Lo que se intuía, ahora se plasma en cifras concretas: el COVID-19 nos condujo en México y en el resto del mundo a hacer un uso mucho más intensivo de los medios digitales de comunicación. Así lo reflejan las cifras publicadas por Datareportal. En enero de 2021 había 90.8 millones de personas usando Internet en México, es decir, 70.1% de la población. El número de usuarios de Internet aumentó en 3.5 millones entre enero 2020 y enero de 2021 en México, es decir, un 4% (tasa similar a la registrada en los dos años previos a la pandemia), pero a nivel mundial ese incremento fue mayor, de 7.3%. La contraparte de esta mayor demanda de conectividad es la oferta de infraestructura para la conexión. La velocidad de descarga de las conexiones de Internet móvil aumentó 13.2% entre enero de 2020 y enero de 2021, alcanzando 32.08 MBPS y la velocidad para las conexiones de Internet fijas se incrementó 30.4%, llegando a 44.5 MBPS. El 95.9% de los usuarios de Internet usan la modalidad móvil, cuya velocidad de conexión es bastante menor que la fija y además creció menos que ésta. Comparado al resto del mundo, México se ve rezagado en infraestructura digital. En enero de 2021, México ocupaba el lugar 69 entre 140 países, respecto a la velocidad de su banda ancha móvil, y el lugar 77 en velocidad de su banda ancha fija entre 175 países. La digitalización ha mostrado dos caras durante la presente pandemia: por una parte, está siendo una gran ayuda para mitigar algunos efectos de la pandemia y el aislamiento social al que ésta nos condena, pues gracias a ella se ha podido emprender el trabajo a distancia, la educación virtual, la atención a muchos pacientes en forma remota y el e-commerce y muchas transacciones financieras en línea se han podido realizar sin tener que desplazarnos a los comercios o a los bancos. Por otra parte, se profundiza la desigualdad social en la medida en que no todos tienen acceso a las redes sociales, ni a los servicios digitales de diversa índole, o bien, aún teniéndolos no pueden aprovecharlos por diversos motivos. De ahí que las diferencias sociales después de la pandemia serán muy probablemente mucho más marcadas que antes de ella. Estas diferencias se pueden apreciar claramente en los servicios de educación, de salud, y financieros, entre otros. Quizás uno de los impactos más fuertes del distanciamiento social debido a la pandemia ha sido en el área de educación. Con el cierre de todas las escuelas en el país, hubo un cambio abrupto y forzoso hacia la enseñanza en línea para un total de 36.6 millones de estudiantes, en el ciclo 2019-2020. La Secretaría de Educación Pública (SEP) creó el programa “Aprende en Casa” ( y después, “Aprende en Casa II”) para ofrecer clases remotas junto con la distribución física de los correspondientes materiales para ellas (libros oficiales). Las clases se transmiten a través de la TV (y en menor medida la radio), que es el medio que llega a la mayor cantidad de hogares en México. Existe asimismo un programa –Aprendiendo desde mi Comunidad– para comunidades pluriculturales con emisiones de contenidos educativos en 15 lenguas originarias de entidades como Oaxaca y Chiapas, también con el apoyo de canales de TV y radio. Este medio de enseñanza por vía de TV y radio, si bien cumple con llegar a la mayor parte de los hogares, tiene la gran desventaja, frente al Internet, de no ser interactivo y el diálogo entre alumnos y maestros está limitado a consultas telefónicas. Una encuesta reciente publicada por MEJOREDU sobre el programa de educación en casa muestra que para compensar las limitaciones señaladas, los maestros han recurrido a diferentes formas y medios para establecer comunicación con estudiantes y padres de familia. No obstante, los docentes señalaron en dicha encuesta que no pudieron atender a los alumnos con mayores desventajas, o mayor vulnerabilidad. Además, percibieron una falta de motivación de los alumnos, un insuficiente apoyo de las familias, problemas de conectividad y su propia falta de capacitación para impartir educación a distancia. Un problema adicional que hay que señalar es que aun la TV y la radio no llegan a todos los rincones de México, en donde hay pobreza extrema y sin disponibilidad de estos aparatos. Hay alrededor de 301,000 alumnos que están en dicha situación y, para ellos, se ha planeado una combinación híbrida de apoyo a la educación en forma digital (con Google Classroom) y presencial, por lo que un promotor educativo, en principio, visita regularmente a estos estudiantes en sus casas y apoya el aprendizaje con instrumentos digitales que él mismo lleva. Sin embargo, es difícil garantizar una atención de los maestros y una respuesta continua de parte de los estudiantes. A ello hay que agregar que cuanto más aislada está la población, más caro es tratar de acceder a medios como la TV satelital para continuar con los estudios, pues su costo difícilmente puede ser cubierto por familias pobres. Dentro de este panorama, hay que señalar que ha habido un esfuerzo importante para enfrentar, por ejemplo, la falta de preparación de los maestros al inicio de la pandemia para impartir clases a distancias, especialmente en el sector de educación del sector público. Destacan, en este sentido, la iniciativa “Estrategia de educación a distancia: transformación e innovación para México”, respaldada por una alianza entre Google for Education, YouTube y SEP en que se capacita virtualmente a profesores para enseñar a distancia con Google Classroom. También se utiliza el programa Teams de Microsoft con este propósito. Se estima que alrededor de 800 mil docentes han tomado cuatro webinars que les ayuda a prepararse para enseñar virtualmente. Sin embargo, queda mucho por hacer. Un reciente informe con cifras al 15 de julio de 2020 provee un análisis comparativo sobre “Internet y Educación en Línea” para 30 países de la OCDE, específicamente para tres indicadores: Accesibilidad a la Educación en Línea, Accesibilidad a Internet, Ambiente del E-Learning. México aparece con el peor desempeño de los países analizados. Entre los elementos que más le perjudican para la educación a distancia son el limitado acceso a computadoras desde casa, la escasa disponibilidad de cursos en línea, la lenta velocidad de Internet tanto en banda ancha fija como de Internet móvil. Evidentemente a ello hay que agregar la falta de preparación de muchos profesores y alumnos para poder operar adecuadamente a través de estas vías virtuales. Al cabo de un año, y algo más, de restricciones impuestas a la educación por la pandemia, se perciben las limitaciones para que los alumnos puedan dar continuidad a sus estudios a distancia. Éstas no se pueden atribuir exclusivamente a las restricciones de acceso digital sino también a factores como el COVID-19 mismo y a la necesidad de trabajar de muchos alumnos, como muestra una encuesta reciente de INEGI sobre el impacto del COVID-19. El hecho es que no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021, 5.2 millones de personas, que equivalen al 9.6% del total de población de entre 3 a 29 años, lo que refleja una alarmante tasa de deserción. Esta situación no es de extrañar cuando se ve, por ejemplo, que la educación a distancia no ha podido mantener el tiempo que normalmente los alumnos dedicarían al estudio, lo que ha socavado la capacidad de aprendizaje y, a futuro, el nivel educativo con el que contarán los jóvenes al final de su formación escolar. Un estudio reciente (no publicado aún) de Boruchowicz, Parker y Robbins (2021) enfocado en estudiantes de entre 12 y 18 años en México, analiza el uso de tiempo de estos alumnos distinguiendo entre el lapso dedicado a los estudios, al trabajo fuera de casa y al trabajo doméstico. Al comparar la dedicación al estudio de esos niños en un momento pre-pandemia (enero a marzo 2020) y otro en pleno COVID (septiembre, 2020), se percibe que aumentó en 10% el número de alumnos que no le dedican ningún tiempo al estudio. Los que sí dedicaron tiempo al estudio, destinaron 30% menos de éste a dicha actividad respecto al período pre-COVID-19 (y esto es más pronunciado para los niños más grandes). El panorama es aún peor si se considera que el tiempo dedicado al estudio se hace por vía remota y que por este medio hay un menor aprovechamiento de la educación que por su forma presencial, al menos en las escuelas públicas, que son la gran mayoría en México. En realidad, el efecto de la pandemia sobre la educación no tendría que haber sido tan adversa si hubiera habido un mayor grado de preparación del país para ello. Sin duda la experiencia acumulada en algo más de un año de distanciamiento social ha ayudado a todo el sistema educativo a irse adaptando a la educación a distancia, desde la mayor preparación que están adquiriendo los maestros, los alumnos y las familias, hasta el mayor uso de medios digitales. Pero se necesita un esfuerzo mucho mayor para que México logre superar el atraso en la actividad educativa, esencial para el desarrollo socio-económico del país que, al igual que otros países latinoamericanos ya acumulaba severos problemas desde mucho antes de la pandemia (véase, por ejemplo, el estudio sobre pobreza educacional del Banco Mundial). Más aún, la pérdida de escolaridad y de calidad de ella, por las circunstancias por las que pasamos, generará efectos perdurables en la desigualdad social entre los que pueden y los que no pueden seguir estudiando en la presente pandemia. A ello se agregan las diferencias en la calidad del aprendizaje de los que sí están inscritos para seguir sus estudios pero cuyo acceso al Internet es desigual, y la preparación de maestros y alumnos para este tipo de enseñanza-aprendizaje que es también muy dispar. Se necesita, entonces, una verdadera revolución en la infraestructura digital en México, con una simultánea alfabetización del uso de estos medios de toda la población, de manera que la educación pueda enriquecerse vía Internet (más que a través de la TV y la radio) y que la educación a distancia sume y no reste al nivel de preparación de los estudiantes.