Por Pablo Colado Editor de Medicina y Salud The Conversation España “¡Triste época la nuestra! Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio”, se lamentaba Albert Einstein. Y quien dice prejuicio dice falso mito, bulo o bien intencionado consejo de abuela, sobre todo cuando se refieren a asuntos que atañen a nuestra salud. Como explicaban el biólogo Carl T. Bergson y el experto en datos Jeving D. West en su libro Bullshit. Contra la charlatanería, fabricar este tipo de pseudoinformación requiere mucho menos trabajo e inteligencia que erradicarla. Y aún más en nuestra estrepitosa era de las redes sociales. Empecemos por la nutrición, uno de los terrenos abonados a la proliferación de creencias infundadas. Y en primer lugar, hay que desterrar el tópico de que todo lo “natural” es mejor: como nos contaba Laura Culleré Varea, investigadora de la Universidad San Jorge, cualquier alimento se compone de un conjunto de compuestos químicos y la etiqueta “sin conservantes” no es necesariamente sinónimo de sano. Es una muestra de cómo le cuesta a nuestro cerebro abandonar viejas certezas. Así que hagamos caso de la evidencia científica y tengamos claro de una vez por todas que tomar más vitamina C no evita contraer la gripe (aunque sí ayuda a combatir las secuelas a largo plazo); que el huevo no aumenta el riesgo de sufrir un trastorno cardiovascular; que ni las ostras ni las fresas ni el chocolate tienen propiedad afrodisíaca alguna; o que los productos integrales son más saludables, pero no adelgazan. Un consejo para separar el grano de la paja en el aluvión de informaciones y consejos nutricionales que nos abruma: desconfíe de la palabra “superalimento”. Jara Pérez Jiménez, del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN-CSIC), ponía como ejemplo el prestigioso kale, que no es más que col rizada, una verdura tan recomendable como cualquier otra pero conocida tradicionalmente en Escocia como “la espinaca de los pobres”. Al margen de la alimentación, hay otras cuestiones que deberían estar fuera de discusión y que siguen nutriendo miedos irracionales. Así, sigue sin haber pruebas, pese a los incontables estudios llevados a cabo, de que la exposición a la radiación del wifi o al teléfono móvil aumenten el riesgo de sufrir cáncer. También puede ocurrir que ciertas inercias mentales obstaculicen el diagnóstico o el tratamiento de ciertas enfermedades. Es el caso de la osteoporosis, que no se trata de un problema exclusivamente femenino: el 25 % de las fracturas osteoporósicas son sufridas por hombres. Y lo que es más importante, las complicaciones y la mortalidad asociadas a esas fracturas son mayores en los varones que en las mujeres. Algo similar les ocurre a las mujeres aquejadas de trastornos del espectro autista (TEA), una dolencia esta vez asociada tradicionalmente al sexo masculino. A menudo el trastorno se detecta en la edad adulta porque las afectadas se esfuerzan más por disimular sus dificultades para socializar, con el desgaste psíquico que ello acarrea. En cualquier caso, el mejor antídoto contra los bulos y los falsos mitos es informarse en fuentes solventes, honestas y rigurosas. Gracias por confiar en The Conversation.