En México viene debatiéndose desde años atrás (1) si somos o no un país de clases medias, considerando el tamaño y diversificación de su economía y la modernización de los patrones de consumo a ello asociado. Es un debate interesante por diversas razones,(2) entre ellas que una cuantificación de la clase media decide por añadidura la de una clase baja y una clase alta. Sin embargo, estimar el tamaño de la clase media plantea un reto conceptual y operativo muy grande, en virtud de tres razones: 1) la condición de clase media no solo involucra una de carácter socioeconómico sino también una de carácter sociocultural, esta última aún más inasible; 2) la inadecuación casi inevitable en la que se incurre al pensar el espacio social continuo en términos categóricos, estableciendo fronteras más o menos arbitrarias y 3) no hay una definición consensuada de clase media para fines estadísticos. Lo que sí hay es una serie de prácticas aproximativas centradas casi exclusivamente en el ingreso corriente o una sola dimensión socioeconómica de un fenómeno complejo. Algunas metodologías han propuesto realizar mediciones de tipo relativo, adoptando algún tipo de umbral alrededor de la mediana del ingreso corriente per cápita; otras proponen atacar el problema determinando econométricamente la probabilidad de incurrir o no en pobreza y decidiendo cuál umbral de riesgo marca la frontera entre ser clase media o no serlo. De cualquier forma, en una u otra vertiente, se suele fijar exógenamente la frontera cuantitativa que marque la diferencia (por ejemplo + – 25 % de la mediana del ingreso corriente) y el primer defecto en ello es que puede ese umbral puede ser tan válido como cualquier otro. Una metodología que no sea algo más que sus supuestos ofrecerá resultados poco informativos, pues obtendrá de vuelta sólo su propio reflejo en los datos y casi nada que permita ver más allá, cual si se tratara de fotografiar un paisaje y la cámara devolviera selfies. Como alternativa a estas prácticas, y valiéndose de la la base de datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2010, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) exploró en su momento un camino nuevo, menos dependiente tanto de definiciones de umbrales como de una definición apriorística, estructurada y cerrada de lo que es “clase media”. Existen técnicas estadístico-computacionales que, dado un amplio número de observaciones en una base de datos (por ejemplo, de hogares), nos dicen cuáles se parecen más y cuáles menos, atendiendo a un conjunto de múltiples variables sin necesidad de predefinir umbrales cuantitativos. Para el tema que aquí se aborda, la atención se enfocó en información que deja un rastro o señal de los diferentes tipos de capital que —de acuerdo con el sociólogo francés Pierre Bourdieu3— configuran a una clase en el espacio social. Estos tipos de capital son el económico, el cultural, el relacional y el simbólico. El gasto asociado al capital económico sería, por ejemplo, el relacionado al mantenimiento de una propiedad. Los gastos en información y recreación, por otro lado, acusan algo sobre el capital cultural. Finalmente, los gastos implícitos en otorgar regalos dicen algo sobre el capital social o relacional (pues son gastos asociados a mantener ciertos vínculos), mientras que los gastos en la imagen personal hablan de un capital simbólico. A partir de estas consideraciones, el análisis quedó centrado en quince variables de gasto captadas por la ENIGH 2010; variables que, al tiempo de que son señales sobre el nivel de vida más allá de la sobrevivencia, sugieren ciertas prácticas sociales. Partiendo de estas variables, el análisis no trató de establecer umbrales exógenos (en este caso, de gasto) para determinar qué hogares caen dentro de ciertos límites, sino que buscó ver primero qué conjuntos de hogares se parecen o no a partir de sus pautas o patrones de gasto, sin prejuzgar sobre los niveles de ingreso o gasto para establecer fronteras entre grupos. Acorde con esta filosofía, el INEGI adoptó un procedimiento que somete a prueba varios modelos probabilísticos, cada uno proponiendo distintas conglomeraciones de las observaciones (en este caso de los hogares en la muestra de la ENIGH). El método, entonces, comienza por seleccionar el modelo de conglomeración o agrupamiento a partir de un criterio bayesiano de máxima verosimilitud; esto es, el modelo más probable de varianzas que correspondiese a la población de donde se desprende la muestra observada. Una vez que se obtuvo el modelo óptimo de agrupamiento que nos dice cuál es la estructura más probable que marca similitudes de gasto al interior de un conglomerado de hogares, se procedió a ordenar los catorce conglomerados identificados (siete para el ámbito urbano y siete para el rural), observando asociaciones de conglomerados a partir del método de estratificación de Dalenius-Hodges, el cual no se centra en la estructura de las variables de gasto, sino sólo en el nivel que éste alcanza. Para ello, se colapsaron los catorce conglomerados en cuatro, cinco, seis y siete estratos. Los conglomerados que sistemáticamente quedan asociados a estratos intermedios en estos cuatro ejercicios sucesivos son los que terminan interpretándose como clase media en la muestra de la ENIGH. Por esta vía, y con base en el procedimiento seguido con la ENIGH 2010, se determinó la estructura de clases sociales que opera como base para ir actualizando el estudio en años subsiguientes a partir de sucesivos levantamientos de la ENIGH hasta llegar al año 2020. La actualización toma entonces como punto de partida los conglomerados de 2010 y les utiliza como base o semilla para la identificación de los conglomerados en los años subsiguientes. Para ello se calculan los valores promedio de cada conglomerado de las variables seleccionadas de gasto ajustándolos por la inflación ocurrida entre 2010 y el año de destino. Dichos promedios se utilizan como centroides o puntos focales de referencia en el año de estudio para reagrupar, en torno suyo, a los hogares en la base de datos cuyos respectivos promedios estén en la vecindad del centroide (hay tantos centroides como conglomerados urbanos y rurales había en 2010). De ese modo, se actualiza la membresía de hogares de los conglomerados que se tenían en el arranque, pero ahora bajo las condiciones del año de estudio, facilitando así el seguimiento y comparación intertemporal de los agrupamientos. Al encontrar este procedimiento el agrupamiento óptimo de hogares más parecidos entre sí —lo que facilita la identificación del tramo de observaciones que cabría calificar como clase media—, el INEGI no busca imponer una definición de esta clase, sino dejar un ejercicio abierto a la comunidad usuaria. Los términos aquí utilizados —tales como clase alta, baja y media— son entonces etiquetas de distintos tramos del conjunto de observaciones en los microdatos de la ENIGH. Es importante subrayar que, cuando se habla de clase baja, ese término no debe confundirse con el de “pobreza”. Este último queda definido de manera rigurosa por los parámetros establecidos por instancias especializadas como el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). En la investigación aquí seguida, la pobreza es una condición que puede afectar a la clase baja sin ser idéntica a ella; es decir, hay hogares de clase baja que no son no necesariamente pobres, dado que sus niveles de ingreso y de carencias sociales les ubican fuera del subconjunto de la población a la que el Coneval identifica como en condición de pobreza. La pobreza asimismo puede ser una condición o circunstancia transversal para más de una clase y afectar a tramos de la clase media. Por ejemplo: un hogar de clase media afectado por el desempleo verá reducidos sus ingresos corrientes drásticamente, pero esto no significa que sus integrantes han de verse automáticamente como clase baja. Los patrones socioculturales y de gasto no se ajustan del todo de manera inmediata porque reflejan otros recursos con los que puede contar el hogar, al menos de manera provisional (por ejemplo: ahorros, tarjetas de crédito, ventas de activos, préstamos económicos o en especie de familiares, etc.). Este trabajo, realizado por un equipo de investigadores del INEGI —integrado por Rodrigo Negrete, Miriam Romo, Benito Durán y Guadalupe Luna—, de ningún modo pretende sustituir a las clasificaciones de pobreza y vulnerabilidad del Coneval, que tienen una función y mandato muy claro para guiar la política social. Lo que el estudio sí hace es mostrar una clasificación distinta de los hogares a partir de recursos reflejados indirectamente en cierta estructura y nivel de gasto; recursos no necesariamente manifiestos en lo que se observa de los ingresos corrientes declarados por los hogares. De entre los resultados de la investigación del INEGI caben destacar los siguientes: • De los 29 millones de hogares que existían en el país en 2010, 42.4 % clasificó como clase media. A lo largo de la década, la cifra llega a involucrar a 46.7 % de los hogares en 2018 para retornar en 2020 a una proporción muy similar a la de 10 años atrás: 42.2 % de un total de 35.7 millones de hogares. La población en esos hogares ascendía a 44 millones de personas en 2010 y pasó a 53.5 millones en el 2018, retrocediendo a 47.2 millones de personas en 2020. • Las entidades federativas que en cantidades absolutas aportan más hogares clasificados en clase media durante 2020 son el Estado de México, la Ciudad de México, Jalisco, Veracruz y Nuevo León. Estas cinco entidades concentran 44.2 % del total nacional de hogares así clasificados. Sin embargo, como porcentaje del total de los hogares en cada entidad, las cinco con más elevada proporción son la Ciudad de México (58.9 %), Colima (54.6 %), Jalisco (53.6 %), Baja California (53.1 %) y Sonora (51.9 %).