Después de tantos años, estamos de acuerdo en que por más que lo quieran vestir así, los informes de gobierno son todo menos un ejercicio de rendición de cuentas. Como es natural son ocasiones en los que se resaltan logros y se esconden fracasos. Vamos bien y vamos a ir mejor. Con estas palabras cerró su discurso la presidenta Sheinbaum. Y sí, quien no conociera México y su primer acercamiento al país fuera este informe, quedaría impresionado con los logros, las promesas, el empuje y la visión de Estado de sus gobernantes. El Informe de Gobierno de este año no fue distinto a los de siempre. Logros que no resisten el menor escrutinio como los de salud; evidencia que choca con la palabra presidencial como en la educación; omisiones inadmisibles como las cifras de desaparecidos. Los primeros 11 meses de gobierno pueden analizarse desde la perspectiva de la continuidad y el cambio. Las continuidades -en la forma y en el fondo- mucho más sobresalientes que los cambios. Son tantas, que me atrevo a decir que el antecesor de Sheinbaum dejó un libreto escrito que se ha seguido prácticamente al pie de la letra. Ella misma lo resalto al inicio de su discurso. Enlisto: Mismas prioridades de gasto. Más para Defensa y Marina, menos para salud, educación y ciencia y tecnología. Mismas tareas asignadas a los militares y marinos. Mismos -ligeramente aumentados- programas sociales y compromiso con alzas salariales y otras mejoras a la clase trabajadora. Misma línea de obra pública con énfasis en la construcción de trenes y terminación o ampliación de las obras que quedaron pendientes Misma política de endeudamiento. Misma obsesión con el pasado neoliberal que no trajo más que males al país. Misma ausencia de una visión de desarrollo y prosperidad económicos. Misma des-institucionalidad. Mismos frenos a la libertad de expresión. Misma opacidad, nepotismo, corrupción e impunidad. Misma aversión -ahora constitucionalizada- a los contrapesos. Misma actitud de cerrazón e intolerancia frente a la oposición. Mismo desprecio por sectores u organizaciones no controlados por el oficialismo como mujeres, madres buscadoras o padres de hijos con cáncer. Misma narrativa fuera de la realidad. Y ¿de los cambios? No se les dio suficiente realce a los cambios. La notable transformación en la política de seguridad, el viraje en la relación bilateral con E.U. y, aunque a ellos se refirió un poco más, los cambios por venir en materia energética (Pemex y CFE). Todavía más promesa que realidad. También fueron importantes los silencios. Ni una palabra sobre el INE, el Tribunal Electoral o la Comisión de Derechos Humanos. Estos tres órganos capturados, el resto desaparecidos. Ninguna referencia a los escándalos que echaron por tierra la honestidad, el rechazo a los lujos y a la convicción de que el poder se debe “ejercer con humildad y sencillez”. Hubiese sido suicida. Y, más sorprendente aún, ni una mención al crimen organizado, las detenciones de los capos más importantes de la droga y la entrega de 55 criminales vinculados al narcotráfico, entre ellos a integrantes del Cartel de Sinaloa, el Cartel Jalisco Nueva Generación y Los Zetas. Tampoco de los actos de corrupción como los de Seguridad Alimentaria o los del huachicol a secas y el huachicol fiscal. Como si no existieran. En fin, un informe que confirma que estamos en presencia de un libreto fijo, escrito con anterioridad, que la presidenta de México consiente y respeta. No puedo dejar de decir que me da un poco de enfado. Una presidenta con tanto poder podría corregir los errores de la pasada administración y transformar a México.