Trump se encamina a colisionar con el presupuesto de Estados Unidos

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Se ha especulado sin cesar sobre el caos que puede (o no) aguardar a Estados Unidos y al mundo tras la investidura del presidente electo Donald Trump el 20 de enero. Nadie sabe cuánto de la agenda declarada de Trump es “real” y cuánto es una postura política para su base, una demostración de poder para sus enemigos o parte de una estrategia de negociación frente al Congreso y varios amigos y adversarios extranjeros. Pese a toda su fanfarronería y a sus seguidores que quieren crear realidades alternativas, Trump no puede derogar las leyes de la aritmética, por mucho que lo intente en las próximas semanas, cuando el gobierno alcance el límite de la deuda federal. Los déficits gubernamentales son la diferencia entre los ingresos y los gastos anuales, y la deuda nacional es la suma de los déficits pasados. Estos hechos tienen implicancias políticas reales, porque Estados Unidos tiene un techo de deuda legal (por ley, hay un límite a cuánto puede pedir prestado). El 28 de diciembre, Janet Yellen, la secretaria del Tesoro saliente, notificó oficialmente que el techo se alcanzaría “entre el 14 y el 23 de enero”. Al adoptar medidas “extraordinarias”, Biden puede pasar el problema a la administración entrante de Trump como regalo de despedida a cambio de la negativa de Trump (apoyada por Elon Musk) a aceptar el acuerdo que se había hecho anteriormente; y Trump podría posponer aún más el día del ajuste de cuentas, pero sólo brevemente. Con un déficit fiscal mensual de 367.000 millones de dólares en noviembre y un déficit fiscal de 2024 de un promedio de 150.000 millones de dólares mensuales, no pasará mucho tiempo antes de que se supere el techo de la deuda actual. Los 110.000 millones de dólares aproximadamente añadidos en el acuerdo de Navidad para gastos de desastres y emergencias no facilitarán la tarea. Mientras tanto, los extremistas del Partido Republicano insisten en que no se aumente el techo, lo que significa que el déficit tendría que eliminarse por completo . Si Trump no logra convencer a todos los republicanos, tendrá que conseguir cierto apoyo de los demócratas alcanzando un nuevo acuerdo sobre el techo de la deuda y los déficits futuros. Pero ¿por qué los demócratas deberían aceptar aumentar el techo de la deuda si eso sólo le permite a Trump recompensar a Musk y a otros oligarcas por su apoyo dándoles un recorte de impuestos masivo e injusto? Toda esta politiquería del Congreso sobre el déficit y la deuda representa sólo un cuerno del trilema presupuestario que Trump enfrentará desde el primer día. Los impuestos son el segundo cuerno. Si hay una sola cosa con la que Trump y sus compinches están verdaderamente comprometidos es con la reducción de impuestos a las corporaciones y a los multimillonarios. Su “principio” rector es hacer permanentes las temerarias reducciones de impuestos que Trump firmó durante su primera administración (muchas de las cuales expirarán a fines de 2025), y reducir aún más los impuestos a las corporaciones estadounidenses. La mayoría de las estimaciones sugieren que al hacerlo se sumarían 7,5 billones de dólares a la deuda nacional, aunque la estimación máxima del Comité para un Presupuesto Federal Responsable es el doble de esa cantidad. Por supuesto, la administración Trump prometerá algún milagro de crecimiento, y repetirá el viejo disparate de que los recortes impositivos se pagan solos. No importa que eso nunca haya sucedido, ni después de los recortes impositivos de 2017 ni de los de Ronald Reagan en los años 1980. De hecho, ya se espera que las políticas impositivas de la primera administración Trump cuesten 1,9 billones de dólares en un período de diez años. A partir de ese punto de partida, haría falta un Houdini fiscal –o un nivel de deshonestidad presupuestaria sin precedentes– para convertir 7,5 billones de dólares en 0. Esto nos lleva al tercer cuerno del trilema: los recortes del gasto. Es bien sabido que la mayor parte del gasto del gobierno estadounidense no es discrecional; está comprometido con programas como la Seguridad Social, que incluso la mayoría de los republicanos se resisten a recortar. Además, casi la mitad del gasto discrecional se destina a defensa, otra partida presupuestaria que los republicanos aprecian. Eso deja sólo unos 750.000 millones de dólares en gastos discrecionales no relacionados con la defensa que deben contabilizarse. Para eliminar el déficit, Trump tendría que eliminar todos los programas gubernamentales discrecionales no relacionados con la defensa, no sólo el Departamento de Educación, sino también los parques nacionales y las agencias de seguridad interior que su administración necesitará para aplicar sus despiadadas políticas antiinmigratorias. Incluso así, le quedaría un agujero anual de un billón de dólares antes de conseguir su recorte de impuestos, lo que se vuelve matemáticamente imposible si sólo un puñado de legisladores republicanos cumplen su promesa de no aumentar el déficit. Al mismo tiempo, Trump quiere que los europeos aumenten su gasto en defensa al 5% del PIB. Si Estados Unidos, que actualmente gasta el 3,1% del PIB en defensa, hiciera lo mismo (de lo contrario, sería el colmo de la hipocresía), eso sumaría unos 600.000 millones de dólares al año. Por supuesto, todavía es posible un compromiso bipartidista. Eso implicaría una reforma fiscal progresiva (por la cual quienes tienen mayores ingresos paguen más) y disposiciones para fortalecer los programas gubernamentales que han desempeñado un papel tan importante en la vida de millones de estadounidenses. Esto no agradaría a los halcones de la deuda ni a los oligarcas que rodean a Trump, pero los superricos no necesitan programas gubernamentales (o eso creen), así que ¿por qué no eliminarlos del proceso? A juzgar por el historial de Trump, no será fácil llegar a un acuerdo de ese tipo. Habrá caos, como ya vimos con el cierre casi total del gobierno federal días antes de Navidad. La solución en esa ocasión fue postergar el asunto hasta que Trump esté en la Casa Blanca. Pero ¿cuál será la solución la próxima vez? Al iniciarse un nuevo año, la vida y el bienestar de cientos de millones de personas dependerán de la rapidez y la fluidez con que se resuelva este dilema. Trump y sus partidarios pueden querer cambiar el orden mundial, pero primero deben poner orden en la propia casa de Estados Unidos, y no está nada claro cómo lo harán. ***Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía y catedrático de la Universidad de Columbia, es ex economista jefe del Banco Mundial (1997-2000), presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente de los Estados Unidos y copresidente de la Comisión de Alto Nivel sobre Precios del Carbono. Es copresidente de la Comisión Independiente para la Reforma de la Tributación Corporativa Internacionall. (Project Syndicate).