Mi pequeño angelito y la inflación

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Por Daphne Posadas Directora de FEE Studios Home Alone cumplió 35 años y sigue siendo un clásico navideño imperdible. En la película de 1990, la familia McCallister viaja a París y por un descuido, deja a Kevin solo en casa. El caos no tarda en llegar. Pero antes de enfrentarse a los “ladrones torpes”, Kevin hace algo muy razonable: va al supermercado. En su compra incluyó medio galón de leche, jugo de naranja, pan, una cena congelada de pavo, papel higiénico, hojas para secador, detergente líquido, plástico para envolver, macarrones con queso y una bolsa de soldaditos de juguete. Todo por un total de $19.83. Hoy, recrear exactamente esa misma compra costaría entre $50 y $65, dependiendo de la ciudad y del supermercado. Desde 1990, el precio se ha más que duplicado. En un mundo con avances tecnológicos, cadenas de suministro globales y una productividad mucho mayor, podríamos pensar que los bienes de consumo deberían ser cada vez más baratos. Y, sin embargo, no lo son. El chivo expiatorio suele ser la “avaricia corporativa”. Pero esa narrativa ignora que la inflación es un fenómeno monetario. El aumento generalizado y sostenido de los precios no ocurre de manera espontánea ni por decisiones de empresas, sino como consecuencia de la expansión de la oferta monetaria, es decir, de la impresión de dinero. Cuando los gobiernos gastan más de lo que recaudan y financian ese déficit creando dinero, cada dólar pierde poder adquisitivo. No es que la compra de Kevin sea más grande, es que el dinero vale menos.