Ernesto Zedillo se atrevió a romper la “ley del silencio”, la regla no escrita que “prohíbe” a los expresidentes de México opinar, calificar o intervenir en los asuntos de un gobierno que ya no es el suyo. Es cierto que Vicente Fox y Felipe Calderón también han criticado al régimen morenista, pero lo han hecho de manera distinta. Lo que hizo Zedillo en conferencias, textos y entrevistas recientes fue arrancar la podrida sotana de la 4T para dejar al aire su miseria autoritaria. Zedillo se atrevió a llamar las cosas por su nombre, cosa que en México pocos se atreven a hacer. Calificó de tiranía a un régimen dedicado a destruir los contrapesos constitucionales, las instituciones, el Estado de derecho y denunció el “asesinato de la democracia” en la revista Letras Libres. Con esta actitud disruptiva, fuera de caja, rebelde a la tradición política, el expresidente abrió una nueva ventana: La necesidad de que todos los ex presidentes vivos de la oposición, sin excepción, salgan a defender la democracia. El obradorato ha declarado la guerra a la República. Ha puesto dinamita a los cimientos de la división de poderes y las libertades. Está por consumarse la destrucción de la autonomía e independencia del Poder Judicial a través de una farsa electoral que tiene un solo propósito: instalar en México una dictadura vitalicia de partido. La nación ha sido tomada por el enemigo, por un grupo delincuencial y un hombre que usó la democracia para llegar al poder y ha construido alianzas con el crimen organizado para financiar un proyecto totalitario que les permita ser dueños absolutos del país y de su destino. Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto no pueden quedarse con los brazos cruzados. Más importante que su civilidad y disciplina política, que su comodidad en el extranjero o incluso su seguridad, es la nación. Una nación que ustedes gobernaron y que hoy está secuestrada por un cártel. El gobierno saldrá a decir que los ex presidentes del pasado neoliberal no tienen ninguna autoridad moral para “levantar la voz” por los excesos de poder y los errores que cometieron. La pregunta es si ¿un López Obrador que empoderó y dejó impune a la delincuencia organizada, que negó la desaparición de más de 50 mil personas en su sexenio, que simuló combatir el tráfico ilegal de combustible, que financió a Morena con dinero del huachicol, sí tiene autoridad? ¿Para que tendrían que hablar los expresidentes? Para subir el volumen al megáfono y confirmar al mundo civilizado que una pandilla de cleptócratas que asaltan a diario las arcas públicas para enriquecerse, que simulan tener ideales socialistas para engañar al votante pobre, está haciendo de la democracia una “zona de desastre”. Afirma Claudia Sheinbaum que gracias a la 4T hay libertad de expresión en México. Una aseveración absolutamente falsa. La libertad de prensa, de información y expresión no es graciosa concesión de gobierno alguno. Es un derecho humano conquistado por los mexicanos. La Presidenta tiene dos llaves para demostrar que sus críticos estamos equivocados y que ella es una demócrata. Que retire la regresiva Ley de Telecomunicaciones como le sugirió Ernesto Zedillo y que pause la destructiva e inconstitucional reforma al Poder Judicial. Las cartas, están sobre la mesa. ****Directora de la Revista Siempre.