Por la normalización de la sociedad organizada

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Por Edna Jaime Se dice que una golondrina no hace verano, pero cuando el número de ellas crece, sabemos que el clima va a cambiar. Así sucede con las iniciativas legislativas, las declaraciones, el ánimo en contra de las organizaciones de la sociedad civil. Ya son tantas que no pueden ser simples salidas de tono: son una postura que empieza a traducirse en acciones lamentables. La primera acción es desacreditarlas, ponerlas ante los ojos del público como instancias interesadas, con fines poco dignos, que además aprovechan la deducibilidad de impuestos para quitar dinero al Gobierno. Son argumentos que, de tanto repetirse, puede estar generando un ambiente de opinión desfavorable para ellas, que más tarde justifique un golpe franco. Como el que hoy se perpetra desde la Miscelánea Fiscal 2022. La ley que fue aprobada en la Cámara de Diputados limita la deducibilidad de los donativos destinados a este tipo de organizaciones. Les pega en su eje de flotación, porque la mayoría de ellas están constituidas sin fines de lucro. Existen para cumplir con un objeto social y porque un número de personas, corporaciones o instituciones comulgan con esos objetivos, y los apoyan a través de financiamiento. Desde mi perspectiva, son redes virtuosas porque se generan de una manera más o menos espontánea, producto de una elección en libertad, y porque se convierten en puntos focales donde personas convergen. Son un ejercicio de colaboración, de empatía y de comunión con causas. Son indicadores de vida en una sociedad. Sus signos vitales. Pienso que aunque joven, la sociedad civil en México es un gran soporte y complemento de la acción del Estado. Es socio natural en la producción de bienes públicos. Y la verdad es que nos ha costado mucho trabajo asumirnos con la responsabilidad de participar en lo público. De sentirnos empoderados. Diversos estudios de opinión reflejan un grado importante de apatía y reservas a la hora de abrazar nuestra ciudadanía de manera cabal. Son pocos los mexicanos que participan en organizaciones de la sociedad civil, y también son pocos los que aportan. Y lo que resulta más preocupante es la eterna desconfianza hacia el prójimo, que se origina acaso en el entendimiento equivocado de que no podemos influir en él. Más en concreto, juzgamos que hay un divorcio entre quien toma decisiones y nosotros. En este contexto es casi una proeza que existan organizaciones con distintas maneras de participar en lo público y personas que las apoyan. De alguna manera han roto con el paradigma en el que muchos nos formamos. Venimos de un sistema político en el que la sociedad fue organizada desde el poder. El régimen priísta era una sofisticada maquinaria de control político, de mediatización de demandas sociales y participación. Pero también era un aparato que estaba en todas partes, tratando de dar algo a cada quien para tenernos apaciguados. Fueron 70 años así. Por eso que no sorprenda que seamos torpes para organizarnos. Que nos hierva la sangre y no sepamos cómo canalizar esa energía. Y que sea excepcional que lo hagamos sin la tutela de alguna organización política o partidista. Pero la potencia de la participación la hemos visto. El viejo régimen fue derrotado por una oposición partidista, cierto, pero detrás estaba el empuje de personas que no quisieron domesticarse. Del 68 para acá, en las grandes transformaciones del país ha habido ciudadanos organizados. Como también los hay en otras vertientes de nuestra vida pública. De las organizaciones registradas como donatarias autorizadas, 63% están dedicadas a la asistencia. En esta clasificación podemos encontrar a la Fundación UNAM, a la Fundación IMSS, a la Casa de la Amistad para Niños con Cáncer, la Cruz Roja, el Teletón, Bécalos, entre muchas otras (la fuente de este dato es Mexicanos contra la Corrupción y la impunidad). Lograr un registro como donataria autorizada no es un día de campo. El SAT tiene criterios rigurosos para dar entrada y permanencia en este régimen. La rendición de cuentas y transparencia es obligada. Así es en el mundo, pero hay gobiernos que van más allá y promueven la participación deliberadamente. Hacen política pública para ello. Pienso que aunque joven, la sociedad civil en México es un gran soporte y complemento de la acción del Estado. Es socio natural en la producción de bienes públicos. Cuando esta asociación se hace explícita, es decir, cuando se construye un modelo de gobernanza para ello, los resultados se potencian. Por eso en el mundo democrático y civilizado ya no se pregunta sobre el rol de la sociedad civil. Es como preguntarse por el rol del Estado, una obviedad. Las decisiones fiscales que afectan a las OSC duelen porque parecen un componente de una escalada. La de construir una nueva hegemonía. Creo que nuestra sociedad, con todos sus déficits, no lo permitirá. En esa tensión se nos irán los próximos tres años. Veremos con qué nos quedamos.