La felicidad de la niñez

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La niñez es una de las etapas de la vida en la que la obligación, por lo general, es la de ser feliz, pero la vida es injusta, a unos les conceden esa oportunidad de ser felices casi desde que amanece su día hasta que van a la cama a dormir; hay otros que viven en el sobresalto por el ruido de las bombas que caen en su ciudad o pueblo a causa de una guerra que ellos no pidieron, ni sus papás tampoco pero tiene que sobrevivir así. Recientemente a través de algunos reportajes que he visto y escuchado con el trabajo de un reportero de Ciro Gómez Leyva y me refiero a Humberto Padgett, extraordinario reportero que con sus crónicas de los migrantes centro americanos que cruzan el país para llegar a la frontera norte de México, nos muestra el viacrucis que viven hombres y mujeres de Guatemala, El Salvador, Honduras, Venezuela entro otros países. Me llamó mucho la atención en uno de los reportes de Padgett, grabó a niños venezolanos cantando el himno de su país, muy serios y el grupo de cinco niños bien entonados, después cantaron otra canción a ritmo de reguetón, con letras no muy propias para menores. Padgett les preguntó si conocían las canciones de Cri Cri, por supuesto que dijeron que no, esas canciones pasaron al archivo de canciones infantiles del Siglo XX desde finales de ese siglo. Vienen arrastrando los recuerdos de su país, si al cantar su himno, van a pie o en camiones, pero una gran parte se suben a La Bestia, bueno son muchas las Bestias, los trenes que van a Piedras Negras o a Ciudad Juárez, sobre los vagones o sobre material en las góndolas, se aferran al sueño de sus papás y no se rajan. Lloran con sus papás, se ríen con ellos, platican de los amiguitos que dejaron en Caracas y los partidos de futbol que hacían en la calle de su casa, allá se quedaron. Estos niños venezolanos a lo mejor no tienen idea que quién es Maduro, pero hay oído que es el presidente de su país. Mujeres embarazadas de Centroamérica que viajan con la esperanza de que su hijo nazca en Estados Unidos y así se convierta en ciudadano estadounidense y con ello darle a ella la posibilidad de legalizar su estancia. Pero no solo vemos estos casos, que si son dramáticos pero hay otros niños arrancados de pueblos indígenas de Chiapas o Oaxaca que también llegan a las fronteras, los vemos en los cruceros de Mexicali no Tijuana, algunos haciéndola de payasitos, pidiendo dinero para comer, monedas que los adultos les quitan, niñas y niños haciendo malabares con una pelotas, y los vemos que se miran y se ríen, de qué, no he sabido, pero ríen, juegan ser felices aun en estas circunstancias. Tenemos en todo el país secretarías estatales del Bienestar, direcciones municipales del Bienestar y por supuesto una federal, pero es tan pobre su trabajo que no se sabe más de estas instituciones más que la entrega de despensas sobre todo cuando quieren utilizar a la gente como público en la visita de un político de Morena. ¿Cuántos programas tienen estas instituciones del Bienestar para generar felicidad a la niñez? Yo desconozco ese dato, pero hay otras instituciones como la Secretaría de Cultura o las Direcciones de Cultura Municipal que realizan programas para llenar el requisito, pero no veo los resultados. Si en los Cearts tienen clases de música, danza, tal vez pintura y dibujo, pero ¿qué pasa con esos niños que sus padres tienen que trabajar y no tienen ni los recursos económicos y la posibilidad de llevarlos? Y qué hay de los niños que han sido asesinados por encontrarse en medio de una balacera o porque los toman para vengarse de su padre o madres o ambos por una deuda con el crimen organizado. Como quisiera que la gobernadora Marina del Pilar Ávila Olmeda velara por la felicidad de todos los niños de Baja California, los niños migrantes del sureste de México y de Centroamérica, como vela por la felicidad de sus hijos.