Ya le urgía. Por él, lo hubiera hecho desde el primer día que llegó al poder: anunciar que sepultaría al INE. Que acabaría con la única contención autónoma que hoy existe a su hambre de poder absoluto. López Obrador acabada de proponer una reforma constitucional para que su clientela electoral –a la que amenaza y soborna con dinero–, vote para que elija a los consejeros electorales que él va a imponer. Cuando dice que quiere federalizar al INE significa que busca convertir al órgano electoral en una oficina de gobierno que esté bajo sus órdenes, con un titular dócil, dispuesto a organizar elecciones fraudulentas que ignoren el mandato de los ciudadanos. López no quiere un sistema electoral democrático. Autócratas como él diseñan sistemas de elección injustos e ilegales para fortalecer su totalitarismo y concentración de poder. Por eso necesita que los consejeros salgan de un plebiscito arreglado, sin experiencia electoral, improvisados con el único requisito de que sean adictos a la 4T para manejarlos de la misma forma como manipula a los legisladores de Morena. Quiere eliminar diputados y senadores plurinominales para que su partido que tiene hoy la más alta votación nacional amplíe su presencia en las cámaras. Se trata de reducir y de ser posible desaparecer a la oposición con la intención de convertir a Morena en partido único. La cantaleta de López Obrador de reducir a la mitad los gastos electorales va dirigida a debilitar financieramente a los partidos opositores para impedirles ganar elecciones. La reforma que trae entre manos el presidente representa una usurpación al derecho ciudadano de elegir libremente a sus gobernantes. Es una treta para asaltar y controlar el voto y organizar comicios cuyos resultados sirvan para revitalizar y reciclar un régimen personalista. El sueño del tabasqueño es ser dueño del órgano electoral para organizar consultas populares que le permitan movilizar a las masas y así poder justificar decisiones ilegales. Busca que el pueblo ocupe el lugar del Congreso y que sea él quien determine si debe haber una Constitución que permita la reelección o la prolongación de mandato. Que le de el control absoluto del presupuesto y pueda acabar con la autonomía del Poder Judicial. Al presidente le es cada vez más difícil ocultar sus pulsiones autocráticas. La filtración sobre el aumento de la tasa de interés no fue un descuido, tampoco producto de su ignorancia. Sabía que estaba violando la autonomía del Banco de México y lanzó un buscapiés para ver qué pasaba. Así como ansía tener bajo su control al INE también busca eliminar la autonomía del banco central. Cosa de tiempo. La gula que tiene López por el poder absoluto lo lleva a inventar reformas dirigidas a eliminar todo tipo de contrapesos y hacer experimentos. Así lo hizo cuando ordenó al exgobernador de Baja California, Jaime Bonilla modificar la Constitución local para quedarse cinco años en el poder en lugar de los dos por los que fue electo. Así lo hizo cuando envió al Senado una iniciativa para que Arturo Zaldívar prolongara su mandato como presidente de la Corte en un intento por quedarse un poco más con la silla de Palacio Nacional. Lorenzo Córdoba tiene razón al advertir que detrás de la reforma electoral puede estar el rencor hacia los consejeros. Especialmente hacia él, un titular que ha sabido defender la autonomía del Instituto de una guerra lanzada desde la presidencia para desparecerlo. Sin duda, López odia y desprecia a los actuales consejeros del INE por no ser “agachones”, por poner a salvo la democracia de un tiranuelo que quiere “meter” la mano en las urnas para imponer ganadores. EL ADN fascista de López alcanza su clímax con la reforma electoral que propone. Su intención es clara: acabar con un sistema electoral democrático para imponer otro donde todo lo decida él. ****Directora de la Revista Siempre