José María Vera Director de Oxfam Intermón En muchos países africanos no hay recursos para mantener una educación universal, y tampoco un sistema de salud. Por eso, hace años se instalaron en ellos las llamadas 'user fees', unas tasas que las familias pagan por la educación de sus hijos, la mayoría a escuelas privadas que prestan el servicio. Se trata de familias muy vulnerables, susceptibles de resistir mal los golpes de la vida. Una sequía, la especulación sobre los precios de semillas o fertilizantes, un brote de violencia, una enfermedad en la familia… Cualquier golpe serio puede destrozar sus vidas frágiles. Lo primero que cae de las posibilidades de estas familias es el pago de la educación y la salud. Sobre todo, de las niñas pobres, que son las primeras a las que se les fuerza a abandonar la escuela para trabajar en el campo o cuidar de otras niñas y niños. Son también ellas las primeras en dejar de acudir al médico y las que no pueden tomar medicinas porque no hay con qué comprarlas. Las diferencias sociales se agrandan también en estos contextos vulnerables. Así, en Kenia un niño de una familia rica pasará el doble de años en la escuela que uno de familia pobre. En Nepal, para un niño de familia pobre se multiplica por tres la probabilidad de morir antes de los 5 años. Y todo es siempre peor para las niñas. Los mecanismos que alimentan la desigualdad Afortunadamente, nada de esto es inevitable, como demuestran algunas excepciones positivas que han logrado cambios de una dimensión sorprendente. En Ghana, la eliminación de las tasas en secundaria metió a 90.000 alumnos más en el sistema educativo. Algo parecido ocurrió en Etiopía tras la implantación de la educación universal y gratuita que ha llevado a la escuela a 15 millones de niños y niñas en 15 años. Sin embargo, estos significativos avances están en riesgo, y en otros países la pobreza se perpetúa por la falta de recursos, pero más aún por la falta de determinación para abordar los cambios necesarios. Solo cuatro céntimos por euro recaudado por las arcas públicas vienen de impuestos a grandes fortunas y multinacionales La causa de todo esto está muy directamente relacionada con la desigualdad extrema y con los mecanismos que la alimentan. Sobre todo, con la fiscalidad injusta. Millones de niñas dejan las aulas y muchas mujeres dan a luz sin asistencia médica adecuada por falta de recursos para financiar la educación y el sistema sanitario de sus países. Sin embargo, no nos engañemos, recursos hay cada día más. Lo que ocurre es que esos recursos se concentran, también cada día más, en menos manos. Y los estados compiten a la baja para hacerse con una porción cada vez más pequeña de las cantidades ingentes de fondos que sobrevuelan las economías para posarse en las costas de los paraísos fiscales y en los apuntes de la ingeniería tributaria. El informe anual de Oxfam apunta que el número de milmillonarios creció al trepidante ritmo de uno cada dos días en los últimos años. Aunque quizá no sea necesario decirlo, 9 de cada 10 son hombres. Su riqueza conjunta despuntó un 12%, para llegar a 2.500 millones de dólares al día. Mientras, la de los más pobres cayó un 11%. Hay otras razones además de lo fiscal: el acaparamiento de tierras y agua, la corrupción, la captura de rentas vía monopolios, entre los cuales están los de siempre y los de las nuevas plataformas digitales. Dicho esto, es en los impuestos donde se percibe mejor la profunda injusticia. Con el tiempo, cuanto más se tiene menos se contribuye en proporción sobre la riqueza. De hecho, el tipo máximo del impuesto sobre la renta, el que se aplica a quienes más ganan, cayó en los países desarrollados del 62% en los años 70 al 38% en el 2014. En los países en desarrollo apenas llega al 28% y no se paga mucho. La sangría de la evasión fiscal Estos países pierden hasta 170.000 millones de dólares al año por evasión fiscal, por quienes extraen sus recursos sin dejar nada, por quienes operan digital o analógicamente en ellos sin aportar a su sociedad. Solo cuatro céntimos de cada euro recaudado por las arcas públicas vienen de impuestos a la riqueza de grandes fortunas y multinacionales. El resto ya se sabe, IVA o similares, los más regresivos, los que seguro pagan los pobres. Y por eso es imposible que las niñas vayan a la escuela y que las mujeres accedan a la sanidad a la que tienen derecho. Es posible que quien lea esto piense que hay poco que podamos hacer ante un desafío de esta magnitud. Pero sobre la mesa hay propuestas, y es posible llevarlas a la práctica. Quizá solo tendríamos que recordar que el hombre más rico del mundo es Jeff Bezos de Amazon, y que gasta su fortuna en viajes al espacio porque no sabe qué hacer con tanto dinero.