llamamos economías de aglomeración. También, podríamos argumentar que el cautiverio de nuestras planchas de concreto urbanas nos ayuda a reducir el impacto que tenemos en el planeta. Cierto, todavía no llegamos a la tecnología ideal para controlar nuestro impacto ambiental. Sin embargo, si todos viviéramos aislados, nuestro impacto planetario sería mayor. Usaríamos leña, por ejemplo, para hervir agua, pudiendo usar otras tecnologías más limpias, que se crean y se diseminan precisamente en las ciudades. Eso implica que las ciudades también generan economías de alcance o de red (es más fácil interactuar con otros seres humanos en ellas). Las ciudades generan economías de escala, como las que ocurren en los hospitales, el transporte masivo de pasajeros, y el tratamiento de aguas residuales. Si queremos mejorar el rendimiento de las inversiones públicas, tenemos que hacerlas en ciudades. Es una tragedia hacer un tren como el Maya sin una planeación financiera que asegure que los ingresos van a cubrir los costos de operación. Es una tragedia mayor saber que no va a pasar por Mérida, porque esa infraestructura va a perder más dinero, porque conectará la nada con la dimensión desconocida. En México, ya casi nunca podemos hacer inversiones urbanas. Los permisos, usos de suelo, derechos de vía, expropiaciones, rivalidades políticas y otras carencias de nuestro sistema de organización social, las hacen prácticamente inviables. ¿En qué debe invertir el sector público? En resolver problemas presentes y futuros. ¿Cómo hacerlo? Apalancando el valor de los activos públicos. ¿En dónde? En las ciudades, que es donde la civilización florece. Cualquier plan o proyecto que no considere esto, está condenado al fracaso. *Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan la postura institucional. Imagen: Nexos