La riqueza es verde

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Por Pedro Urso Por qué el crecimiento económico es la mejor esperanza para el medio ambiente. El debate ambiental suele ser secuestrado por discursos que ven al mercado y al capitalismo como enemigos irreconciliables de la naturaleza. Sin embargo, la historia reciente muestra justo lo contrario: el desarrollo económico, combinado con la innovación, ha brindado las soluciones más efectivas a los grandes desafíos ecológicos. Un ejemplo emblemático es la capa de ozono. En los años 1980 y 1990, los científicos descubrieron que los clorofluorocarbonos (CFC), presentes en refrigeradores y aerosoles, estaban erosionando esta barrera atmosférica natural esencial para la vida en la Tierra. La noticia generó enorme preocupación: muchos predijeron una catástrofe inminente, incluso el colapso de la civilización. El tema ganó espacio en la cultura popular, con películas como The Sky’s on Fire, que mostraban cielos ardiendo y a la humanidad amenazada por la disminución del ozono. Sin embargo, la realidad tomó otro rumbo. En pocos años, el mercado se reinventó. Las cadenas de producción se reorganizaron, se desarrollaron nuevas tecnologías y se crearon alternativas seguras a los CFC. Este proceso también dependió de una rara cooperación internacional, consolidada en el Protocolo de Montreal, que estableció metas claras para reemplazar estas sustancias nocivas. El esfuerzo fue exitoso. Durante los años 1990 y principios de los 2000, la producción y el consumo de CFC fueron eliminados gradualmente. Para 2009, aproximadamente el 98 % de las sustancias controladas por el tratado habían desaparecido del mercado mundial. Hoy, el agujero en la capa de ozono todavía se forma cada año sobre la Antártida durante la primavera, pero tiende a cerrarse en verano cuando las corrientes de aire estratosférico de latitudes más bajas se mezclan. Este ciclo se repite, pero con claros signos de recuperación. Las evaluaciones científicas indican que la capa de ozono se está restaurando según lo previsto y debería volver a los niveles previos a 1980 en las próximas décadas. La amenaza que antes se consideraba irreversible está en vías de superarse, gracias a la adaptabilidad del mercado y a la cooperación internacional. Ahora, el desafío es el calentamiento global. Una vez más, no serán la inacción ni la retórica anticapitalista las que traigan soluciones, sino la propia fuerza innovadora del mercado. Ya estamos siendo testigos del surgimiento de alternativas competitivas, como el etanol y otros biocombustibles, así como de la revolución de los autos eléctricos e híbridos. Las empresas más grandes del mundo han invertido miles de millones en energías renovables, baterías de larga duración y procesos de producción menos contaminantes. En esencia, se trata de un proceso natural de adaptación: el capitalismo convierte los desafíos en oportunidades. Este mercado verde, además de mitigar los riesgos ambientales, abre el camino para que los países en desarrollo se conviertan en líderes de la nueva economía global. Brasil, por ejemplo, es uno de los mayores productores de caña de azúcar del mundo y puede ampliar su liderazgo en la producción de etanol, ofreciendo una alternativa energética limpia y competitiva. Bolivia, con sus vastas reservas de litio, posee un recurso estratégico fundamental para la fabricación de baterías de autos eléctricos, lo que le da el potencial de posicionarse como un actor clave en la transición energética global. Chile y Argentina también están emergiendo en este sector, mientras que los países africanos, ricos en recursos minerales y luz solar, pueden beneficiarse de la creciente demanda de paneles fotovoltaicos e insumos para tecnologías sostenibles. En lugar de ver la agenda ambiental como un obstáculo para el crecimiento, debería entenderse como una alianza estratégica para el desarrollo. La sostenibilidad, cuando se integra en la lógica del mercado, no restringe, sino que amplía las posibilidades de enriquecimiento de las naciones. A través de la innovación y la apertura económica, los países pobres pueden adaptarse al cambio climático y prosperar, transformándose en proveedores globales de soluciones sostenibles. Así, combatir el calentamiento global no tiene por qué significar estancamiento; al contrario, puede ser el motor de una nueva etapa de crecimiento económico ambientalmente responsable. También existe un factor económico fundamental del que rara vez se habla: la llamada Curva de Kuznets. Este concepto en forma de U invertida se utilizó inicialmente para describir cómo la desigualdad de ingresos aumenta en las primeras etapas del desarrollo, pero disminuye a medida que las sociedades se enriquecen. Los economistas han sugerido que también puede aplicarse al medio ambiente. Los países en proceso de industrialización inicialmente aumentan la contaminación al priorizar el empleo y el crecimiento, pero conforme los ingresos crecen, los ciudadanos demandan calidad de vida, aire limpio, energías renovables y ciudades sostenibles. En niveles más altos de prosperidad, la tecnología y el capital hacen que la producción limpia sea preferible. En otras palabras, la mejor manera para que los países pobres reduzcan la contaminación no es ralentizar su desarrollo, sino volverse más ricos. El crecimiento económico crea las herramientas necesarias para financiar la investigación, implementar innovaciones limpias y responder a las crecientes demandas sociales de sostenibilidad. La prosperidad y la protección ambiental no son objetivos opuestos, sino etapas complementarias del mismo proceso evolutivo. Esto indica que combatir el calentamiento global no implica desacelerar el crecimiento, sino acelerarlo de manera sostenible, permitiendo que los países pobres y en desarrollo alcancen niveles de prosperidad que les permitan adoptar tecnologías limpias. Crédito de la gráfica: Yorel Ktech | FEE ***Pedro Henrique Engler Urso es, licenciado en Comercio Exterior, estudiante de Derecho en la Universidad Presbiteriana Mackenzie y posee un posgrado en Derecho de la Unión Europea por la Universidad de Coímbra.