Por Eugenio Garza En los últimos años, la calidad institucional de México se ha deteriorado: la independencia judicial se ha debilitado, la centralización ha aumentado y persiste el exceso de regulación, todo ello dentro de un sistema jurídico frágil. Este patrón de fragilidad institucional no es nuevo, sino que se hace eco de luchas anteriores en la historia de México, en particular las vividas a mediados del siglo XIX, cuando aún se disputaban los cimientos de la democracia liberal. Era el año 1857. México se encontraba en plena agitación, plagado de inestabilidad política y debates entre liberales y conservadores. Los conservadores (los conservadores en español) estaban a favor del poder centralizado y la intervención del gobierno en la vida económica. En medio de este conflicto, Francisco Zarco, un influyente escritor, historiador y político nacido en Durango, emergió como uno de los defensores más elocuentes del liberalismo clásico. Como redactor jefe de El Siglo XIX, uno de los principales periódicos liberales de su época, y como representante del estado de Durango en la Convención Constitucional, Zarco utilizó su pluma y su voz para defender la tolerancia religiosa, la libertad de prensa, la libertad económica y el gobierno constitucional. Su ensayo «Progreso e innovación» capturó el espíritu de esa época, abogando por la ampliación de las libertades individuales y la igualdad de trato ante la ley. El breve pero poderoso ensayo de Zarco sigue siendo relevante hoy en día, ya que ofrece nuevas perspectivas sobre los retos perdurables de la libertad y la gobernanza. Para Zarco, el «progreso» desafía una definición precisa: no hay un resultado único ni una visión utópica. Por el contrario, implica mejoras materiales, intelectuales o morales en la vida cotidiana. Ese progreso se logra mediante la iniciativa individual dentro de un sistema de libertad, no a través de la planificación centralizada o el control gubernamental. Zarco escribió: «Para que haya progreso, nos parece que el mejor sistema consiste en lo que los economistas han llamado laissez faire…». México había adoptado una nueva Constitución liberal en 1857, lo que marcó un punto de inflexión. Tanto liberales como conservadores presentaron visiones contrapuestas para el futuro de la joven nación: ¿seguiría ligada a las tradiciones coloniales o abrazaría los ideales modernos y liberales? El ensayo de Zarco captura el espíritu de este momento transformador de la historia mexicana y ofrece una sólida defensa del progreso y la innovación a través de la libre empresa como imperativo moral y político. Sus argumentos presentan una visión sofisticada de la innovación y el progreso material, basada en la libertad: [L]a tendencia a perfeccionarse y a mejorar las condiciones es inherente al hombre, a quien Dios dotó de todos los poderes necesarios para elevar su destino… es necesario que las leyes, las instituciones y los gobiernos no se conviertan en un obstáculo para el movimiento progresista de la sociedad, y que, por lo tanto, sea apropiado dejar libre la actividad humana, confiar en la libertad individual, no alarmarse por el derecho de asociación y liberar a la industria, el comercio y la agricultura de todas las trabas para hacer posible el progreso material del pueblo». Zarco era un intelectual culto, en sintonía con la evolución del liberalismo económico. Sus ideas sobre el libre comercio y la empresa se hacen eco de las lecciones de Adam Smith: La expansión excesiva de la autoridad, su vigilancia desconfiada que se siente en todas partes, el sistema restrictivo con sus pasaportes y prohibiciones e investigaciones fiscales, etc., constituyen el obstáculo más desafortunado para todo progreso. Compárese con las observaciones de Smith en 1776: El estadista que intente dirigir a los particulares en la forma en que deben emplear sus capitales, no solo se cargará con una atención de lo más innecesaria, sino que asumirá una autoridad que no se puede confiar con seguridad ni a una sola persona, ni a ningún consejo o senado, y que en ningún lugar sería tan peligrosa como en manos de un hombre que tuviera la locura y la presunción de creerse apto para ejercerla. Zarco también anticipó la concepción hayekiana del conocimiento local inconexo y el orden espontáneo: El progreso debe ser obra de todo el pueblo; debe ser obra de todos los espíritus, de toda la inteligencia, de todas las aspiraciones; debe satisfacer todas las necesidades; es posible dentro del orden legal cuando en él no se encuentran ni trabas ni restricciones. Y no sabemos de dónde, si no es del propio pueblo y de la fuerza de la sociedad misma, debe venir esa dirección prudente y sabia que ordena y regula el progreso. Aunque Zarco defendía la libertad económica, estos ideales nunca han sido plenamente aceptados en México. Siguen predominando los programas económicos dirigidos por el Estado, el clientelismo y el paternalismo. Las instituciones políticas mexicanas han servido con demasiada frecuencia para consolidar el poder en lugar de dispersarlo, para obstaculizar el progreso en lugar de promoverlo. Aún no hemos considerado seriamente la libertad. Como advirtió Zarco: «El progreso material no puede considerarse independiente de las instituciones políticas». Al retomar los debates eternos sobre el papel del gobierno y los límites de la libertad económica, la visión del siglo XIX de Francisco Zarco sigue siendo relevante, basada no en el control centralizado, sino en la dignidad, la creatividad y la libertad de la gente común. Eugenio Garza.- Estudiante de doctorado en Economía y profesor asistente en la Universidad George Mason.