Las heridas mentales y sociales del covid-19

foto-resumen

Por Antón Costas No habrá recuperación sostenible de la economía y del empleo mientras no logremos cicatrizar las heridas mentales y sociales que deja la pandemia. Aceptar este axioma es el primer paso para evitar los efectos permanentes que puede provocar el covid-19. Nuestra relación con el covid-19 responde a las cinco fases que la doctora Elisabeth Kubler-Ross identificó cuando nos enfrentamos a la noticia inesperada de una enfermedad grave: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Solo cuando aceptamos la enfermedad podemos comenzar a ponerle cura y recuperarnos. Con la pandemia del covid-19 aún no hemos alcanzado esta fase. La economía pandémica no se comporta como una economía normal. Si los gobiernos gestionan bien la recesión -con políticas fiscales, financieras y laborales adecuadas- la recuperación de una economía tarda entre 6 y 18 meses. Eso sí, cuando se gestiona mal, la recesión puede alargarse de forma peligrosa. Es lo que ocurrió en la crisis financiera y económica del 2008 con el error de la política de austeridad fiscal de la zona euro. A diferencia de las recesiones de una economía normal, que son provocadas por algún desequilibrio interno de la economía (inflación, déficit público, déficit exterior), las recesiones pandémicas son provocadas por un 'shock' externo, ya sea una guerra o un virus. Mientras no se logre restablecer la salud pública, la economía permanecerá sometida a los 'infartos' de los confinamientos y no podrá recuperarse de forma plena. Pero esto son los efectos a corto plazo. Lo que me interesa aquí es trasladarles la idea de que una economía pandémica deja cicatrices duraderas: puede reducir la capacidad de crecimiento a largo plazo de la economía y empobrecer a las nuevas generaciones de niños y jóvenes. Por un lado, la pandemia dejará cicatrices mentales en las personas, en el sentido de que esta experiencia dramática y el miedo a que vuelva a ocurrir en cualquier momento nos hará más austeros al consumir y más avariciosos al ahorrar. Esto, que en el plano individual puede ser una virtud, cuando lo hacemos todos a la vez hunde la economía. La conducta económica recelosa de nuestros abuelos y padres fue el resultado de la impronta que en su mentalidad dejó la gran depresión, la guerra mundial y nuestra guerra civil. Mientras no se despeje la incertidumbre que provoca la pandemia y el miedo a que pueda reproducirse o llegar otras nuevas (el cambio climático), la economía no se recuperará de forma plena. Asimismo, la pandemia deja también cicatrices sociales duraderas. Déjenme hacer referencia solo a una de ellas. La pérdida de escolaridad de nuestros niños y jóvenes perjudicará su productividad futura. Como consecuencia, sus ingresos disminuirán en relación con generaciones precedentes. Aumentará la pobreza y la desigualdad. Y el crecimiento de la economía se debilitará. Estos son efectos negativos a largo plazo y no los estamos teniendo en cuenta. **Catedrático de Política Económica, Universidad de Barcelona.