Desde que regresé de la reunión del Foro Económico Mundial de este año en Davos, me han preguntado repetidamente cuáles son mis principales conclusiones. Entre los temas más debatidos este año estuvo la inteligencia artificial, especialmente la IA generativa (“GenAI”). Con la reciente adopción de grandes modelos de lenguaje (como el que impulsa ChatGPT), hay muchas esperanzas (y exageraciones) sobre lo que la IA podría hacer por la productividad y el crecimiento económico en el futuro. Para abordar esta cuestión, debemos tener en cuenta que nuestro mundo está dominado mucho más por la estupidez humana que por la IA. La proliferación de megaamenazas –cada una de ellas un elemento de la “policrisis” más amplia– confirma que nuestra política es demasiado disfuncional y demasiado equivocada para abordar incluso los riesgos más graves y obvios para nuestro futuro. Entre ellos se incluyen el cambio climático, que tendrá enormes costos económicos; estados fallidos, que aumentarán aún más las oleadas de refugiados climáticos; y pandemias recurrentes y virulentas que podrían ser incluso más dañinas económicamente que el COVID-19. Para empeorar las cosas, peligrosas rivalidades geopolíticas están evolucionando hacia nuevas guerras frías –como entre Estados Unidos y China– y hacia guerras calientes potencialmente explosivas, como las de Ucrania y Oriente Medio. En todo el mundo, la creciente desigualdad de ingresos y riqueza, impulsada en parte por la hiperglobalización y las tecnologías que ahorran mano de obra, ha desencadenado una reacción contra la democracia liberal, creando oportunidades para movimientos políticos populistas, autocráticos y violentos. Los niveles insostenibles de deuda pública y privada amenazan con precipitar crisis financieras y de deuda, y es posible que aún veamos un retorno de la inflación y shocks estanflacionarios negativos de oferta agregada. La tendencia más amplia a nivel mundial es hacia el proteccionismo, la desglobalización, el desacoplamiento y la desdolarización. Además, las mismas nuevas y valientes tecnologías de IA que podrían contribuir al crecimiento y al bienestar humano también tienen un gran potencial destructivo. Ya se están utilizando para impulsar la desinformación, las falsificaciones profundas y la manipulación electoral a toda velocidad, además de generar temores sobre un desempleo tecnológico permanente y una desigualdad aún mayor. El auge de las armas autónomas y la guerra cibernética potenciada por la IA es igualmente siniestro. Cegados por el resplandor de la IA, los asistentes a Davos no se centraron en la mayoría de estas megaamenazas. Esto no fue una sorpresa. El espíritu de la época del FEM es, en mi experiencia, un contraindicador de hacia dónde se dirige realmente el mundo. Los formuladores de políticas y los líderes empresariales están ahí para azotar sus libros y escupir tópicos. Representan la sabiduría convencional, que a menudo se basa en una visión desde atrás de los acontecimientos globales y macroeconómicos. Por lo tanto, cuando advertí, en la reunión del WEF de 2006, que se avecinaba una crisis financiera global, me desestimaron como un fatalista. Y cuando predije, en 2007, que muchos estados miembros de la eurozona pronto enfrentarían problemas de deuda soberana, el ministro de Finanzas de Italia me intimidó verbalmente. En 2016, cuando todo el mundo me preguntó si el desplome del mercado de valores chino auguraba un aterrizaje forzoso que provocaría una repetición de la crisis financiera mundial, argumenté –correctamente– que China tendría un aterrizaje accidentado pero controlado. Entre 2019 y 2021, el tema de moda en Davos fue la burbuja de las criptomonedas, que estalló a partir de 2022. Luego, la atención se centró en el hidrógeno limpio y verde, otra moda pasajera que ya se está desvaneciendo. Cuando se trata de IA, hay muchas posibilidades de que la tecnología realmente cambie el mundo en las próximas décadas. Pero el enfoque del WEF en GenAI ya parece fuera de lugar, considerando que las tecnologías e industrias de IA del futuro irán mucho más allá de estos modelos. Consideremos, por ejemplo, la revolución en curso en la robótica y la automatización, que pronto conducirá al desarrollo de robots con características similares a las humanas que pueden aprender y realizar múltiples tareas como lo hacemos nosotros. O consideremos lo que la IA hará por la biotecnología, la medicina y, en última instancia, la salud y la esperanza de vida humanas. No menos intrigantes son los avances en la computación cuántica, que eventualmente se fusionará con la IA para producir aplicaciones avanzadas de criptografía y ciberseguridad. La misma perspectiva a largo plazo también debería aplicarse a los debates sobre el clima. Es cada vez más probable que el problema no se resuelva con energía renovable –que está creciendo demasiado lentamente para marcar una diferencia significativa– o con tecnologías costosas como la captura y el secuestro de carbono y el hidrógeno verde. En cambio, es posible que veamos una revolución en la energía de fusión, siempre que se pueda construir un reactor comercial en los próximos 15 años. Esta fuente abundante de energía limpia y barata, combinada con una desalinización y una agrotecnología económicas, nos permitiría alimentar a los diez mil millones de personas que vivirán en el planeta a finales de este siglo. De manera similar, la revolución en los servicios financieros no se centrará en cadenas de bloques o criptomonedas descentralizadas. Más bien, contará con el tipo de tecnología financiera centralizada habilitada por IA que ya está mejorando los sistemas de pago, los préstamos y la asignación de créditos, la suscripción de seguros y la gestión de activos. La ciencia de los materiales conducirá a una revolución en los nuevos componentes, la fabricación de impresiones 3D, las nanotecnologías y la biología sintética. La exploración y explotación espacial nos ayudarán a salvar el planeta y encontrar formas de crear modos de vida extraplanetarios. Estas y muchas otras tecnologías podrían cambiar el mundo para mejor, pero sólo si podemos gestionar sus efectos secundarios negativos y sólo si se utilizan para resolver todas las megaamenazas que enfrentamos. Se espera que algún día la inteligencia artificial supere la estupidez humana. Pero nunca tendrá la oportunidad si primero nos destruimos a nosotros mismos. ****Nouriel Roubini, profesor emérito de economía de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, es economista jefe de Atlas Capital Team y autor de Megaamenazas: Diez tendencias peligrosas que ponen en riesgo nuestro futuro y cómo sobrevivirlas (Project Syndicate).